Sin Retorno

32. Mi Lugar


*Atardecer en el lago Nahuel Huapi, Bariloche, Arg.*

—Esto es algo que ningún hombre puede presenciar y vivir para contarlo, de modo que guarda el secreto. Porque esto es un cónclave de la Bene Gesserit en la Roca Negra, lo cual en realidad significa noche de chicas en mi casa. Permíteme presentarte a la Hermandad. Ella es la Dama Claudia, nuestra experta en manipulación.

—¡Hola, Jay! ¡Mucho gusto!

—Ella es la Reverenda Madre Karim, del ala científica de la Orden. Y mi hermana menor Mika, quiero decir la Acólita Lolita, que es una broma en español sobre su delantera.

—¡Hola!

—¿Cómo estás?

—Y ella es Paola, de quien sospechamos que es una espía de las Honoradas Matres que se infiltró para robar nuestros secretos.

—Apuesto a que no comprendió una sola palabra de lo que acabas de decir.

—Entonces debería leer la saga de Dune.

—¡Pero no has dicho quién eres tú!

—Oh, bien, yo soy la Madre Superiora, siempre luchando por la supervivencia de la Hermandad.

—Y ahora tenemos que dejarte, Jay.

—Sí, tenemos asuntos urgentes por discutir.

—¡Por supuesto! Comparar el desempeño de hombres que conocemos es de vital importancia, si entiendes a qué me refiero.

—¡Sí!

—¡Adiós!

Jim rió por lo bajo, recostado con el teléfono. La casa se veía diminuta y cómoda, casi sin decoraciones salvo unas fotos en la biblioteca y unos adornos rústicos en la pared. Las caras alrededor de la mesa iban de los veinticinco a los cuarenta años, y todas se veían simpáticas y divertidas.

A continuación, el video mostraba una tarde nublada a la entrada de una pequeña cabaña de dos pisos, y oyó exclamaciones ocasionales mezcladas con ruidos raros que llegaban del jardín trasero. Silvia rodeó la cabaña en esa dirección mientras hablaba.

—Es domingo, y eso significa práctica de esgrima de nuestro grupo medieval.

Le mostró un círculo de hombres y muchachos que rodeaban a dos que luchaban con espadas que se veían bien reales.

—Esto es Beltane, la casa de Claudia, a cinco calles de mi casa, la Roca Negra. Sí, nuestras casas tienen nombre y nos encanta lo que tú llamarías mierda medieval. La contra de los fanáticos medievales es que en general escuchan metal, pero los quiero igual. De todos los que están aquí hoy, Claudia y yo somos las únicas que conocemos No Return. Los demás ni siquiera saben que existe una banda con ese nombre.

Desde el círculo vieron a Silvia y la saludaron con brazos en alto y voces alegres y estentóreas. Ella les devolvió el saludo y retrocedió hacia la puerta de la cabaña.

—Mientras los hombres disfrutan sus deportes, las mujeres nos reunimos dentro a leer y cocinar. Condenadamente medieval, ¿verdad?

Una de las chicas que había presentado en la primera parte del video le abrió la puerta y rió al ver que estaba filmando.

Otro corte y volvía a ser de noche, en medio de una estrecha callecita adoquinada. Las paredes a ambos lados estaban cubiertas de grafitis artísticos, y Silvia caminaba hacia uno de los bares al final de la calle.

—Aquí es donde solemos reunirnos los fines de semana. Hay muchos bares por aquí, incluso pubs irlandeses. Deberías ver esta calle en la noche de San Patricio. ¡Gaitas y violines y danzas circulares hasta el amanecer! Muchos de estos bares fabrican su propia cerveza, pero tú la hallarías demasiado fuerte y amarga. A propósito, estoy explicándote todo esto ahora porque allí dentro estará oscuro y ruidoso.

El lugar estaba atestado de gente. Era una casa convertida en bar, con mucha madera, poca luz y rock en español a todo volumen. Una docena de personas saludaron a Silvia desde una mesa. Ella mostró el lugar y las caras antes de cortar el video.

Luego Jim vio su pequeña oficina, y su casa otra vez, donde un muchacho de dieciocho años apenas alzó la vista de su teléfono cuando Silvia lo presentó como Tobías, su hermanito menor.

El video terminaba con una increíble toma del atardecer sobre un lago enorme rodeado de montañas, filmado desde un vehículo en movimiento.

—Ahora estoy en el autobús —susurró Silvia—. Volviendo de trabajar. No está mal, ir y venir al trabajo con esta vista, ¿verdad? Aguarda.

No dejó de filmar para bajarse del autobús. Caminó hasta un acantilado bajo sobre el lago, a pocos pasos de la carretera, e hizo un paneo lento de la playa de guijarros allá abajo, las montañas, las luces de la ciudad a un par de kilómetros.

—Mira esta belleza, Jay. Éste es mi hogar, ésta soy yo. ¿Ves las montañas recortadas en negro contra el atardecer, el bosque, el agua? ¿Quién podría cansarse de esto? —Giró el teléfono para mostrar su propia cara con el paisaje, aunque ella aún miraba hacia adelante, disfrutando la vista—. Éste es mi lugar, donde soy libre —dijo con un suspiro de satisfacción, y dirigió una sonrisa cálida a la cámara—. ¡Nos vemos!




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