Sin Retorno

75. Pruébame

Jim subió al ómnibus y fue a sentarse a su lugar de siempre, en el segundo asiento tras el conductor, junto a la ventana. Dejó su bolso en el asiento vecino y aguardó. Silvia subió entre los últimos, con Jo, y permanecieron las dos cerca del conductor, muy absorbidas en su conversación. Como desde que regresaran del parque y Jo preguntara por los mejores sitios de la ciudad para visitar y filmar.

Ladeó la cabeza, observando a Silvia. ¿Cuánto más le llevaría sobreponerse a la noche anterior? De una manera tan absurda como lógica, aún intentaba digerir que él no la hubiera rechazado. Por eso se había retirado a algún rincón interior, buscando recuperar el equilibrio.

Y mientras tanto, estaba siendo evasiva al extremo de la indiferencia. Por la mañana había ido a ducharse cuando él aún intentaba levantarse, y había huido despavorida del baño tan pronto él se le uniera. Luego se había ido a la habitación de Tom mientras él todavía estaba duchándose, y había escapado a reunirse con sus amigos apenas él le trajera su mochila.

Volteó a mirar hacia afuera cuando el ómnibus dejó el hotel y saludó sonriendo a los fans que montaban guardia en la acera, y que enloquecieron al verlo. No le iría atrás. Perseguir mujeres jamás había sido lo suyo. Aún les quedaban dos días juntos, pero si Silvia no se daba prisa en reaccionar, cuando abriera los ojos él ya no estaría allí. Y Jim no tenía idea cómo o cuándo podrían volver a encontrarse.

Silvia era muy consciente de todo eso, y no era su intención comportarse así. Pero todavía le costaba recuperar la calma cuando lo tenía cerca.

¿Tal vez debería decirle lo que le ocurría?

Oh, sí, ¿y qué le diría? Después de lo de anoche, me falta el aire cada vez que te miro. Jim se le reiría en la cara. Y si trataba de dejar los sentimientos de lado y enfocar el tema en sus virtudes como amante, se reiría aún más y saldría con una de las suyas, como tener sexo allí en el ómnibus o algo parecido. Precisaba algo intermedio, lo cual era sólo otra de las ironías entre ellos: puntos medios con el Extremer.

El trayecto al estadio era corto, y Silvia ignoraba si luego tendría oportunidad de hablar con él, así que respiró hondo y se dirigió a su asiento. Jim la recibió con una sonrisa y arrojó su bolso al asiento vacío al otro lado del pasillo. Silvia se sentó junto a él, volvió a respirar hondo y alzó un dedo, anticipándose a cualquier cosa que él pudiera decir o preguntar. Jim se limitó a esperar que hablara, procurando mantenerse tan serio como ella.

Allá vamos. —Verás, sé que desperté hecha una verdadera imbécil y lo siento de corazón, pero en verdad necesito recuperar un poco de control sobre mí misma. —Jim tuvo que morderse la lengua y asintió, instándola a seguir. Silvia procuró ignorar la oleada de calor que azotó su cara—. De lo contrario, no podría evitar pasármela babeando y revoloteando a tu alrededor. Así que, por favor, tenme un poco de paciencia hasta que pueda volver a ser yo misma.

Él le dio un momento más para asegurarse que había acabado con su tragedia griega.

—Revoloteando y babeando —repitió con cautela.

—Sí. Eso es exactamente lo que muero por hacer.

Jim sonrió suavemente y le palmeó la mano. —Tranquila, mujer. Suelo tener ese efecto.

Silvia inclinó la cabeza suspirando para no darle un puñetazo al maldito engreído. Jim se reclinó en su asiento y le rodeó los hombros con un brazo.

—Por favor, Jay —gruñó Silvia apartándose de él.

—¿Por favor qué?

—No me hagas esto. Ya bastante me cuesta mantener…

—¿De qué mierda hablas, mujer?

Silvia le dirigió una mirada fulgurante. —¡De que no quiero avergonzarte, tonto!

La risa alta y clara de Jim recorrió el ómnibus. —¿Qué? ¡Avergonzarme! ¡Oh, esto es demasiado! ¿Y cómo podrías…?

Su risa se interrumpió abruptamente cuando Silvia se sentó de un salto a horcajadas sobre sus piernas y lo aplastó contra el asiento con un beso impetuoso.

—¡Así, imbécil! —gruñó contra su boca.

Intentó regresar a su asiento, segura de haber aclarado cualquier duda, pero los brazos de Jim la retuvieron donde estaba, y fue el turno de él de besarla hasta dejarla sin aliento.

—Tú no podrías avergonzarme aunque te lo propusieras, mujer —respondió sonriendo.

Le permitió volver a sentarse a su lado y la estrechó contra su costado. Silvia ocultó la cara contra su pecho. Su acento cálido no la ayudó demasiado a recuperar la calma.

—Revolotea, babea, ignórame, bésame, enfádate. ¿No ves que puedes hacer lo que quieras y para mí estará bien?

Ella se estremeció al escucharlo. —Buen Dios, Jim, temo que lo lamentarás —murmuró.

Jim rió por lo bajo, enredando los dedos en su cabello, y besó su frente.

—Pruébame —replicó, tornando a mirar hacia afuera otra vez.




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