Sin Retorno

60. Las Reglas del Juego

Jim observaba a Silvia mientras bailaban Little Respect de Erasure, preguntándose qué diablos se traía entre manos. Era como cuando recién se conocieran. Moría por tocarlo, pero se empeñaba en disimularlo. La diferencia era que en Dakota del Norte eran dos perfectos desconocidos.

No podía tratarse de esas chicas histéricas, o de la presidenta del fan club en el hotel. Ella estaba muy por encima de eso. Sabía que eran la broma del momento y nada más. Durante el último año, los dos habían estado siempre saliendo o viéndose con alguien más, y eso jamás había representado un obstáculo entre ellos. ¿Entonces por qué demonios no dejaba de dar vueltas y reclamaba lo que quería?

—¡Jim!

Alzó una mano para que Deborah supiera que estaría allí en un momento. Su otra mano tironeó de la de Silvia y la atrajo hacia él para rodearle la cintura.

—Prepárate, mujer, porque en unos minutos regresaré para quedarme —le dijo a un centímetro de sus labios.

Silvia no apartó la vista de sus ojos, no se estremeció, su sonrisa no vaciló. Su aliento tocó la piel de Jim al responder: —Ya sabes dónde encontrarme.

Jim le tocó la punta de la nariz y retrocedió, sosteniendo su mirada con su sonrisita más provocativa antes de volverle la espalda. La idea pareció saltarle al cuello tan pronto se alejó de ella para recibir al próximo grupo de chicas.

Tal vez Silvia no quería nada con el modelito famoso por el que enloquecían estas chicas, porque quien le interesaba en realidad era el tipo que conociera en Dakota del Norte. Jay, el don nadie divertido, el polvo de una noche.

Ella jamás había buscado ninguna clase de exposición pública, atención, luminarias, y tal vez no la atraía alguien que tenía todo eso treinta horas al día. Tal vez ella ya tenía cuanto quería con el rockstar: intercambiar fotos y escritos en el blog, llamarse para sus cumpleaños.

La hora de Deborah aún no terminaba, pero su infrarrojo le indicó que Jim estaba frío y ausente como un cadáver con diez años de muerto. Y ya había visto suficiente para adivinar quién era la única persona que podría ayudarlo a recuperar sus signos vitales.

Tim vio su seña y escoltó a las últimas chicas por la escalera, donde instruyó a los guardaespaldas para que no dejaran subir a nadie más.

Liam rezongó todo el camino al sillón más cercano, le quitó una botella de champagne a alguien y se derrumbó en los mullidos cojines a beber y quejarse de lo agobiante que resultara ser un galán famoso.

Jim también le arrebató la botella a alguien. A Sean, por supuesto, y cruzó la pista para ir a hablar con el DJ. Entonces giró hacia los demás con la botella en alto.

—¡VAMOS! ¡DENME ALGO! —exclamó a todo pulmón.

Los primeros versos de I’m Not Afraid de Eminem llenaron el tercer piso y todo el mundo se puso de pie para reunirse en la pista de baile, cantando a voz en cuello en lo que a Silvia le pareció una costumbre del grupo, porque hasta Sean estaba allí, cantando y cabeceando al ritmo con una sonrisa satisfecha en su cara de villano.

Jim se abrió paso hacia Silvia, tomó su mano y la atrajo hacia él, llevándole la mano tras su espalda para que no se apartara.

Ella vio el destello salvaje en esos ojos impactantes, los labios delgados fruncidos en una de sus sonrisitas provocativas cuando Jim se inclinó hacia ella. Y sólo podía contener el aliento, su corazón latiendo desordenado, anhelando que la besara.

Pero él no la besó, sino que habló casi rozándole los labios con los suyos.

—¿Conoces la canción?

Silvia le devolvió la sonrisa para no asesinarlo. —Quién lo hubiera dicho. Hasta me gusta.

Jim sostuvo su mirada, esperando que aquellos labios húmedos, entreabiertos, se adelantaran a encontrar los suyos. Uno, dos, tres. No lo hicieron, de modo que la soltó y retrocedió un paso entero sin dejar de sonreír.

Silvia entornó los párpados, detestándolo. ¿Por qué seguía jugando así con ella? El deseo se tornaba asfixiante, agotador. No sólo lo deseaba: nunca antes había deseado así a un hombre. Jim lo sabía de sobra, y se divertía a su costa.

Le hubiera gustado abofetear su cara bonita o darle un puñetazo en su bonita nariz. Y luego arrancarle la camiseta, bajarle los jeans gastados de un solo tirón y echárselo allí mismo en la pista, delante de sus queridos amigos.

Hubiera dado cualquier cosa por atreverse a tomar la iniciativa, pero no podía. Ella no era así. Especialmente rodeados por ese circo que parecía seguirlo dondequiera que fuera.

El DJ bajó un poco el ritmo de la música para poner Lose Yourself. Jim no soltó su mano al girar hacia su hermano, a pocos pasos con Jo, para intercambiar unas palabras con él y un par más.

Los ojos de Silvia delinearon su perfil contra las luces cambiantes. No importaba los sentimientos encontrados que Jim continuaba agitando dentro de ella desde que se reencontraran unas horas atrás. Quizás también por eso, la hacía sentir viva a un extremo casi atemorizante, empujándola de una sensación a otra sin pausa. Y ya no sabía cómo hacer para evitarlo, para lidiar con él y con sus propios sentimientos.




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