Sin Retorno

44. Vuelta al Ruedo

—Hace varios días que estás con esa canción —dijo Guillermo—. ¿Querés que ponga Pink Floyd?

Sí, hacía tres días que tarareaba Desearía que Estuvieras Aquí. También hacía tres días que sus ánimos habían mejorado notoriamente, y se había concentrado en ayudar a su hermana menor a preparar su mudanza a Buenos Aires.

Un par de días después, Silvia sentó a su hermano menor para hablar con él. Le dijo que si era incapaz de mantener los modales básicos de convivencia, ella no lo haría tampoco y lo ignoraría como si no existiera. Después de una semana entera de indiferencia absoluta, obligado a prepararse la comida, lavarse la ropa y ver que su hermana no le dirigía la palabra ni por error, el chico capituló y consintió en restaurar relaciones diplomáticas. Silvia le preparó su comida favorita, lavó toda su ropa y pasó un par de horas jugando en la consola con él. La tregua fue firmada.

La fiesta de despedida de Mika salió a la perfección, y Silvia se despidió de su hermana con un estrecho abrazo en una mañana ventosa de noviembre, haciéndole prometer que le escribiría seguido y no sólo si tenía problemas.

En los días siguientes, Silvia se dedicó a editar videos y fotos para armar un clip de cinco minutos que subió al Hey, Jay!

Jim recibió la notificación de actualización del blog mientras tomaba un trago en el bar del hotel en Moscú. Sean y Walt se acercaron cuando reconocieron la canción de Slot Coin, y Jim les permitió ver el video con él. Era un collage de imágenes y videos breves de la hermana de Silvia desde que era un bebé. Terminaba con Silvia, su hermano y toda la pandilla saludando con las manos en alto un ómnibus a punto de partir en una mañana soleada y fría. La hermana de Silvia estaba abordo, su mano abierta contra la ventanilla, llorando y riendo al mismo tiempo. El video terminaba cuando el ómnibus dejaba la terminal.

—Pobre canción —comentó Walt.

—Demasiado cursi para mi hígado. Pero imagino que para ella está bien —terció Sean tratando de ser diplomático.

—Que les den, a los dos —rió Jim.

Los echó como si espantara moscas, porque el video no era lo único que Silvia había publicado. Aguardó a estar solo para leer el poema.

Ya debería saberlo
La gente está de paso
En camino a sus vidas
Al pasar dejan
Una mirada brillante
Una historia desgarradora
Una conversación interesante
Una sonrisa irresistible
Recuerdos, risas, esperanzas
Y se van.

Ya debería saberlo
Dejar que el momento fluya
Y tratar de hallar la verdad oculta
En cada encuentro
En cada despedida
Nada demasiado sagrado
Nada demasiado revelador
Porque están de paso.

Por último, había subido una foto en blanco y negro de su hermano menor. Perfil parcial, un ojo azul brillando bajo la gorra y la capucha de la sudadera para mirar irritado a la cámara con el dedo mayor en alto.

Jim se tomó su tiempo de repasar todo una vez más, asintiendo para sí mismo con una sonrisa vaga al tiempo que escribía en los comentarios:

“Bienvenida de regreso.”

No había ninguna mención a su amante y él tampoco preguntó. No sólo porque ellos no se hacían preguntas, sino porque en realidad no le importaba.

A Silvia tampoco le importaba.

Cuando Guillermo volvió a sacar el tema de vivir juntos, lo mandó al diablo. Guillermo mantuvo la distancia por un par de semanas, hasta que Silvia admitió que en realidad lo echaba de menos. Entonces lo llamó y le invitó una cerveza en un bar al que sus amigos jamás iban, territorio neutral para que no los interrumpieran.

No le dio ocasión de decir una sola palabra.

—Mirá, me gustás y no querría que cortáramos. Pero nunca vamos a tener más que esto. No te vas a venir a vivir conmigo y no voy a conocer a tus hijos. No vamos a jugar a la familia moderna ni nos vamos a ir todos juntos de vacaciones a la playa. No soy tu novia y nunca voy a ser tu esposa. No vamos a pagar las cuentas de la casa a medias ni a comprarnos un auto entre los dos. Si te sirve seguir como hasta ahora, me encantaría que sigamos saliendo. Y si no, entiendo. Tenés derecho a buscarte alguien que se ajuste a tus expectativas.

Guillermo se tomó unos días para pensarlo y el fin de semana siguiente aceptó seguir saliendo con ella en esos términos.

Para entonces, la tercera parte de la gira mundial de No Return terminaba en Europa del Este. Y el año también.

Algo había cambiado entre Jim y Silvia desde que hablaran por teléfono dos veces. Ella lo explicaba diciendo que se habían puesto personales. Consolarse mutuamente había vuelto a acercarlos como cuando recién se conocieran, y no era algo que ella quisiera sostener por internet.

El juego de la consigna de la semana había acabado por agotarse. Jim aún la llevaba de gira con él, y Silvia se esforzaba por encontrar cosas interesantes para postear al menos una vez por semana.

La comunicación entre ellos se espació cuando Jim volvió a Los Ángeles en diciembre, y Silvia descubrió que se sentía aliviada. Cualquier vínculo sano tiene fluctuaciones y ella precisaba aquella pausa. Aunque no duró demasiado, con sus cumpleaños y las Fiestas a la vuelta de la esquina.




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