Sin Retorno

69. Primera Impresión

Apenas terminó el último bis, el encargado de seguridad se materializó junto a la valla, e hizo gala de sus mejores modales para pedirle por favor a Jo que la cruzara. Consciente de que Sean debía estar en ascuas sabiéndola allí, ella no se hizo repetir la sugerencia y se apresuró a rodear el escenario hacia el área de catering.

Silvia se demoró con su hermana y sus amigos, tomando agua y aprovechando para volver a respirar ahora que la multitud se encaminaba a las salidas. Hasta que Ron se presentó a tocarle el hombro con sonrisa apologética. Entonces abrazó por última vez a su hermana y se despidió de sus amigos.

Jim la esperaba a pocos pasos del trailer, un guardaespaldas a un par de metros. Se había cambiado la camiseta empapada en sudor y se había abrigado con su chaqueta militar, la gorra negra oscureciendo su cara para pasar desapercibido por un momento. Pronto volvería a mostrarse abiertamente y disfrutaría siendo el centro absoluto de atención. Pero no antes de verla.

Silvia apresuró el paso tan pronto lo reconoció, esquivando ansiosa a quienes se cruzaban en su camino. Acercarse a él parecía renovar aquella energía incontenible que la hiciera bailar y saltar y cantar de principio a fin del concierto.

Él la vio llegar y sólo precisó abrir los brazos para que ella corriera a estrecharlo con todas sus fuerzas. Jim oyó su risa entrecortada, la sintió temblar, y su emoción tenía el mismo efecto en él que la ovación de un estadio repleto.

Cuando Silvia logró retroceder y enfrentarlo, intentó en vano hablar. Sacudió la cabeza con otra risa temblorosa, los ojos brillantes. ¿Cómo poner en palabras lo que le hiciera sentir? Le sujetó la cara con ambas manos.

—Eres… —balbuceó con voz enronquecida tras tanto cantar a gritos—. ¡Eres un huracán!

Jim sólo pudo volver a abrazarla riendo con ella. Había creído que lo felicitaría por el show, tal vez incluso lo besaría. En cambio, ella lo envolvía en la emoción que aún la conmovía, la emoción que él le provocara, y sin saberlo le devolvía las mismas palabras que a él le vinieran a la cabeza el día anterior, al ver que una tormenta la traía a su encuentro.

Ron se aclaró la garganta a un paso de ellos, cruzando los dedos para que Jim no le respondiera con un puñetazo en la nariz.

Jim permitió que Silvia retrocediera otra vez, le echó un brazo al cuello, besó su cabello y la guió tras el asistente, que los precedió hacia donde se reuniera el resto de la banda con sus invitados distinguidos.

Sean los vio venir y sólo confirmó lo que ya sospechaba: esa noche Jim había hecho delirar a veinte mil personas como sólo él era capaz de hacer, pero en realidad había destilado lo mejor de su magia para una sola persona.




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