Sin Retorno

110. La Infiltrada

La cabeza de Jo asomó por encima de la división entre los asientos.

—¿Estás despierto?

Un momento después palmeaba las piernas de Jim para que le hiciera lugar para sentarse, con una copa de champagne y su teléfono.

—Aquí tienes —sonrió, dándole la copa a Jim.

Él la sostuvo en silencio. Jo se estiró hacia su asiento para procurarse otra copa y una botella de champagne, que dejó en la mesa lateral.

—¿Dónde obtuviste esa botella?

—Me la dejaron porque era la única que estaba bebiendo champagne. —Jo le mostró su teléfono—. Sé dónde podemos hallar a Silvia.

Jim asintió instándola a continuar. Sí, sabían el nombre de la ciudad donde vivía, y él tenía su número de teléfono y su nombre completo, hallarla no podía resultar demasiado complicado.

Jo le tendió su teléfono, donde Jim vio una publicación de Silvia en Facebook de pocas horas atrás.

—¿La sigues?

—Las tengo entre mis amigos, a ella y a Claudia. No nos mantenemos en contacto realmente, sólo comentarios casuales. Pero se me ocurrió que podía servirnos. —Jo tocó la pantalla para mostrarle un mapa con dos marcadores rojos—. Éste es el bar donde se reúne con sus amigos —explicó señalando uno de los marcadores—. Mañana celebrarán un cumpleaños allí, a las nueve.

—¿Y el otro marcador?

—Nuestro hotel.

Jim amplió el mapa. —¿Nos alojaremos a sólo una calle del bar? —preguntó sorprendido.

—Por eso escogí ese hotel.

—Ya veo. ¿Le avisaste que veníamos?

—¡Jamás! No me perdería su cara al verte por nada del mundo.

Jim desvió la vista con una mueca. —Pues no esperes una fiesta de bienvenida.

Jo frunció el ceño desconcertada. —¿Tú crees que ella…? ¿Entonces por qué vinimos?

Jim no sentía el menor deseo de dar explicaciones, pero era Jo, de modo que volvió a enfrentarla forzando una sonrisa.

—Claro que me quiere, pero no me quiera cerca. Tú sabes bien que es fácil quererme, aunque quienes se acercan demasiado, luego no me echan en falta. —Se encogió de hombros—. Ella lo aprendió de la peor manera, y es mi culpa, pero no cometerá dos veces el mismo error.

Jo le presionó la rodilla apenada. —Diablos, Jim, yo…

—No te preocupes por mí. Sea cual sea el resultado de este delirante vuelo nocturno, será genial volver a verla, ¿no crees? —Jim alzó su copa de champagne—. Brindo por eso, por verla una vez más, aunque sea la última. —Apuró su copa y palmeó la mano de Jo apoyada en su pierna—. Vamos, hermanita, anímate. Al menos pasarás unos días con tus amigas.

Jo sólo pudo asentir con una mueca. Detestaba verlo así. Lo conocía bien y se daba cuenta que no era como en otras ocasiones. Jim no intentaba inspirar lástima para que le perdonaran una de sus burradas. Esta vez estaba convencido de lo que decía.




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