Sin Retorno

66. El Corazón de la Tormenta

—Lamento arruinarles el momento, chicos, pero necesito algo para terminar de arreglar los teclados —dijo Sam.

Walt alzó la vista hacia Jim, que ladeó la cabeza mirando a Silvia con una sonrisita traviesa.

A ella le hubiera gustado ponerse nerviosa, pero ya estaba hasta el cuello en el juego de Jim, de modo que se limitó a aguardar, sosteniendo su mirada. No comprendió lo que le dijo a Walt y los otros, pero vio su señal cuando volvió a mirarla, señalándose el oído.

¿Que prestara atención? Eso hizo, y sólo precisó un par de segundos para reconocer Save Your Soul y unírsele. Se sintió alegre como unas castañuelas al cantar la segunda voz, haciendo reír a Tom, que se las dejó a ella.

Guárdate tu alma
Ya no la necesito
Mis ojos malignos ven mejor
Cuando no están abiertos.

Eras mi corazón
Mi redención
Necesitaba amor
Pero lo busqué en el lugar equivocado.

Todos volvían a aplaudir y silbar. Ya nadie se preguntaba que ocurría, y se dedicaban a disfrutar el rato viendo a Jim con esta mujer que se atrevía a seguirlo de igual a igual, cantando juntos como si hubieran pasado toda la vida haciéndolo, y haciendo aquel descanso mucho más entretenido e interesante.

Sean introdujo el resto de los instrumentos a la canción que Jim y Silvia seguían cantando. Aquellos lo bastante cerca para ver los pequeños gestos que intercambiaban, volvieron a sentir que se perdían otra broma cuando la voz de Silvia se perdió en un murmullo, enfrentando boquiabierta a Jim. Él le guiñó un ojo, recordándole la primera vez que le cantara aquella pregunta.

Pero, ¿quién se supone que seamos?
¿Y quién se supone que sea yo hoy?

Ella se cubrió la boca por un momento, aunque apartó la mano para volver a unírsele por el resto de la canción, tragándose la risa y meneando apenas la cabeza.

Jim cantaba disfrutando la emoción propia de la canción, pero también sintiéndola con Silvia. Ella estaba allí con él, sumando su propia emoción, que era diferente pero a la vez coincidía con la suya.

Un vistazo le había bastado para notar que aquellos que presenciaban la prueba de sonido no podían evitar sumergirse en la química que se generaba entre él y Silvia. Se alimentaba de la canción para dispersarse en una especie de onda expansiva que tomaba desprevenidos a todos.

Podía leer en ellos el efecto que tenía, pero él y Silvia permanecían aislados en sus sensaciones compartidas, inmunes al sacudón emocional que se reflejaba en cada cara vuelta hacia el escenario.

Ellos eran el epicentro de aquella onda expansiva, el ojo del huracán. Jim mantenía a Silvia allí, sosteniéndola y apoyándose en ella al mismo tiempo. Y ella no se echaba atrás. A su manera, estaba a la altura de este juego también, abriendo su corazón para que él se alimentara y fuera más allá. No le interesaba compartir la primera línea con él, pero se mantenía a su lado para empujarlo más alto.

Y una vez más él quería empujarla más lejos y más alto también, como estaba seguro que sólo él podía hacer.

Cuando terminó la canción, le hizo señas a Silvia de que aguardara un momento y dejó su la guitarra, girando hacia el resto de la banda. Los músicos también parecían a la expectativa de lo que ocurriría a continuación, esperando que él no interrumpiera aquel juego sin más.

—Toquemos Touch.

Los otros intercambiaron miradas de sorpresa, porque esa canción nunca formaba parte de sus setlists, y ni siquiera recordaban cuándo la habían tocado por última vez.

Sean le mostró el dedo mayor a su hermano. Para variar, su memoria de elefante recordaba la última vez que habían tocado esa canción. También había sido la primera y única vez, cuatro años atrás en un show televisivo en el Reino Unido. Jim había compuesto esa canción para Kate, y la había tocado para más de un millón de espectadores porque era su cumpleaños.

Jim ignoró la reacción de su hermano y tomó su micrófono para ir hasta el borde del escenario, donde se arrodilló y le hizo señas a Silvia de que se le uniera. Ella sacudió la cabeza. Se negó rotundamente a acercarse más al escenario, aunque acabó trepando a la valla para sentarse sobre ella.

—¿Conoces Touch? —le preguntó Jim cubriendo su micrófono.

—Sí, pero…

—Entonces sígueme.

—Sí, milord —murmuró ella, pensando que le hubiera gustado decir que no. Si tan sólo pudiera.

Jim se volvió hacia Tom y asintió. El bajista aguardó que Sean les marcara el tempo de la canción y comenzó a tocar. Jim separó sus rodillas y se sentó sobre sus tobillos, sus ojos capturando los de Silvia cuando comenzó a cantar en un ronroneo.

Silvia reconoció qué clase de escalofrío le recorrió la espalda, haciendo que las yemas de sus dedos cosquillearan. Aunque la canción no era exactamente gráfica, la música y las palabras pintaban claramente a una pareja teniendo sexo. Y la voz de Jim tenía línea directa a sus glándulas. Contuvo el aliento, detestando a la ballena blanca que la enloquecía de deseo, y decidió que esta vez no sería tan pasiva.




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