Sin Retorno

100. Buenas Noticias

—Despierta, Jay.

Jim abrió los ojos sobresaltado y se irguió con tanta brusquedad que un mareo fugaz nubló su vista. Silvia lo ayudó a incorporarse para ir al encuentro del médico que salía de la habitación de Sean. Tim, Ron y Tom no tardaron en rodearlo.

La productora local había enviado un par de asistentes bilingües para ayudar a los norteamericanos, que ignoraron al muchacho que flanqueaba al médico y se volvieron hacia Silvia para que les tradujera el diagnóstico de Sean.

Ella no ocultó su sorpresa, pero se tragó su incomodidad y explicó:—Pues, la cirugía salió bien. Sean está fuera de peligro, aunque su estado sigue siendo crítico y tiene que permanecer en terapia intensiva al menos un par de semanas más. Ahora acaba de despertarse. Uno de ustedes puede entrar a verlo cinco minutos.

Jim no esperó que terminara de hablar para adelantarse solo hacia la puerta corrediza. La cerró tan pronto la traspuso, y cerró también las cortinas antes de acercarse a la cama con cautela. Los ojos inflamados de Sean permanecían cerrados por encima del cuello ortopédico y la máscara de oxígeno, bajo el grueso vendaje que le envolvía la cabeza. Jim lucho por controlar su horror y su miedo al ver así a su hermano mayor, preguntándose cuánta vida podía quedarle en su cuerpo lleno de heridas, cómo lograría sobrevivir.

En ese momento Sean intentó abrir los ojos. La mano que aún podía mover emprendió el arduo viaje hacia su cara, para apartar la máscara de oxígeno e intentar hablar.

—Jo está bien —se anticipó Jim con sonrisa tranquilizadora—. Un poco golpeada, nada grave. La tienen en observación.

El visible alivio de Sean le estrujó el corazón a Jim. Notó que aún quería hablar y le alzó un poco la máscara.

—¿Tú? —musitó Sean con voz pastosa.

Jim intentó una pequeña broma. —Mejor que tú, como siempre —respondió, volviendo a acomodarle la máscara—. Descansa, yo estaré aquí si me necesitas.

Sean logró asentir y cerró los ojos. Jim rodeó la cama y acercó un silloncito para sentarse, decidido a no dejar la habitación a menos que lo hiciera con su hermano.

En el pasillo, Lorna interrogaba al chico de la productora mientras Tom, Ron y Tim conferenciaban a pocos pasos, de pronto obligados a tomar todas las decisiones por todo el grupo. Silvia los dejó deliberando y se asomó a la habitación vecina a la de Sean.

Deborah y Jo dormían, aunque la chica abrió los ojos al escuchar la puerta. Vio a Silvia y tendió una mano temblorosa hacia ella, sofocando un gemido.

—¡Sean!

Silvia se apresuró a tomar su mano con sonrisa tranquilizadora. —Está bien, no te preocupes. Acaba de despertar y Jim está con él.

Jo cerró los ojos, cubriéndose la boca con su otra mano, incapaz de contener su llanto. Silvia le acarició el cabello conmovida.

—¿Está vivo? —murmuró Jo—. ¿En verdad sobrevivió?

—Vamos, ya conoces a tu novio. Duro de matar.

Jo dejó escapar una risita entrecortada y respiró hondo, intentando serenarse. —Mierda. Qué bueno que estés aquí, amiga —dijo.

—Lo bueno es que ustedes están todos enteros y recuperándose.

—¿Lorna?

La voz pastosa desde la otra cama las hizo volverse hacia Deborah, que intentaba abrir los ojos. Silvia trajo una silla para sentarse entre ambas camas y les contó lo que sabía. Habían sobrevivido todos y Sam se recuperaba en otra unidad de cuidado intensivo individual al final del pasillo. Ron ayudaba a Tim y Lorna a mantener todo bajo control.

No había volado dos mil quinientos kilómetros para esto, pero era agradable poder darles buenas noticias en semejante situación.

Dos enfermeras entraron a revisar a las pacientes y le pidieron que aguardara afuera. Allí la encontró el médico de Sean, que pasaba a paso rápido y se detuvo al reconocerla, decidido a desahogarse.

Los norteamericanos sacaban de quicio a todo el mundo. Ignoraban las instrucciones de los médicos, no atendían a los traductores que enviara la productora y enloquecían al resto del personal, que ya no sabía qué hacer con ellos.

—¡Y para peor, ahora ese loco se metió en la unidad de terapia intensiva y se niega a salir, para que dejar descansar al paciente y que atendamos sus propias lesiones!

Silvia tuvo que tragarse la risa para explicarle que estos gringos excéntricos funcionaban como una gran familia, y estaban perdidos sin su matriarca, de modo que era aconsejable permitir que Deborah recuperara tanto control como fuera posible, lo antes posible. En cuanto al loco en la habitación de al lado, lo mejor era dejarlo tranquilo, porque la única manera de separarlo de su hermano sería llamar a los Carabineros. Muchos Carabineros.

A pocos pasos, tras la puerta y las cortinas cerradas, el loco permanecía sentado en su sillón junto a la cama, las manos cruzadas ante su boca, la mente en blanco, los ojos pálidos fijos en Sean.

Contemplaba descansar a su hermano, absorbiendo su calma, permitiéndole actuar en él. Y Sean dormía en calma porque él estaba vivo y a su lado, velando su sueño.




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