Sin Retorno

107. Una Canción

Miyén la encontró con los brazos cruzados sobre la mesa y la cara oculta entre ellos, llorando como si su corazón estuviera por romperse en mil pedazos. Se sentó junto a ella y le rodeó los hombros con su brazo en silencio, pero Silvia no lograba calmarse.

Vio la tablet y el video aún en pantalla, y decidió echarle un vistazo para saber a qué se enfrentaba. Se puso los auriculares y reprodujo el video, su brazo de nuevo en torno a los hombros de Silvia. Le llevó sólo un momento comenzar a maldecir entre dientes, tan pronto escuchó la letra.

No puedo explicar cómo me siento
Cuando no estás aquí
No puedo explicar lo que me pasa por la cabeza
Cuando no estás aquí.

Y sin darme cuenta te perdí.

Toma mi corazón, mi nombre
Cuanto poseo te pertenece
Nuestros corazones son iguales
Cuanto poseo te pertenece.

No puedo explicar cómo te traté
Cuando estabas aquí
No puedo explicar las cosas que te dije
Cuanto estabas aquí.

Y sin darme cuenta te perdí.

Toma mi corazón, mi nombre
Cuanto poseo te pertenece
Nuestros corazones son iguales
Cuanto poseo te pertenece.

Mi maravilla, mi todo
Regresa a mí.

Miyén se arrancó los auriculares todavía gruñendo y Silvia intentó enjugar sus lágrimas, agitada.

—Bien, no hay que ser un genio para darse cuenta que esto es un golpe bajo —dijo Miyén, obligándose a mantener la calma—. En realidad es más como una andanada de mierda. ¿Hubo algo en especial que te pegó tan mal?

Silvia trató de responder pero se le quebró la voz. Sacudió la cabeza y ocultó la cara contra el hombro de su amigo. Él aguardó frotándole la espalda en silencio.

—¡Que no me alcanza! —gimió Silvia de pronto.

Miyén frunció el ceño desconcertado. Repitió las palabras de Silvia para sus adentros, sin hallarles más sentido que antes. Ella logró sentarse derecha, se secó la cara, señaló la tablet. Precisó un par de intentos para decir otra oración completa.

—Cuesta creerlo. Es una canción excelente, ¿y la hizo para mí? ¡Mierda! Pero… —Suspiró desalentada—. Lo que yo necesito es un hombre, Miye. Un hombre de carne y hueso y acá conmigo. No me sirve un rockstar en el escenario, desperdiciando su talento en mí porque me atreví a decirle que no.

—¿Qué? —exclamó Miyén sin salir de su asombro—. Pero, Sil, te está diciendo que te ama.

—No, Miye. Canta una canción sobre echar de menos a alguien a quien no trató tan bien como hubiera debido. Sí, tal vez se refiere a mí. ¿Y eso qué cambia? Aun si la canción dijera que me ama, ¿qué significaría? Tal vez es sólo para que rime, porque te quiero como amiga es demasiado largo. Sólo Queen podía hacer canciones sobre amigos que sonaran bien. Y como dijo Paola, Deacon se la escribió a su esposa.

Miyén alcanzó a sostenerla cuando se derrumbó en sus brazos, llorando desesperadamente.

—¡No puedo, Miye! ¡No puedo seguir arriesgándome así! Sé que soy una cobarde, que tendría que mandarlo a la mierda y ya. ¡Pero eso lo haría empecinarse más! ¡Y esto es otro callejón sin salida! ¿Está tan mal, Miye? ¿Tan terrible es que no quiera que vuelvan a lastimarme?

 

PLAYLIST #3

 




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