Sin Retorno

80. La Noche de Rehén

La noche intentó transcurrir por todos los medios a su alcance. Quería terminar, irse. Pero le resultó imposible. El tiempo seguía dando vueltas, buscando rumbo, oliendo rastros fríos de los fugitivos que se le habían escapado, y la noche era prisionera de su desorientación. De modo que se resignó a esperar que se dignara a rescatarla y se puso lo más cómoda que pudo en el balcón del Alvear Palace.

Vio a los fugitivos hablar, hablar, hablar. Cada tanto cambiaban de lugar o posición. Se inclinaban juntos hacia afuera, o él apoyaba la cabeza en las piernas de ella. Le daban la espalda para descansar contra la pared, uno en cada extremo del ventanal, o se sentaban hombro con hombro, las caras alzadas para ver correr las nubes sobre la ciudad. Los vio mirarse y sonreírse y besarse. Lo vio tenderse sobre la alfombra, rodeados por las salidas de baño que se quitaran con torpeza. Los vio abrir otra cerveza, encender cigarrillos y mirarla a la cara en silencio. Los vio volver a hablar. Sin carcajadas ni gesticulaciones, simplemente hablar.

Se preguntó desolada cuánto más tendrían para decirse, sin saber que no se estaban diciendo nada importante, no estaban sosteniendo ninguna conversación crucial e impostergable.

Derrengada, harta de maldecir el destino aciago que le impusieran estos dos insectos indiferentes, acabó cambiando sus planes de venganza apocalíptica por el anhelo más modesto y factible de unas horitas de sueño antes de volver a trabajar.

Entonces vio hacerse realidad lo que a esa altura era su deseo más descabellado: los fugitivos bostezaron y se apartaron del ventanal para ir a acostarse.

Apenas habían cerrado los ojos, abrazados y serenos, cuando el tiempo dobló la esquina. Venía sucio y despeinado, con el sticker de una banda de rock pegado en la espalda, agitado, exhausto tras aquella cacería larga y ardua. Encontró los ojos enrojecidos de la noche y consiguió sonreírle, señalando por encima de su hombro. Tras él, sobre el río marrón, una incierta línea de claridad intentaba dibujar el horizonte para dar paso a la mañana.




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