Sin Retorno

41. Bajo Presión

Jim se reconcilió con Bárbara, aunque las cosas aún no estaban del todo bien cuando llegó el momento de viajar a Asia, y ella no quiso acompañarlo. Argumentó que les haría bien estar un tiempo separados y echarse de menos.

Él y Silvia jamás habían vuelto a mencionar el tema, de regreso a la rutina de la consigna de la semana. Aunque quedaba a la vista que con Jim de gira, el juego quedaba supeditado a su apretada agenda. De modo que acordaron postear en el blog lo que tuvieran, sin consigna fija, ya fuera escritos, imágenes o música.

No Return dejó Los Ángeles al mismo tiempo que la primavera se las ingenió para desalojar al invierno de la Patagonia. Pero ya de salida, el invierno le habló a la primavera de Macondo. Y mientras llovía sin pausa y todo estaba húmedo y enlodado, y la gente intentaba recordar cómo era un cielo azul y sin nubes, Silvia se vio forzada a enfrentar momentos tan difíciles como inesperados.

Su hermano menor entró en una etapa de rabia adolescente que era completamente nueva en él, y Silvia no sabía cómo enfrentarla. Mika siempre había sido rebelde, discutiéndole todo, rápida para ofenderse y llorar y hacer un escándalo. Pero Tobías era más bien callado e introvertido. Silvia quería darle espacio para expresar sus dudas, sus desencantos, su primer amor, su necesidad de ser otro y no ser nadie más que él al mismo tiempo.

Pero él necesitaba desahogarse con otros chicos de su edad, aunque no pudieran ofrecerle ningún consejo, no con su hermana mayor, que a todo efecto había sido su madre desde que tenía tres años. Tobías no la rechazó ni discutió con ella como hubiera hecho Mika, pero su silencio obstinado pesaba como una piedra fría en su pecho que ella jamás había experimentado.

Fue entonces que Mika anunció que ella y su novia se mudarían a Buenos Aires a fines de ese mes.

Guillermo aportó la cereza en aquel postre de pesadilla. Una noche, después de hacer el amor, comentó en su tono más casual que su contrato de renta estaba por vencerse, y necesitaba hallar un lugar dónde mudarse en un par de meses. Su sonrisa y sus ojitos soñadores completaron la propuesta.

Silvia precisó apelar a toda su fuerza de voluntad para no huir a encerrarse en el baño hasta que Guillermo se marchara con su maldita idea de mudarse a vivir con ella.

Su propia reacción la sorprendió, y cuando fue capaz de revisarla, se vio obligada a reconocer que Pat había dejado marcas más profundas de lo que había creído.

No le interesaba volver a planear un futuro con ningún hombre. No quería volver a ilusionarse. No quería un intruso en su vida. ¿Un intruso? Sí, ése era el sustantivo correcto. Intruso. No volvería a abrirle su corazón, su vida, su futuro a nadie. No en los próximos cincuenta o sesenta años.

Para ella, salir con Guillermo nunca había sido más que eso, salir. Algo que cumpliría su ciclo y terminaría. Y mientras tanto, no le interesaba arriesgarse a que volvieran a lastimarla.

Las lluvias de octubre no se limitaban a inundar su pueblo. Habían convertido su vida en un pantano que parecía decidido a tragarse cuanto ella quería y atesoraba.

Una vez más, lo único que la sostenía era Jim. Ahora con sus fotografías, sus notas de viaje, sus breves videos, sus cavilaciones y sus comentarios sarcásticos.

Jim se habituó a tomarse al menos quince minutos cada día, en ocasiones en viaje entre ciudades con nombres imposibles, para publicar algo en el Hey, Jay! Era como si la llevara de la mano por esas tierras exóticas y ese estilo de vida que ella jamás conocería. Y ahora que estaban en husos horarios opuestos, daba la impresión de que estaba allí a toda hora. Siempre a su lado. Un día le mostraba las calles de Calcuta, otro día la llevaba a encender un candil en un santuario budista en Singapur, y luego la llevaba a ver el atardecer en una playa de Hong Kong. Sabiendo cuánto le gustaba la cultura japonesa, su visita a la isla llenó varios álbumes del blog.

Silvia lo seguía lo mejor que podía, a tropezones, sumida en una especie de embotamiento que se balanceaba entre la indiferencia y la desesperación.

Ella era su espectadora privilegiada, con quien Jim compartía lo que tal vez ni siquiera compartía con su hermano. Él la quería allí, a su lado, para que viera aquel viaje a través de sus ojos, y ella jamás terminaría de agradecérselo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.