Sin Retorno

59. Demasiadas Bocas

Ya que Claudia los había llevado a un buen lugar, y las reseñas online no decían demasiado de la disco a la que estaban por ir, Deborah le preguntó si la conocía.

—Nunca fui. Demasiado exclusiva para mi presupuesto —respondió Claudia—. Pero sé que en el tercer piso hacen fiestas privadas súper VIP.

—¿Quieres acompañarme de avanzada?

—¡Por supuesto!

Tim permaneció en el bar, esperando la llamada de Deborah para darles la luz verde para la disco. Deborah no tardó en llamar y él se encargó de pagar las bebidas de todos, dejando que Ron y los guardaespaldas llevaran al grupo a sus autos.

Jim apuró su bourbon y se incorporó. Sus labios se curvaron en una sonrisa al ver que Silvia esquivaba a los demás para venir a su encuentro. Ella también sonreía, y antes que él pudiera tomar su mano, enlazó un brazo al suyo.

—Así es como pasean las ancianas de mi edad, jovencito —dijo.

Jim meneó la cabeza riendo por lo bajo. Todavía no lograba descifrar su actitud y no importaba, porque no le permitiría mantener la distancia mucho más.

Deborah los esperaba en la salida lateral de la disco, que se abría al estacionamiento, y precedió a todo el grupo por un corredor hasta las escaleras que llevaban a los pisos superiores. Hubiera podido guiarlos directamente al salón VIP del tercer piso, que ya estaba vacío y cerrado para ellos. Pero quería que la gente que ya estaba en la disco supiera que los norteamericanos famosos estaban allí. De modo que los hizo dejar las escaleras privadas en el segundo piso. Los guardaespaldas abrieron un estrecho pasillo entre la gente que pronto se agolpó para verlos, y los extranjeros tuvieron que desfilar de uno en fondo hasta las escaleras al tercer piso. Tan pronto como todos las alcanzaron, los guardaespaldas se apostaron en el primer escalón, cerrando el paso al público.

Claudia los recibió en el salón VIP con champagne en cada mesa. El lugar contaba con un bar, una pequeña pista de baile, su propio DJ y una vista panorámica de la ciudad y el río.

Deborah llamó a Jim apenas dejó las escaleras, y él sólo precisó mirarla para resoplar, irritado.

—¡Mierda! ¡Dame un maldito respiro!

—Una hora y el resto de la noche es tuya.

—Te odio.

—Lo sé. Pero te gusta el dinero que te hago ganar.

Los músicos apenas tuvieron tiempo de servirse una copa de champagne mientras Tim instruía a los guardaespaldas. Ron ya disponía una mesa junto a la escalera, que cubrió de fotos autografiadas de la banda. Tim regresó para apostarse al otro lado de la escalera, desde donde se ocuparía de que los fans no se demoraran allí.

En el segundo piso, uno de los guardaespaldas hizo señas a un grupo de chicas para que se acercaran. Escogió a las primeras seis, les firmó el dorso de la mano con marcador indeleble y les permitió subir. Tendrían la oportunidad de saludar a los músicos, sacarse una foto con ellos y llevarse un miniposter autografiado de recuerdo. Entonces Tim las enviaría de regreso al segundo piso para dejar pasar al siguiente grupo de fans. En pocos minutos, la gente que aguardaba por aquella inesperada ocasión de conocer a los famosos formó una larga fila que se estiraba hasta el otro extremo del segundo piso.

Silvia se sentaba con Claudia y Jo cuando vio el grupito de chicas histéricas que irrumpían en el tercer piso y sintió unas ganas locas de fumar. Se disculpó con las otras dos y cruzó la pista vacía hacia los baños, procurando ignorar los grititos excitados.

Cerrar la puerta tras ella le provocó un alivio que no esperaba, pero que resultaba comprensible. Pronto volvería a ponerse la máscara sonriente y se uniría al grupo. En ese preciso momento, en el sanitario pequeño y lujoso, era agradable estar a salvo  por un rato de la docena de ojos que le preguntaban quién diablos era y qué diablos hacía allí, y de la otra docena de ojos que observaban cada uno de sus movimientos, como si hubieran apostado toda su fortuna a qué haría ella a continuación.

¿Que qué haría a continuación? Abrir esa ventanita y fumar. Eso era lo que haría a continuación. Con un poco de suerte, cuando saliera las chicas sobreexcitadas ya se habrían ido.

Claudia demoró dos minutos en escribirle para preguntarle si estaba bien. Silvia no tenía ganas de tipear, de modo que le tomó una foto a su cigarrillo y se la envió por toda respuesta.

Descansó la espalda contra los cerámicos caros y fríos, disfrutando la brisa fresca que se colaba por la ventanita. ¿Cómo era posible que jamás se hubiera detenido a pensar cómo sería estar con Jim en sociedad? Como fuera, ahora no tenía más alternativa que intentar estar a la altura de la situación.

Acababa de terminar el cigarrillo cuando escuchó el principio inconfundible de Modern Love. La puerta del baño se abrió de par en par, mostrando a Claudia en el umbral con una sonrisa y un guiño. Silvia asintió riendo por lo bajo. Su amiga sabía cómo motivarla.

No les importó que la pista permanecía vacía. Ocuparon el centro y bailaron solas. Jo no tardó en unírseles y otros la siguieron. Para el final de la canción, la mitad del grupo estaba en la pista, mientras las chicas histéricas seguían desfilando.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.