Sin Retorno

87. Detrás del Sol

Antes que Silvia pudiera responder al mensaje de Jim, Miyén le arrancó el teléfono de la mano y se lo cambió por un mate. Ella no protestó. Sabía que amigo tenía razón. Ya estaba bien. Hora de ponerle punto final al drama.

Como si fuera tan sencillo.

Estaban en la habitación de Silvia en Caseros, recostados en la cama, viendo una película en su tablet. Ella fumaba y tomaba mate. Sus ojos aún estaban inflamados pero permanecían secos. La ducha y la comida la habían ayudado a aclarar su cabeza. Se sentía agotada, y el propio agotamiento le impedía dormir. De modo que seguía recostada, quieta y silenciosa, acurrucada contra el costado de su amigo.

—Te dije que pensó que era yo —dijo de pronto.

—Ah, bueno, eso cambia todo, ¿no? Resulta que no es un hijo de mil putas sino un pelotudo de campeonato.

La respuesta de Miyén le arrancó una sonrisa. Por supuesto que lo cambiaba todo. Calmaba el dolor. Aunque conforme transcurrían las horas, comenzó a preguntarse si eso le hacía algún bien.

Claudia regresó al atardecer, y Miyén convenció a Silvia de bajar a cenar. El Comodoro estaba trabajando y Graciela era la discreción en persona. Silvia no tardó en disculparse para volver a su habitación, pero como prueba de buena voluntad, le dejó su teléfono a Claudia. Miyén gruñó por lo bajo.

—No te lo voy a dar para que te diviertas insultando a Jim.

Miyén resopló.

Sola en el dormitorio, Silvia se acostó para pasar lo que sabría que sería la peor noche de su vida en los últimos quince años, desde que murieran sus padres.

¿Tal vez si escuchaba un poco de música?

Pasó las siguientes horas escuchando una sola canción, Oculta Tras el Sol de Natalie Imbruglia, hasta que no le quedaron lágrimas por llorar.

La medianoche la halló despierta, mirando la luna por la ventana, luchando por enfrentar sus sentimientos.

Sólo entonces comprendió que el dolor apaciguado por el último mensaje de Jim era en realidad su orgullo herido. Y al receder ese dolor en particular, dejaba lugar para uno mucho peor. Apartaba los obstáculos para que pudiera lanzarse a atravesar el espejismo en una carrera desenfrenada y acabar estrellándose contra la pared que cerraba aquel callejón sin salida más allá de la cortina de humo.

Y en aquella medianoche horrible, se vio obligada a reconocer que no sólo se había quedado sin lágrimas. También se había quedado sin esperanzas.

Cualquier sueño que hubiera abrigado en secreto respecto a Jim estaba muerto y enterrado. Estaba desesperadamente enamorada de él, y su amor la había llevado a lugares que jamás había creído que aceptaría. Pero después del vértigo y la locura, ella aún era ella, el producto de treinta y cinco años de lucha y logros, altibajos, pérdidas y hallazgos, azar, errores, ideas, emociones.

No podía evitar ser quien era. Porque si tenía que ser honesta, se sentía bien siendo así. Y esta persona que era, esta personalidad que no quería modificar porque aún la sentía válida y verdadera, se negaba rotundamente a nuevas proyecciones.

Y comprendió, tan sorprendida como desolada, que ya ni siquiera quería soñar con volver a ver a Jim. No después de lo que viviera en los últimos tres días. Todo ese circo estaba bien para un fin de semana, tal vez incluso un mes, un año si era más ingenua que optimista.

Pero eso era todo.

No sabía si estaba a la altura de las circunstancias porque había dejado de importarle.

La verdad pura y dura era que todo eso jamás le había interesado, y el último fin de semana no sólo no había cambiado su opinión, sino que la había reforzado.

Las mujeres, la gente gravitando alrededor a toda hora, la exposición constante al público, la total falta de control, los abruptos cambios de humor de Jim. Sin mencionar esos rincones oscuros de su personalidad que ella sabía se había cuidado de mostrarle.

Pero ése era él. Toda la luz y todas las sombras. El gozo, la locura, el talento, el volcán en sus entrañas y el hielo en su mente. Ésa era su naturaleza más verdadera e íntima, lo que lo hacía ser quien era.

Silvia lo comprendía y lo aceptaba. Lo amaba por ser así. No hubiera querido que dejara de ser él mismo bajo ningún concepto.

Pero no quería nada de eso en su vida.

Por eso estaba obligada a dejar de esconderse detrás del sol, dar la espalda al resplandor deslumbrante que la cegaba para enfrentar lo que había sucedido. Y de alguna manera debía hallar el valor de decir que no.

Tal vez amara a Jim por el resto de su vida, pero no quería estar con él, ni entonces ni nunca.




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