Jay alzó la gorra para mirar alrededor. Había resbalado de lado en sueños y su cabeza acababa de caer sobre el apoyabrazos. Se rascaba el cabello bajo la gorra cuando descubrió que estaba cubierto por una manta de viaje. Y vio a la fan durmiendo en el sillón pequeño, toda envuelta en su chaqueta y hecha un ovillo como un puercoespín.
Se estiró para tocarle la pierna. Ella no se despertó, de modo que jaló del ruedo de sus jeans hasta que la vio abrir los ojos. Se sentó erguido en el sofá y le hizo señas de que fuera allí con él. Ella frunció el ceño. Él alzó el extremo de la manta. Ella meneó la cabeza y volvió a cerrar los ojos.
—Ven, que hace un frío de mil demonios —gruñó él.
—Vuelve a dormir, Jay —replicó ella con otro gruñido.
Él estuvo a punto de hacerle caso, pero detestaba que lo ignoraran.
—No te hagas la dura, mujer. Estás temblando.
Silvia resopló irritada, pero bajó los pies del sillón. Jay se tragó una sonrisita triunfal y alzó de nuevo la manta cuando ella se levantó. Silvia se sentó en el otro extremo del sofá, a un metro de él.
—Acércate —murmuró Jay—. Estoy demasiado cansado para acosarte.
—Qué gracioso —refunfuñó ella, aunque se sentó más cerca de él y apoyó la cabeza en su hombro.
Jay la cubrió con la manta, volvió a cruzar los brazos e inclinó la cabeza para descansarla contra el gorro de lana de Silvia, que olía a lavanda y tabaco.
Un minuto después los dos estaban profundamente dormidos.
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Editado: 15.08.2023