Sin Retorno

29. La Ballena Blanca

**A partir de este capítulo, con Silvia de regreso en su hogar, las conversaciones que tiene con sus amigos y hermanos están en argentino. Si no entienden algo, no duden en preguntarme en los comentarios**

29. La Ballena Blanca

Era como esos cuentos de pescadores que presumen de los peces que atraparon. La primera vez que lo cuentan, separan las manos unos veinte centímetros.

—¡Era así de grande! —dicen.

La segunda vez que lo cuentan, las manos están treinta centímetros separadas.

—¡Era así de grande!

Diez días después ya arponearon solos a Moby Dick y hasta salvaron al capitán Ahab.

El Caso Jay amenazaba con salirse de proporciones en la misma escala.

Silvia aún no sabía con quién podía compartir semejante historia. Sí, Paola, por supuesto. Sobre todo porque ella la ayudaría a volver a convertir a Moby Dick en una modesta trucha de criadero. Pero hasta que pudiera sentarse con su amiga, no se sentía inclinada a contarle la historia a nadie más.

Regresar a su casa la hizo sentir como si le hubieran sacado una tonelada de rocas de los hombros. Dios, cómo había extrañado a sus hermanos, su perro, su casa, su pueblo.

Todavía le quedaban unos días de vacaciones, y a la mañana siguiente se descubrió sola tan pronto su hermana se fue a trabajar y su hermano a la universidad. Remoloneó hasta media mañana, limpió, lavó toneladas de ropa de los tres, reaprovisionó el refrigerador.

Pero la ballena blanca seguía alborotando en su cabeza, amenazando con convertirse en lo único importante que le sucediera en Norteamérica. Para peor, el maldito crío no parecía dispuesto a darle respiro. Esa misma mañana le había enviado otro MP por Twitter con un enlace a una web que lo único que tenía era las fotos que tomaran en la posada.

Por eso al salir de la ducha, se obligó a pararse frente al espejo en ropa interior, para ver bien los últimos rastros de cardenales y rasguños en su cuerpo.

Después de vestirse, se sentó a tomar mate tablet en mano, y pasó varias horas repasando cada foto de Pat y con Pat que tenía, y leyendo cada email y mensaje que intercambiaran durante el año y medio que habían estado juntos.

Detuvo su dedo un milímetro antes de borrarlo todo.

Había sucedido, cada momento, cada sentimiento, cada sueño, cada palabra.

Borrarlo era negarlo. Y negarlo no lo cambiaba, era negarse a aprender.

Creó una carpeta y archivó todo allí, para no tenerlo a la vista pero para no olvidarlo tampoco.

Paola llegó poco después, con los brazos abiertos para estrecharla con su cariño y su honestidad de siempre.

Se tomaron toda una hora lacrimógena para hablar de lo que ocurriera con Pat. Y cuando Silvia volvió a serenarse, encendió otro cigarrillo y se secó las lágrimas. Su amiga advirtió de inmediato el raro destello en sus ojos.

—Conocí a alguien justo antes de volverme.

—Me estás jodiendo.

Silvia meneó la cabeza riendo por lo bajo. Se había preguntado cómo contar semejante historia, y decidió hacerlo tal como la había vivido, terminando cuando Jay le había mostrado su licencia de conducir.

Paola no la interrumpió, aunque tampoco le ahorró muecas, ceños fruncidos, revoleos de ojos y gruñidos. Pero acabó boquiabierta como Silvia en la terminal de ómnibus.

—Me estás jodiendo —repitió.

—Eso es lo que yo pensé en ese momento. Hacé más mate que ya vuelvo.

Paola puso agua a calentar y cambió la yerba mientras Silvia traía la tablet. Volvieron a sentarse a la mesa y Silvia le mostró la respuesta de Jim a su MP y las fotos. Su amiga se tomó su tiempo para mirarlas con atención.

—Son increíbles.

—Como él.

Cuando Paola encontró la única foto que se tomaran juntos, largó una carcajada y lo resumió con su exactitud habitual.

—¡Claro que es él! ¡Pero cómo iba a ser él!

Se demoraron conversando al respecto, hasta que una notificación las interrumpió. Se inclinaron juntas hacia la tablet y vieron el mensaje privado en Twitter.

—Ése tiene que ser él —dijo Silvia.

—Él… ¿Él?

—Claro, nena, él, Jay, Jim. Abrilo.

—Es para vos, abrilo vos.

El mensaje eran tres palabras y un enlace:




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