Sin Retorno

93. Rutinas

Volver a trabajar, comer, dormir, jugar un rato con su hermano antes de irse a dormir, tomar hectolitros de mate, caminar con su perro para tomar el autobús, contemplar por la ventanilla cómo las nubes corrían sobre el lago, escuchar su lista de reproducción más girly. La rutina le ofrecía un refugio seguro al que Silvia regresó agradecida. Y el miércoles por la noche, la notificación del Hey, Jay! era parte de aquella rutina.

Decidió que se sentía lo bastante fuerte para asomarse al blog. Llevó mate y cigarrillos a su habitación, eligió Full of Grace de Sarah McLachlan para escuchar y se sentó en medio de la cama con su tablet.

Fue un alivio ver que Jim no había escrito nada. Sólo había posteado cuatro fotos, y no la sorprendió el nudo que le cerró la garganta al verlas. Cuatro fotografías, una por cada día que habían pasado juntos. Una sonrisa se empeñó en curvar sus labios al ver los títulos que Jim escogiera para cada imagen.

La primera se llamaba Los Sospechosos de Siempre y eran ellos dos abrazándose en el momento del reencuentro.

La segunda era de la prueba de sonido del viernes. La mostraba sentada sobre la valla, Jim arrodillado en el escenario frente a ella. Cantaban Touch, inclinados hacia adelante, sonriéndose, y Jim la había titulado El Corazón de la Tempestad.

La tercera la sorprendió, porque era de los cinco minutos que los norteamericanos pasaran en Plaza Francia con ella y sus amigos. No había visto a Jo sacarla, pero por el ángulo, sólo podía haberla tomado ella o Karim, y Silvia no creía que Karim se la hubiera enviado a Jim. Rió suavemente al ver que el título era Abajo con el Extranjero.

La última era una panorámica hermosa del boulevard de la costanera en Buenos Aires al amanecer, y Jim la había llamado Perros en el Patio, como la canción.

—Claro que sí —murmuró sonriendo, un destello húmedo en sus ojos.

No dejó comentarios en ninguna de las fotografías, tal como decidiera durante aquella medianoche espantosa en Buenos Aires, a mil seiscientos kilómetros, cuarenta y ocho horas y una vida de distancia de ese miércoles en su casa.

En realidad no le quedaba nada para decirle. Y no importaba, porque él siempre tendría música y palabras por los dos.

Aún necesitaba saberlo cerca, y con las pequeñas precauciones que tomara, internet era terreno seguro.

Tarde o temprano hasta eso quedaría atrás.

Como esas canciones que descubría de tanto en tanto y la enamoraban de inmediato. Las escuchaba a toda hora durante días y semanas, incluso meses, hasta que paulatinamente se mezclaban con el resto de la música que le gustaba.

Y comparar a Jim con una canción era la metáfora perfecta.

Aún tenía la canción-Jim a tope de todas sus listas de reproducción, y la escuchaba fuera donde fuese. Hasta que la canción-Jim hallara la lista en la que encajaba mejor y allí se quedaría.

Llegaría un momento en que sólo la escucharía mientras trabajaba o escribía, música de fondo que no la distrajera. Y un día se descubriría tarareándola en la ducha o por la calle. Precisaría un momento para reconocerla, y tal vez ya no recordara toda la letra.

Era consciente de que se trataba de una cuestión de tiempo, porque no podía cambiar sus sentimientos de la noche a la mañana. Sólo podía dejar pasar el tiempo y dejarlo hacer su trabajo. Tratar de forzar el proceso era un desperdicio de energía, y sólo lo haría más vívido y vigente.

Ya llegaría el día en que podría volver a escuchar No Return como antes de conocer a Jim. Pero el camino a ese día sólo podía ser recorrido paso a paso. ¿Y cuál era la prisa? Al fin y al cabo, tenía toda la vida para olvidarlo.

En ese paso a paso de regreso a la normalidad, a su vida de siempre, a sí misma, a la rutina que elegía y disfrutaba, los jueves eran una pinta de cerveza artesanal con sus amigos al salir de trabajar, antes de volver a casa.

Le escribió a su hermano para avisarle que no la esperara para cenar, y al salir de la oficina fue directamente al bar a encontrarse con sus amigos. Fue una noche amena, divertida. Regresó en el autobús de medianoche con Claudia y los otros que vivían en esa zona. Halló a su perro haciéndole compañía a la perra de Claudia a través de la cerca, como siempre, y siguió con él hacia su casa por las calles desiertas y tranquilas. Preparó mate con la yerba decente que comprara el día anterior y se sentó a jugar con su hermano. Nada como matar zombies antes de irse a dormir.

Serena, de buen humor, decidió llevarse la tablet a la cama para leer un rato. Esa noche había sido el último concierto de No Return en Santiago, el cierre de la gira latinoamericana. Jim le había contado que las noches de cierre, los músicos solían salir a celebrar con todo su equipo. Sabía que no hallaría nada nuevo en el Hey, Jay! Y era precisamente por eso que abrió el blog. Para tener un anticipo de cómo sería el día que Jim acabara por aburrirse y lo olvidara.

—Mierda —gruñó entre dientes cuando la notificación la encontró en la página principal, que se actualizó automáticamente ante sus ojos.




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