Sin Retorno

97. Autopista al Infierno

Treinta minutos después, al otro lado de Los Andes, sonó el teléfono de Silvia. Y continuó sonando hasta despertarla. Atendió aferrándose la cabeza para que no le estallara.

—¡Prendé la televisión! —ladró Paola.

—¿Qué?

—¡Levantate y poné las noticias! ¡Es Jim!

Silvia se las compuso para salir de la cama sin caerse y se tambaleó hasta el comedor, aguantando las náuseas, empujada por la urgencia de su amiga. ¿Qué ocurría? ¿Qué podía haber hecho Jim para que Paola la llamara tan temprano un sábado por la mañana?

Encendió la televisión y buscó los canales de noticias. Nada. Ningún Jim. Todos los canales nacionales transmitían en vivo una toma aérea de un choque en cadena en una autopista.

—Porteños de mierda —gruñó, pasando canal tras canal—. Como si a los que vivimos en el interior nos importaran los accidentes en Buenos Aires.

Oyó que Paola le hablaba y recordó volver a alzar el teléfono hasta su oreja.

—No lo encuentro, nena —murmuró, frotándose el estómago para aquietar las llamas y los retorcijones—. ¿Qué viste?

—¿Cómo que no lo encontrás? ¡Está en todos los canales!

—¿De qué planeta? Lo único que hay es un choque en cadena.

—¡Es eso, pelotuda! ¡Son ellos!

Recién entonces Silvia reparó en el título sobre fondo rojo al pie de la pantalla: “Santiago de Chile: banda norteamericana atrapada en choque en cadena.” Cortó sin despedirse y soltó el teléfono sobre la mesa con mano temblorosa. Subió el volumen, el fuego en su estómago de pronto quemándole el pecho con un miedo cruel, que evaporó todo rastro de alcohol de su cuerpo. Y barrió el resto del universo. Encendió un cigarrillo volviendo a saltar de canal en canal, pero nadie parecía tener demasiada información.

Se limitaban a repetir que No Return, la banda americana que tocara en Buenos Aires el fin de semana anterior, iba de camino al aeropuerto de Santiago cuando un camión con acoplado había perdido el control, y el ómnibus que transportaba a los músicos había quedado atrapado en un choque en cadena masivo, que aún mantenía cortada la autopista.

Las imágenes aéreas mostraban tres camiones gigantescos y una docena de vehículos particulares chocados, volcados, algunos de ellos en llamas. En un canal congelaron esa imagen y agregaron un círculo rojo para resaltar una porción en particular.

Las piernas de Silvia se negaron a seguir sosteniéndola y se derrumbó en una silla con un gemido ahogado.

El círculo mostraba un ómnibus volcado contra uno de los camiones, rodeado de bomberos y paramédicos, mientras un helicóptero sanitario despegaba de un sector despejado al otro lado de la autopista. El ómnibus parecía partido al medio, y la parte delantera no era más que un amasijo de hierro retorcido. Justo donde Jim solía sentarse con Sean, Jo, Tom…

—¿Qué pasó?

La voz enronquecida la sobresaltó lo suficiente para volver a pararse y mirar hacia los dormitorios, los ojos llenos de lágrimas. Había un hombre desnudo a mitad de camino entre el baño y su habitación. ¿Quién mierda? Sí, sabía quién era aunque no recordara su nombre. Lo había conocido en la disco a la que fuera con sus amigos poco antes del amanecer. Y el motivo de su presencia saltaba a la vista. Literalmente.

—Vestite y andate —le dijo Silvia—. Ya mismo.

Volvió a prestar atención al televisor porque parecían haber recibido más información.

Uno de los músicos estaba muy grave y había sido evacuado en helicóptero al hospital más cercano. Los demás integrantes de la banda también habían resultado heridos, aunque ninguno de tanta gravedad. Se creía que al menos la mitad de los pasajeros del ómnibus estaban lesionados y se hablaba de un muerto entre el personal técnico. Todos los heridos estaban siendo trasladados a los hospitales de la zona.




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