Sin Retorno

103. Nada Más

Fue una cena breve y silenciosa; los cuatro músicos y Silvia devoraron la comida que trajera Ron como si hubieran pasado semanas sin comer. Luego ella recogió y limpió toda evidencia incriminatoria y amenazó a los músicos con inyecciones de medianoche si no se iban a dormir. Tom, Walt y Liam prometieron buena conducta riendo.

Jim volvió a tomarla de la mano tan pronto salieron al pasillo, esperando que ella intentara soltarse, o que hiciera o dijera algo. Silvia se limitó a apoyar la cabeza en su hombro mientras se encaminaban sin prisa a la habitación de Sean.

Jim se detuvo en el umbral, sorprendido de hallar a Jo allí. La chica los vio entrar y besó la mejilla de Sean.

—Buenas noches, amor —susurró, y bajó de la cama con ayuda de Silvia.

Salieron a paso lento y Jim rodeó la cama para ir a sentarse en su sillón. Al regresar, Silvia lo halló profundamente dormido. Lo arropó con la manta que usara Jo, besó su cabello y salió de puntillas.

Un momento más tarde se sentaba en el frío piso del baño, cigarrillo y tablet en mano, para tratar de fechar sus pasajes de vuelta para el día siguiente.

Te amo. Las palabras de Jim seguían dando vueltas en su cabeza. ¿Te amo? Necesitaba largarse de allí lo antes posible. De lo contrario, Jim continuaría probándola, presionándola, y aquél no era el lugar ni el momento para explicarle que él no la amaba a ella, sino la idea de ellos juntos. Porque a Jim le encantaba romper las reglas, y la latina anónima y ordinaria le calzaba como anillo al dedo para hacerlo.

Confirmó su asiento en los dos vuelos y alzó la vista, contemplando la danza lenta y caprichosa del humo de su cigarrillo.

Si bien no podía modificar sus propios sentimientos, se negaba a jugar un papel tan humillante, la excusa para que Jim volviera a protagonizar programas de chismes.

No tenía nada de malo marcharse tan pronto, repitió para sus adentros. Hasta podría ir a trabajar normalmente el lunes, sin perder el día ni el presentismo. A Jim no le importaría. Estaba demasiado preocupado por Sean. Y cuando regresara a Los Ángeles, una de sus fiestas glamorosas le bastaría para comprender su error, y que nunca la había querido como otra cosa que una amiga. Tal vez una amiga cercana, pero nada más.

Cerró los ojos.

Por supuesto. Ése era el significado de lo que le dijera en Buenos Aires.

Así como el shock del accidente lo hacía buscar en ella una clase de consuelo y contención que nadie en su equipo podía ofrecerle, le había hecho el amor porque saltaba a la vista que ella moría por pasar la noche con él.

Para alguien que consideraba el sexo como un pasatiempo, seguramente un polvo calificaba como la clase de cosa que uno hace por un amigo.

A eso se refería con lo de pertenecerse mutuamente.

Siempre se pertenecerían, sin importar con quién estuvieran en pareja, porque siempre serían buenos amigos, como desde que se conocieran.

El suave beso en su frente fue suficiente para que Jim abriera los ojos, porque había una sola persona en el mundo que lo despertaría así. La luz de la mañana llenaba la habitación de Sean; él seguía en el sillón, reclinado sobre su costado sano con la cabeza en el apoyabrazos, cubierto por una manta liviana. Silvia estaba acuclillada frente a él.

Jim se irguió frotándose los ojos. —Qué —murmuró.

—Me voy, Jay —susurró ella—. Sólo quería avisarte.

—¿Qué? —Jim logró no alzar la voz—. ¿Cómo que te vas?

—Lo siento, pero ya tengo los dos vuelos confirmados, y tengo que ir a trabajar mañana.

—Aguarda.

Jim se levantó frotándose la cara y se apresuró hacia el pequeño baño de la habitación.

Silvia se irguió para aproximarse a la cama, donde halló los ojos oscuros de Sean fijos en ella como para sacarle una radiografía de cráneo. Se obligó a sonreírle. No resultaba sencillo enfrentar a este hombre que la quería lo más lejos posible de su hermano, y jamás se había molestado por ocultarlo. Por suerte estaba inmovilizado en la cama, y la máscara de oxígeno no le permitiría dar su opinión en voz alta.

Apoyó una mano sobre la de Sean y se tragó una risita nerviosa al verlo fruncir el ceño. Si las miradas mataran.

—Lorna traerá a Jo por la tarde —dijo. Se sintió tentada de besarle la frente sólo para molestarlo, pero se limitó a presionar su mano—. Cuídate, Sean. Que te recuperes pronto.

Retrocedió al mismo tiempo que Jim salía del baño. Él vio que su hermano estaba despierto y se acercó al lecho.

—Regreso enseguida —dijo.

Espero a que Sean asintiera levemente y se volvió hacia Silvia, indicándole que lo precediera hacia el pasillo. Ella lo detuvo al verlo dirigirse al mostrador de las enfermeras.

—Es por aquí, Jay —terció señalando el recodo.

—Les pediré que nos llamen un taxi.




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