Sin Retorno

90. Conversación Repetida

Miyén y el Comodoro acompañaron a Silvia y Claudia al aeropuerto el martes al mediodía, y sólo cuatro horas después, las dos amigas se sentaban a tomar mate en la Roca Negra. Silvia seguía pálida y silenciosa, pero insistía en que estaba bien, y Claudia notó que apenas prestaba atención a su teléfono, como si no esperara que Jim intentara contactarla, ni quisiera contactarlo ella tampoco.

Y así era. No quería.

Paola no tardó en llegar, para que Claudia pudiera ir a Beltane antes que su perra destrozara la cabaña. Silvia se sorprendió al ver que su perro llegaba con ella. Max solía pasar el día en la calle, y sólo venía de visita a cenar.

—En algún momento me voy a quedar sola, ¿saben? —advirtió, divertida por la actitud de sus amigas—. ¿Y qué creen que va a pasar entonces?

—Le vas a escribir —respondieron sin vacilar.

—Esta noche tocan en Santiago. Ya deben estar probando sonido, y van a terminar tarde. —La expresión de sus amigas la hizo reír suavemente—. Estoy bien, en serio. Bueno, quizás no, pero voy a estar bien. Y no sé por qué tanto escándalo, como si necesitara el teléfono para cortarme las venas. Las cucharas también sirven.

El humor negro funcionó, y Claudia se encaminó a la puerta todavía riendo. Las palabras de Silvia la detuvieron en el umbral.

—No creo que Jo me mande nada de lo que estuvo filmando este fin de semana, o sea que te va a mandar todo a vos. Ni se te ocurra aplicar censura, porque tengo cuarenta formas de ponerme en contacto con ella cuando se me ocurra.

Claudia se limitó a asentir, sorprendida por la advertencia que latía en la voz de su amiga. Cuando se fue, Silvia optó por ir a la cocina a hacer más mate, adivinando que precisaría toda su paciencia para enfrentar a Paola. Porque Claudia había estado allí con ella todo el fin de semana, y tenía una perspectiva más completa de lo que sucediera. Pero Paola sólo tenía hechos carentes de contexto. Y como que la conocía, se anotaría gustosa para secundar a Miyén en sus planes de venganza contra Jim por lastimarla.

Y Silvia no quería tener que defenderlo ni explicarlo. No quería permitir que sus amigos lo criticaran frente a ella, ni se uniría a las críticas para evitarse sermones.

El tarro de yerba estaba vacío. Revolvió la cocina, pero lo único que encontró fue un paquete chico de la yerba más barata y fea que se podía comprar en el supermercado. El hereje de Tobías había aplicado economía doméstica en el lugar equivocado. Nada qué hacerle. Ya iría de compras a la mañana siguiente, antes de ir a trabajar.

Al traer el mate a la mesa, se dio cuenta que no estaba dispuesta a permitir que los juzgaran, a Jim y a ella, simplemente porque eran sus amigos.

—Estamos por tener una conversación repetida —dijo con tono casual, dejando que Paola se encargara del mate para aprovechar la rara ocasión en que su perro se dignaba a trabajar de mascota y se dejaba acariciar.

—No es obligatorio —terció Paola, tomando el primer mate—. ¡Mierda! ¿Qué yerba le pusiste al mate?

—La única que había.

Paola meneó la cabeza escandalizada y enseguida sonrió, alzando las cejas. —En una de ésas no hace falta que hablemos lo mismo que el año pasado, cuando volviste de encontrarte con otro gringo.

Silvia aceptó un mate suspirando. —Dios, me gustaría cansarme de ser tan tarada y dejar de vivir situaciones repetidas. Al menos ésta.

—Dicen que cuando la vida te empuja a enfrentar la misma situación más de una vez, es porque hay algo que no terminás de aprender.

—Puede ser. ¿No usar tanta internet?

—Aflojarle a los gringos.

—O al menos no engancharme tanto.

—Para mí el problema no es la endorfina sino la adrenalina.

—¿Me estás diciendo que tengo alma de Ferrari y estómago de monopatín?

—Vos lo dijiste, no yo.

Rieron las dos por lo bajo.

—¿Y entonces en quién me fijo? ¿Comerciantes? Trabajan demasiado.

—¿Docentes?

—Dios me libre y me guarde. ¿Ingenieros? Bariloche está lleno de ingenieros.

—Y de atómicos.

—Olvidate. ¿Y si traen uranio a casa? Da miedito.

—¿Más miedito que un narco golpeador o un rockstar carismático?

—Andá a cagar.

—En cualquier momento, con esta yerba de mierda.

Paola le tendió otro mate estudiándola y esperó a que Silvia la enfrentara.

—No estás enojada con él. —Lo afirmó, no lo preguntó—. ¿Qué vas a hacer?

—Nada. Literalmente.

—¿Pensás que no va a tratar de hablar con vos?

—No, no creo. Va a seguir subiendo cosas al Hey, Jay! Sabe que voy a leer, escuchar y mirar cualquier cosa que postee. Puedo vivir con eso, y lo que es más, por ahora lo necesito. Sólo espero que no se le ocurra llamarme o desaparecer, porque no estoy preparada para tanto. Pero me conoce, y no creo que lo haga.




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