Sin Retorno

78. Tal Vez

Tal vez Jim la había matado sin querer.

Sean había oído los ruidos de forcejeo y las cosas que se rompían.

Tal vez Jim la había empujado con mucha rudeza, ella había tropezado y se había golpeado la cabeza de la peor manera. Y en ese mismo momento su hermano estaba allí dentro, en shock ante el cadáver, sin saber qué hacer.

O tal vez ella había matado a Jim sin querer.

No sería la primera mujer que le arrojaba cosas a Jim durante una pelea. Tal vez lo había golpeado con algo demasiado duro. Y en ese mismo momento estaba allí dentro, en shock ante el cuerpo sin vida de Jim, preguntándose cómo darse a la fuga sin que la atraparan.

O tal vez se habían herido mutuamente, y en ese mismo momento estaban los dos caídos en el suelo, desangrándose, demasiado aturdidos o débiles para pedir ayuda o al menos destrabar la maldita puerta.

O tal vez…

Pero a Sean ya no se le ocurrían más tragedias para explicar el súbito silencio dentro del trailer.

¡Mierda! Debería haberlo sabido. No debería haber permitido que Jim se encerrara en el trailer con esa mujer. No había forma de que aquello terminara bien. Su hermano estaba fuera de sí, y cuando llegaba a ese extremo, nada servía para calmarlo. Sean lo había intentado todo a lo largo de los años, y lo único que había funcionado era noquearlo a puñetazos.

Sean estrujó la lata vacía y la arrojó más allá de los guardaespaldas que custodiaban el trailer. Abrió la última cerveza del six-pack que Ron le alcanzara un rato antes.

Cinco minutos. Aguardaría otros cinco minutos y luego abriría la maldita puerta a puntapiés si era necesario. Y vería lo que hubiera para ver. No pasaría allí toda la condenada noche, esperando que…

El leve sonido tras él le causó el mismo efecto que un golpe de voltaje. Antes que pudiera darse vuelta, las piernas de Silvia aparecieron junto a su hombro. Alzó la vista hacia ella buscando cardenales, sangre, ropa desgarrada, lo que fuera. Y no halló nada.

Ella se apartó el cabello de la cara con un suspiro fatigado y encendió un cigarrillo. Habría reído de la mirada furibunda de Sean, que luchaba contra su impulso de sacudirla y preguntarle a gritos qué diablos le había hecho a su pobre hermanito.

—Jim saldrá en un momento —fue cuanto dijo, porque sólo tenía energía para un Robinson, y ése no era el mayor.

Sean la observó un momento más y se corrió hacia el extremo del estrecho escalón, dándole paso. Intentó disimular su incómoda sorpresa cuando ella se sentó a su lado. Permanecieron allí, Sean con su cerveza, Silvia con su cigarrillo, la vista baja, en completo silencio.

Escondidas tras la esquina de un corredor cercano, Jo le susurró a Claudia: —Ve por Deb.

Claudia ya había intentado averiguar qué ocurría, muerta de preocupación por su amiga, pero Jo había respondido con evasivas, que más que calmar sus temores los habían alimentado. Viendo que su amiga estaba bien, dejó a Jo para ir en busca de Deborah. Por suerte siempre estaba rodeada por un enjambre de asistentes, cuya función principal parecía ser que fuera más sencillo ubicarla.

Jim salió del trailer un par de minutos después, abrigado con su chaqueta militar, la gorra baja hasta los ojos. Sean y Silvia terminaron de descender la escalerilla para darle paso. Jim tomó la mano de Silvia, deslizando los dedos entre los de ella, y enfrentó a Sean.

—Nos vamos, hermano —dijo con voz cansada y enronquecida.

Sean asintió estudiándolo, intentando adivinar su estado de ánimo. Jim se veía pálido, exhausto, pero bien. Jim trató de sonreír al palmearle el hombro. Deborah llegó corriendo como para arrancar chispas del suelo de concreto y vio la mirada de advertencia que Jim le dirigía.

—Habrá un auto esperándote afuera —dijo, y le hizo una seña a Ron—. Él te llevará a la salida correcta.

Jim les dio la espalda y siguió al asistente sin prisa, dejándolo adelantarse. Sean y Deborah lo vieron alejarse de la mano con Silvia, hombro con hombro.

—¿Tienes idea qué…? —susurró Deborah.

Sean meneó la cabeza.




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