Sin Retorno

136. El Tirano

Sean se dirigió a Santa Mónica en el tibio mediodía otoñal, de ánimos para tocar sin interrupción hasta la hora de la cena. No podía evitar preguntarse si Jim sería capaz de concentrarse en la música, sabiendo que Silvia lo esperaba. No era la línea de pensamiento que hubiera elegido, pero era mejor que especular cuántas canciones cursis Habría compuesto Jim tras tres semanas de luna de miel.

Vio el auto de Tom estacionado frente a la casa de su hermano y halló al bajista muy cómodo en el porche, fumando un armado y jugando en su teléfono.

—Jim está en casa —se anticipó Tom al ver la expresión tormentosa de Sean—. Ya debe estar arriba. Lo escuché tocar.

Eso explicaría que Jim no hubiera oído el timbre. Sean abrió con sus llaves de emergencia. Apenas entraban cuando el sonido claro, limpio de la guitarra de Jim se derramó escaleras abajo, alcanzándolos como si hubiera dejado abierta la puerta de la sala de ensayos insonorizada en el tercer piso.

Sean y Tom intercambiaron miradas de curiosidad. Era obvio que se trataba de una canción de Jim, pero nunca antes la habían escuchado. Se detuvieron sorprendidos cuando una sólida base de bajo se sumó a la guitarra, porque se notaba que no era una grabación.

—¿Quién mierda…? —murmuró Sean.

Tom lo acalló con un gesto y se detuvieron en el primer descanso de la escalera a escuchar cantar a Jim.

Quité tus fotos de la pared
Las dejé a mis pies
El aire parecía fuego
Me costaba respirar.

Tengo todo este tiempo para perder
Tengo todo este tiempo para estar alejado de ti.

—Me gusta —manifestó Tom.

Sean asintió. Era un poco contradictoria, una de las melodías de Jim, llena de vitalidad, con esa letra desencantada. Pero sí, a él también le gustaba.

Todo lo que dijiste
Aún resuena en mis…

Jim interrumpió la canción abruptamente cuando la guitarra y el bajo tocaron notas distintas.

—Fíjate lo que tocas —lo oyeron regañar a quien fuera que tocaba el bajo.

En el descanso del primer piso, los otros dos se sorprendieron al escuchar que era Silvia quien respondía, en un tono tan seco como el de Jim.

—Te dije que no podía ser Fa sostenido. Esto es Fa sostenido. —Tocó una nota varias veces—. Lo que tú estás tocando es Fa. —Tocó otra nota—. Que es lo lógico,  si lo que sigue es Sol.

Jim probó un par de acordes. —Tienes razón, es Fa —dijo, suavizando su tono como si sonriera—. ¿Dónde nos quedamos?

La voz de Silvia se acarameló instantáneamente. —En el estribillo.

—Comencemos de nuevo.

Tom le palmeó el brazo a Sean y continuaron subiendo. Efectivamente, la puerta de la sala de ensayo estaba abierta, y allí hallaron a Jim probando frases de guitarra mientras Silvia seguía tocando el bajo, marcando el ritmo con un pie, una mirada de adoración admirativa fija en él.

Jim alzó la vista y dejó de tocar. —¡Hola, chicos! ¡Llegaron!

Silvia giró hacia la puerta, vio a los otros dos y se apresuró a tenderle el bajo a Tom.

—¡Gracias a Dios están aquí! —exclamó—. Les traeré cerveza.

Sean y Tom retrocedieron para dejarla salir como alma que lleva el diablo.

—¿Escucharon la nueva canción? —les preguntó Jim.

—Sí, ¡es buena! —asintió Tom colgándose el bajo.

Sean se demoró viendo a Silvia apresurarse escaleras abajo y enfrentó ceñudo a su hermano.

—¿Desde cuándo mezclamos la cama y la música? —gruñó dirigiéndose a su batería.

—Desde que me da la regalada gana —replicó Jim burlón.

Silvia trajo un six-pack al refrigerador de la sala, ceniceros limpios y se marchó.

—¿No te quedas? —inquirió Tom.

—No, gracias. Prefiero esperar el álbum y no asesinar al maldito tirano.

Tom la despidió con una carcajada. Jim sonrió al escuchar la risita sofocada de Sean tras él. Algún día su hermano tendría que dejar de fingir que Silvia no le caía bien.

Sean, en tanto, no tardó en hacer a un lado sus aprensiones acerca de la capacidad de concentración de Jim. Estaba tan ansioso por tocar como ellos, y ensayaron varias horas seguidas. De hecho, fue el propio Sean quien tuvo que pedir un descanso, para no forzar de más su brazo derecho.

Se apartó de la batería masajeándose el hombro, mientras los otros dos seguían trabajando en la canción nueva. Entonces notó que una de las ventanas de la sala estaba abierta de par en par. Qué raro. Siempre las mantenían cerradas para que la música no molestara a los vecinos.

Se asomó a echar un vistazo a la playa y el mar. Y al bajar la vista, descubrió a Silvia leyendo en el deck, uno de sus pies siguiendo el ritmo de lo que Jim y Tom tocaban.




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