Sin Retorno

38. Tres Hombres

A veces Silvia se sorprendía de la especie de esquizofrenia que había tomado control de su vida.

En lo que ella llamaba la vida real, un amigo le presentó a un tal Guillermo, un hombre simpatiquísimo pocos años mayor que ella, divorciado con dos hijos, que no la conquistó a primera vista sino cinco minutos después. Tenía una mente aguda, le gustaba el rock como a ella y tenía unas caderas de oro para bailar y tener sexo.

Al mismo tiempo, en la tierra de nunca jamás virtual, se mantenía en contacto con ese hombre hermoso y talentoso llamado Jim Robinson, que resultara ser este otro hombre, Jay, que fuera su sostén emocional cuando rompiera con Pat.

Silvia amaba al artista como ella consideraba que los artistas deben ser amados: con respeto, admiración, y ni una pizca de deseo.

Y seguía encariñándose con Jay, su amigote atractivo, divertido y maleducado que se transformara en su desafío creativo.

Nunca supo qué había cambiado en su forma de tratar a Jim cuando comenzó a salir con Guillermo, pero poco después de su primera noche con él, Jim le escribió:

Y ella respondió alegremente:

Su vínculo con Jim tenía límites tan claros que nunca se entremetía con lo que sentía por Guillermo, este hombre común, de carne y hueso, que pasaba con ella las noches del fin de semana. Así como jamás le molestaban las fotos de Jim en su glamorosa vida social de famoso, siempre de la mano de una Barbie de moda.

Sólo en ocasiones, cuando se sentía un poco sola o un poco triste, veía esas fotos de él y se permitía desear no vivir tan lejos. Porque estaba segura de que si estuviera en Los Ángeles y su humor no fuera el mejor, Jim la llevaría a bailar y divertirse toda la noche, para levantarle el ánimo sin necesidad de hacerle ninguna pregunta.

Porque eso era algo que ellos no hacían: preguntar qué o por qué.

El invierno y la primavera disputaban su batalla de siempre por el territorio cuando Mika, la hermana de Silvia, le habló por primera vez de la chica con la que estaba saliendo, y que estaban pensando en irse a vivir juntas a Buenos Aires, para tener mejores opciones de trabajo y universidades.

Silvia sólo pudo felicitarla y darle su bendición, sintiendo que se le abría un hueco frío en el corazón. Jamás se le hubiera pasado por la cabeza oponerse a los planes de su hermana menor. Mika ya tenía veintiún años, era hora que dejara el nido y tomara sus propias decisiones. Pero Silvia jamás se había imaginado que eso significaría irse de Bariloche.

Esa noche, cuando salía a cenar, Jim halló la publicación de Silvia en el blog. Era una fotografía en blanco y negro, dos manos tendidas sin llegar a tocarse. Sin título, sin descripción, nada.

Silvia despertó a la mañana siguiente para hallar su comentario bajo la foto.

Sonrió con un nudo en la garganta.

—Gracias, Jay —murmuró, apretando la tablet contra su pecho.




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