Sin Retorno

104. Nieve Nueva en Tierra Vieja

Ese año el invierno irrumpió en la Patagonia como un ejército invasor, en las alas de vientos helados que alejaron todo vestigio de nubes, dejando que la temperatura se desplomara para mantenerse así durante meses. La escarcha no tardó en anidar en los rincones que el sol pálido y lejano no tocaba, las montañas se cubrieron con gruesos mantos blancos, los días se acortaron en lo que pareció un abrir y cerrar los ojos.

Como cada invierno, la vida social de Silvia se adoptó al clima riguroso. Era la época del año para reunirse en su casa con sus amigos más cercanos, en vez de encuentros numerosos en el bar.

Era la época de reforzar la red de afecto y contención que le había permitido pasar los últimos tres años, desde que conociera a Pat, jugando a la trapecista. La red que había evitado que acabara hecha puré en el suelo cada vez que los trapecios se desvanecían ante sus manos tendidas, en general después de un triple salto mortal.

Era la época de largos juegos de mesa, maratones de series de televisión, ríos de mate, té, café. Y horas y horas de plática. Era acurrucarse al calor de la amistad, aguardando que el invierno retrocediera para inaugurar una nueva temporada de vida social puertas afuera.

Y a veces, durante aquellas noches con Paola, Claudia y Karim, la conversación derivaba hacia Jim. Los meses intentaban atenuar el dolor, y Silvia hasta se sentía de humor para mostrarles algo que él había subido al Hey, Jay! Como la foto de Sean a punto de darle un puñetazo, que venía a demostrar que su rehabilitación iba tan bien, que ya podía cerrar el puño sin inconvenientes.

En esas ocasiones, sus amigas no podían evitar preguntarle qué, cómo, por qué.

Qué sentía por él, cómo había llegado a asumir una actitud tan definitiva, por qué seguía pendiente de cuanto él posteaba para ella pero se negaba rotundamente a dejar ningún tipo de respuesta. Qué esperaba de un vínculo tan desgastado, cómo podría seguir adelante si se negaba a admitir el punto muerto en el que se hallaba encallada, por qué no le ponía punto final.

Pero ella les daba invariablemente las mismas respuestas, hasta que dejaron de preguntar. Que era exactamente lo que ella quería, porque no iba a inventar respuestas diferentes sobre una situación que no había cambiado.

Aún lo amaba, sí, siempre. Pero su amor era un cobarde egoísta que prefería evitar cualquier confrontación directa con él. A nadie le gusta que le escupan la cerveza, a su amor por Jim tampoco. La personalidad virtual de Jim le resultaba más manejable que la real, más segura. Era el Jim con el que sabía y podía lidiar, y no quería perderlo. No aún.

Sus amigas la conocían lo suficiente para darse cuenta que eso no era más que la superficie del tema. Argumentaban que durante aquel fin de semana en Buenos Aires, Jim no había tenido oportunidad de ser él mismo, más allá del rockstar.

—Ya sé, como también sé quién es cuando se desprende del rockstar —respondía Silvia—. Así lo conocí, ¿se acuerdan? Ése es “mi Jay”. Pero no puedo vivir causando inundaciones para pasar un fin de semana tranquilo con él. Y después de tantos años de luminarias, esa parte de su personalidad dista de ser la dominante.

La alternativa era tratar de sobrevivir hasta que el rockstar se aburriera y se fuera a alborotar a otro lado.

—Seguro, ¿cómo?

Touché —reconocían sus amigas.

Junto con las respuestas repetidas de Silvia, la Hermandad se veía obligada a enfrentar el misterio de la conducta del propio Jim, que continuaba posteando imágenes, videos y escritos para ella. Nunca parecía esperar respuesta, así como nunca hablaba abiertamente de sus sentimientos. Pero el hecho puro y duro era que tres meses después de que se vieran y hablaran por última vez, en Chile, Jim Robinson aún hallaba tiempo y cosas para compartir con Silvia, como si no fuera lo mismo que hablarle a una pared.

En su rol de Madre Superiora, Silvia se sentía en la obligación de ayudarlas a ver las cosas con más claridad.

—El árbol les está tapando el bosque, chicas. ¿Saben por qué lucho por ser quien es? Porque no puede vivir sin público. ¿Saben por qué sigue posteando cosas para mí? Porque me dijo que me amaba y yo me fui igual.

Cuando se ponía tan ácida, sus amigas optaban por renovar el mate y poner otro episodio de Supernatural.

A Silvia le hubiera gustado tener una manera más agradable de explicarles que Jim no estaba enamorado de ella. La quería, sí, porque por algún motivo la consideraba su igual. Por eso seguía actualizando el Hey, Jay! Porque se negaba a renunciar a la persona entre su numerosa audiencia que él había distinguido con su afecto.

Pero había un largo trecho de allí al amor, carne y hueso y mal aliento por la mañana. Una distancia que Jim sólo fingía recorrer para mantenerla atrapada.

Porque nadie le decía que no a Jim Robinson.

Silvia odiaba que sus razonamientos llegaran tan lejos, empujándola a enfrentar los aspectos más duros, más difíciles de aceptar. Todo lo demás tal vez vacilara, sola ante el Hey, Jay! viendo o leyendo algo que la tocaba especialmente. En esos momentos, sus sentimientos parecían desbordar su corazón para llenarle los ojos de lágrimas y la boca de palabras que se negaba a decir otra vez. De modo que luchaba por tragarlas aunque se le atragantaran, obligándose a mantenerse realista.




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