Sin Retorno

113. Dos Pasos

—¡Llegaste!

—¡Al fin!

—¡Estás empapada!

—Tomate una cerveza así entrás en calor.

Silvia lo vio de inmediato. Al otro lado del bar con Miyén, las manos en los bolsillos, la gorra negra ensombreciendo su cara. Ella se detuvo a saludar a los amigos que la rodeaban, aprovechando ese momento para rogarle a su corazón que dejara de latir como un tambor. Como si pudiera evitarlo. Él permanecía completamente inmóvil, observándola, como un fantasma de sí mismo.

Sean y Jo estaban sentados a una mesa con su primo Leandro, Karim y un par más. Jo se incorporó de un salto al verla y se abrazaron riendo. Sean la saludó con un cabeceo, sin rastros de sonrisa, para variar.

—¡Escuchá, Silvi!

Era Back in Black de AC/DC. Sus amigos la empujaron con ellos hacia el espacio libre en el centro del bar. Silvia bailó y sacudió la cabeza con ellos un momento, y no tardó en retroceder y continuar hacia el otro lado del bar. Sentía los ojos de Sean taladrándole la nuca y los de Jim fijos en ella desde las sombras bajo su gorra. Blanco obstinado de aquel fuego cruzado, se negó a dar el brazo a torcer. No se apresuró, tomándose su tiempo para besar y abrazar a cuanto amigo se acercaba a saludarla.

—Permítame ayudarla, Madre Superiora —dijo Karim, uniéndosele junto a la última mesa bajo las ventanas, a pocos pasos de Jim y Miyén, que desaparecía bajo una pila de abrigos. Notó que su amigo parecía listo para desempeñarse como juez y verdugo a una simple seña suya.

Silvia le agradeció a Karim que la ayudara a quitarse la gruesa chaqueta, pesada de lluvia, y la colgó del perchero en la pared para que escurriera. Respiró hondo y al fin giró para enfrentar a Jim. Vio su sonrisa vaga y comprendió sorprendida que no esperaba ser bien recibido. Miyén se adelantó a besarla en la mejilla.

—Avisame si me necesitás —le dijo al oído, y se fue con Karim a la mesa de Sean.

Silvia y Jim se miraron con una engañosa falta de prisa, estudiándose, leyendo en el otro la multitud de respuestas y verdades agridulces esperando preguntas que no serían formuladas.

Allí lo tenía, las manos aún en los bolsillos, sus ojos temibles medio ocultos por la visera de la gorra, aquella sonrisa vaga en sus labios, mitad triste, mitad desafiante. Había recorrido quince mil kilómetros para ver si ella quería dar los últimos dos pasos que todavía los separaban. Y se veía dispuesto a aguardar toda la vida hasta que ella tomara una decisión.

Silvia luchaba por no correr a abrazarlo con todas sus fuerzas y llorar y reír y gritar de alegría, de frustración, de sorpresa. Resultaba tan perturbador que su mera presencia bastara para que todo pareciera girar y desvanecerse a su alrededor.

La enfadaba tanto que permaneciera allí parado, toda su luz extinguida. Le habría dado de puñetazos y empellones hasta arrancarle al menos una chispa. Odiaba que se hubiera envuelto en sombras, sin pedirle permiso para dejar de brillar como ella siempre esperaba que brillara.

Ahogada en tantos sentimientos encontrados, se adelantó y lo abrazó, apretando la mejilla contra su pecho, los ojos cerrados. Se estremeció al sentir su corazón latir con tanta fuerza como el de ella, al tiempo que sus brazos la rodeaban para estrecharla.

Fue su turno de permanecer inmóvil, conmovida en lo más profundo de su ser. ¿Cómo había podido olvidar lo que su proximidad le hacía sentir? Era como una descarga de voltaje sacudiéndola de pies a cabeza, haciéndola sentir tan increíblemente viva. Sí, era él, allí, en carne y hueso, no otro sueño que tendría que obligarse a olvidar tan pronto abriera los ojos.

Jim la abrazó con fuerza y besó su cabello en silencio. La sintió estremecerse y sólo pudo abrazarla más estrechamente, mordiéndose la lengua para no decir nada que pudiera darle una excusa para apartarse de él.

Volver a tenerla en sus brazos era lo más intenso y tranquilizador que experimentara en mucho tiempo. Algo que jamás había esperado sentir, y quería seguir sintiéndolo para superar la sorpresa de sentirlo.

Pero ella no tardó en retroceder y enfrentarlo, alzando un dedo entre ellos.

—Necesito una cerveza —dijo muy seria.

Jim sólo pudo asentir, aún estudiándola, tratando de adivinar qué haría a continuación. Ella asintió también y se apresuró hacia la barra, perdiéndose entre la gente.

Jim volvió a hundir las manos en sus bolsillos, aguardando. Su abrazo, su escalofrío, su corazón latiendo con fuerza, era mucho más de lo que jamás se había atrevido a esperar. Sin embargo, sabía que en realidad no significaba nada. Era sólo la sorpresa de volver a verlo.

Pero Silvia no tardó en regresar a su lado, le convidó cerveza y permaneció con él, de cara al resto del bar. Le contó que se habían reunido a festejar un cumpleaños y comentó que parecía estar a punto de nevar, seguramente la última nevada del año. Llamó por señas a Claudia y le dio las velas que comprara, intercambiando una broma con ella.

Se comportaba como si estar juntos en esa fiesta fuera lo más natural del mundo. Y los demás adoptaban la misma actitud, aquellos metaleros medievalistas que no tenían idea quién era él. Para ellos, era el amigo de su amiga, y eso bastaba para aceptarlo en la pandilla por esa noche.




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