Sin Retorno

125. La Próxima Canción

Un ringtone que Deborah no había escuchado en semanas la despertó el sábado a la madrugada.

—Al fin —gruñó.

A su lado, Sam la vio sentarse en la cama y prestar atención a lo que le decían, asintiendo para sí misma.

—Envíame una foto de su pasaporte —dijo Deborah—. Te avisaré si preciso más información.

Cortó un momento después y volvió a acostarse sin dejar el teléfono. Su expresión le hizo sospechar a Sam que sus planes de pasar el fin de semana en Los Cabos acababan de ser cancelados.

—¿Precisa algún milagro? —preguntó.

Ella meneó la cabeza. El teléfono vibró en su mano. Abrió lo que acababa de recibir y dejó el teléfono en la mesa de noche.

—No, lo solucionaré con un par de llamadas —respondió, girándose hacia él—. Pero créeme que incendiaré la Secretaría de Estado con tal de volver a tener a ese imbécil molestándome.

Al otro lado del mundo, Jim dejó el pasaporte de Silvia en la biblioteca y regresó a su dormitorio. Por suerte, la bestia negra parecía haberlo sacado de la lista de sospechosos y se había ido a dormir con Tobías, en vez de acostarse atravesado delante de la puerta del dormitorio, listo para asomar la cabeza al primer ruido raro.

A fines de primavera, el sol salía a las seis en ese rincón del mundo, y él y Silvia habían regresado en pleno día. Entró al dormitorio de puntillas y cerró las cortinas antes de acostarse. Silvia estaba profundamente dormida.

Ahora comprendía por qué ella nunca había tenido dificultades para seguirle el ritmo en sus salidas nocturnas. Los fines de semana, ni ella ni sus amigos daban por terminadas sus salidas nocturnas hasta que la noche se daba por vencida y se iba a dormir.

Apenas se acostó junto a ella, Silvia volteó para pegarse a su costado y su mano aterrizó en el pecho de Jim, que le besó el cabello sonriendo.

La oyó apenas cerró los ojos. Una frase de guitarra simple para introducir la batería, el bajo sólo entraría después de la voz. La dejó fluir acariciando la espada de Silvia, la letra acomodándose mientras él se entregaba al sueño.

Quité tus fotos de la pared
Las dejé a mis pies
El aire parecía fuego
Me costaba respirar.

No era lo que esperaba. Sonaba a algo que podría haber escrito un par de meses atrás. Al parecer aún quedaban cosas que precisaba dejar salir.

La pierna de Silvia se deslizó entre las de él. Maldición. Aun dormida lo iba a buscar hasta encontrarlo. Ay, sí, pobre mártir. Debería detenerla y pedirle que lo dejara descansar al menos una noche, ¿no? Enredó los dedos en el cabello oscuro.

La guitarra rítmica sólo entraría para el estribillo. ¿O tal vez un poco antes, en el puente? Habría que probar.

Tengo todo este tiempo para perder
Tengo todo este tiempo para estar alejado de ti.

Todo lo que dijiste
Aún resuena en mis oídos
Todo el amor que diste
Lo atesoraré por años.

Silvia suspiró y Jim jaló de su cabello suavemente, haciéndola alzar la cara hacia él.

Tal vez la letra hablara de emociones de meses anteriores, pero dejarlas salir ahora, con ella en sus brazos, permitía que la música transmitiera una energía completamente distinta.

—Te amo —susurró Silvia, sus labios rozándole la piel.

Apago el reloj en la pared
Y descanso mi cabeza para dormir
Recuerdo bien quiénes éramos
Al final ya no sabía qué significaba.

El beso de Jim pareció empujar la mano de Silvia para que resbalara por su estómago, acariciándolo de la manera exacta para hacerlo reaccionar. Un momento después se dio vuelta, dándole la espalda. Jim rió por lo bajo, apretándose contra ella.

Tengo todo este tiempo para perder
Tengo todo este tiempo para estar alejado de ti.

Silvia tanteó hasta dar con la mano de Jim y la guió a su pecho.

Todo lo que dijiste
Aún resuena en mis oídos
Todo el amor que diste
Lo atesoraré por años.

—¿De humor para prólogos? —susurró Jim contra su hombro, su mano haciéndola suspirar.

—No mucho —murmuró ella, flexionando una pierna para hacer lugar a las de él.

Jim no llegó a reír otra vez. El cuerpo que se agitaba contra el suyo era mucho más interesante que bromear sobre la forma en que Silvia lo mangoneaba en la cama. Se sumergió en su calor y en su entrega, la nueva canción sonando en su cabeza.

Todo lo que compartimos
Nada podría compararse
Todo lo que dijiste
Aún resuena en mis oídos.

No precisaba anotarla: la estaba escribiendo en la piel de Silvia. Ya existía, y lo aguardaría hasta que volviera a tomar una guitarra. Sobre todo porque lo haría con ella a su lado.

 

PLAYLIST #3




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