Sin Retorno

135. ¿Y Tú?

Jim se comportó bien toda la semana, permitiendo que Deborah lo tuviera de aquí para allá a su capricho hasta el sábado.

—Mañana me tomaré el día —declaró luego de la reunión con el fanclub—. Y el lunes retomaremos los ensayos.

Deborah no protestó. Sabía que podía considerarse afortunada por haber podido cumplir con tantos compromisos pendientes en los últimos días. Se limitó a recordarle el stream que tenían agendado para el miércoles y la gala de beneficencia el jueves por la noche.

Jim y Silvia pasaron el domingo en casa con los teléfonos apagados, y ella siempre recordaría ese día como un momento tan sorprendente como natural, que le mostró una vez más cuánto espacio le daba Jim para ser ella misma.

—Creo que es la primera vez que estamos juntos sin un reloj corriéndonos —comentó al mediodía.

Estaba sentada en la mesada de la cocina, vistiendo su ligero vestido playero. Jim estaba de pie junto a ella, en traje de baño y descalzo como ella, cortando frutas para una ensalada.

Al escucharla ladeó la cabeza pensativo. Silvia advirtió la dirección de su mirada y tomó una fresa de la bandeja del supermercado.

—¿Sí? ¿Nunca antes? —terció él, revisando sus recuerdos. Silvia tocó sus labios con la fresa y se la arrancó de entre los dedos de un mordisco—. Pero pasamos dos fines de semana enteros en tu casa.

—Y siempre hemos tenido algo que hacer. Tú estabas ocupado, o yo estaba ocupada, o teníamos que reunirnos con amigos.

—O tocar en vivo, o escapar de una inundación. Tienes razón.

La vio comer una uva y abrió la boca. Silvia soltó una entre sus dientes riendo.

—¿Y qué te parece? —inquirió Jim volviendo a cortar fruta.

—Es genial. La paso muy bien contigo, y así, solos, sin prisas, es aún mejor.

Jim asintió sonriendo, la vista baja, en el durazno que estaba cortando.

—¿Y qué te parece a ti? —preguntó ella suavemente.

—Sabes que me encanta tenerte aquí —replicó él de inmediato, y continuó como si pensara en voz alta—. Es curioso, ¿sabes? Nunca me preocupa tomarme días libres porque me gusta lo que hago y estar rodeado de gente, de modo que estar con una mujer normalmente significa estar con mis amigos y otras personas al mismo tiempo. Bien, salvo para tener sexo, porque ustedes, mujeres, se ponen bien quisquillosas cuando se trata de la privacidad y esas mierdas.

—Imagínate. Estamos todas defectuosas.

—Ya lo creo que sí. Parecen precisar un retiro espiritual tras murallas y fosos para un maldito polvo, como si una puerta cerrada no bastara.

—Depende de la puerta.

Jim asintió divertido. —Es cierto. Lo que quiero decir es que nunca siento la necesidad de estar solo con una mujer fuera de la cama, y mi tiempo libre es poco para desperdiciarlo con alguien con quien no me sienta cómodo. —La enfrentó con una de esas sonrisas cálidas que solían masacrar las neuronas de Silvia—. Pero si puedo estar aquí contigo, no me interesa salir o reunirme con mis amigos. Eres la compañía perfecta.

—¡Vamos! —protestó Silvia palmeándole el brazo.

Jim rió por lo bajo. —Lo digo en serio, mujer. Puedo pasar el día teniendo sexo contigo por toda la casa, o simplemente conversando como ahora. —Le tocó la punta de la nariz, manchándosela de pulpa de durazno—. Puedo consentirte y puedo cuestionarte. Contigo puedo dormir, cocinar, beber, fumar. ¡Mierda! Hasta podría tomar la guitarra y componer una canción con la cabeza en tu regazo, mientras tú lees, o dormitas o me ayudas con la rima.

—Eres un tonto —gruñó Silvia, cohibida por semejante respuesta.

Desvió la vista con la excusa de robar otra uva de la fuente donde Jim iba poniendo la fruta cortada.

—¿Y tú? ¿Podrías hacerlo? —preguntó Jim.

—¿Hacer qué?

—Cosas conmigo cerca. Llevar una vida que te guste. Hallar un equilibrio entre lo que yo necesito de ti y lo que tú necesitas para ti misma.

Silvia frunció el ceño levemente, sopesando sus palabras muy seria.

—No lo sé, Jim, pero sí sé que lo intentaría.

Él le rozó los labios en un beso fugaz. —Suficiente para mí.

—¿Y tú? ¿Harías lo mismo por mí? ¿Buscarías un equilibrio entre lo que quieres y lo que yo necesito de ti?

—Claro que sí —respondió Jim sin vacilar.

Silvia advirtió su sonrisita y alzó las cejas. —¿Cuál es la broma?

—Tú, mujer. Preguntas si haría lo que necesitas de mí, pero no tienes idea qué podría ser.

Ella apartó la vista frunciendo el ceño, repitiendo para sí misma lo que Jim acababa de decir.

Él terminó de cortar la fruta en silencio, dejándola perderse en sus cavilaciones. Sacó helado del refrigerador, lo acomodó en una bandeja con la fuente de fruta, buscó cuencos y cucharas y llevó todo al deck.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.