Sin Retorno

64. Ésta es Nuestra Noche

Jo disfrutó el paseo a la zona al oeste de la ciudad, a un vecindario llamado Caseros, filmando y platicando con Silvia.

Viviendo a más de mil quinientos kilómetros de Buenos Aires, y lejos de estar interesada en el cine independiente, Silvia no pudo decirle mucho sobre el festival internacional de cine indie que se realizaba todos los años en la ciudad. Pero no tenía inconvenientes en responder sus preguntas sobre el país, las costumbres y la cultura, y sobre sí misma, así que Jo dio rienda suelta a su curiosidad.

Claudia las esperaba con la hermana de Silvia y varios amigos. Todos recibieron a Jo como si la conocieran de años, haciéndola sentir bienvenida y cómoda en cuestión de minutos. Silvia la dejó con ellos y se apresuró escaleras arriba para ducharse, con la esperanza de que esa tarde sí tendría agua caliente. Lo primero que vio al entrar a su habitación fue toda su ropa lavada y planchada en una prolija pila sobre su cama.

Antes de reunirse con los demás en la planta baja, guardó en su mochila una muda de ropa, un paquete extra de cigarrillos y su tablet, para complacer a la ballena blanca malcriada. Como si ella no quisiera quedarse a pasar la noche con él por los siguientes mil años.

Jo ya había reclutado a todos para ir al estadio, hasta el alma metalera de Miyén y el corazón blusero de Rob, porque viernes a la noche y concierto internacional gratis, no iban a decir que no. Juan jamás había siquiera escuchado nombrar a la banda, pero estaba allí para salir el viernes a la noche con sus amigos, así que si ellos iban, él también. Mika y Karim morían por conocer al hombre que tenía a Silvia de cabeza, y Lorena no iba a dejar sola a su novia. El Comodoro estaba listo para llevar a la mitad del grupo al estadio.

Jo le escribió a Sean cuando salieron de Caseros, para que Ron los esperara en el acceso, listo para hacerlos pasar aunque fueran doscientos. Y así fue. Tan pronto ingresaron, Jo dejó a los argentinos para ir a ver a su novio y los locales decidieron tomar mate al sol en el campo desierto.

El césped ya estaba cubierto con gruesas lonas, el escenario estaba listo. Un par de técnicos terminaban el cableado antes de la prueba de luces y sonido. Los músicos descasaban en el vestidor o en el espacioso trailer que hicieran estacionar justo detrás del escenario.

Como era la primera vez que tocaban en Argentina, Deborah había decidido que estuvieran tan tranquilos como pudieran. La prensa no sería admitida hasta las ocho, junto a quienes pagaran un extra con su boleto para conocer en persona a la banda antes del concierto. Los miembros del fanclub local podrían asistir a la prueba de sonido del día siguiente.

Cuando Silvia y sus amigos se sentaron cerca de la torre en medio del campo donde instalaran las mesas de mezcla, sólo el personal americano y los técnicos y asistentes locales se hallaban en el estadio. Se sentaron en un círculo a tomar mate, y estaban tan entretenidos conversando que no vieron que Jim salía al escenario.

Las luces cobraron vida a su paso. Él se puso su gorra y los lentes de sol y fue hasta el borde del escenario para tener una vista panorámica del estadio. Advirtió de inmediato el grupito en medio de todo aquel espacio vacío, y reconoció a Silvia junto a su hermana.

Retrocedió hasta su micrófono, permitiendo que un asistente enchufara el retorno en su cintura Las torres de sonido llevaron su voz hasta el último rincón del estadio.

—¿Dónde estás, Tim? Maldito bastardo, dijiste entradas agotadas. ¿Dónde mierda está la gente?

El grupito de Silvia agitó las manos en alto y Jim fingió que recién los veía.

—¿Eso es todo? ¿Sólo ese puñado de inútiles?

Claudia ya había advertido a sus amigos acerca de la forma de hablar de Jim. Lejos de ofenderse, Miyén hizo bocina con sus manos para responderle a todo pulmón.

—¡Pocos pero los mejores, imbécil!

Sus palabras hicieron reír a Jim. —Lo tendrán que probar. Háblame, Sam. ¿Qué necesitas?

La voz calma del marido de Deborah respondió desde la mesa de mezcla, directamente en su audífono. —Comencemos con algo tranquilo, Jim.

Él asintió y le hizo una seña a su asistente, que se apresuró a traerle una guitarra del largo pie al costado del escenario.

—¡Ésa es tu guitarra! —susurró Claudia al oído de Silvia, mientras Jim probaba que estuviera enchufada y encendida.

Ella sólo pudo asentir, tentada de pellizcarse para cerciorarse de que estaba despierta.

Jim probó un acorde y volvió a enfrentar su micrófono, tocando una versión acústica de Tonight is Our Night. Su voz provocó una avalancha de escalofríos en Silvia, que aún luchaba por dar crédito a sus ojos. Costaba creer que fuera realmente él, allí, tocando en ese escenario enorme aquella canción con su guitarra, tal como hiciera en la terminal de ómnibus más de un año atrás, sólo para ella.

Somos todos iguales
Mira a tu alrededor
Intentamos encontrarnos a nosotros mismos
Intentamos no caer…

Silvia advirtió que Mika, su novia y Karim cantaban con ella y con Claudia. Karim vio su mirada interrogante y sonrió.




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