Sin Retorno

138. La Trampa

Deborah detestaba que Silvia respondiera el teléfono de Jim, sin dejarle más alternativa que aceptar lo que decía para excusarlo. Sin embargo, el miércoles se alegró de que fuera ella quien la atendiera. Confirmó que Jim recordaba el stream en Reddit esa tarde, y sonrió para sus adentros cuando Silvia habló en plural al decir que estarían en su oficina en un par de horas.

Cortó y llamó a Ron. Su asistente no ocultó su incredulidad al anotar todo lo que Deborah pretendía que obtuviera en sólo hora y media.

Deborah lo despidió sin explicaciones. Estaba decidida a contrarrestar la constante prensa negativa sobre la nueva chica de Jim, y la gala de beneficencia la noche siguiente era una excelente oportunidad para lograrlo. De modo que quería asegurarse que así fuera.

Para evitar que el stream se prolongara demasiado, sólo Jim, Tom y Liam tomarían parte. Sam ya tenía todo listo en la sala de reuniones vecina a la oficina de Deborah, que condujo a los músicos directamente allí. Tan pronto los tuvo sentados con la maquilladora, invitó a Silvia a esperar con ella en su oficina.

Silvia se detuvo sorprendida al trasponer el umbral, viendo que Ron entraba desde el corredor empujando un perchero con ruedas lleno de elegantes vestidos largos de noche. La oficina estaba atestada de cajas de zapatos, bolsos y accesorios.

—Gracias, Ron —sonrió Deborah—. No quiero interrupciones hasta que termine el stream.

Silvia aún miraba perpleja a su alrededor cuando Deborah se volvió hacia ella. Su sonrisa la hizo pensar en un tigre tratando de pasar por gato capón para atraer su almuerzo.

—Recuerdas la gala de mañana por la noche, ¿no? —terció Deborah, intentando no sonar mandona por cinco minutos enteros.

—Oí lo que decían cuando nos recogiste en el aeropuerto la semana pasada.

—¿Jim te explicó qué clase de evento es? ¿Qué clase de personalidades asistirán, el protocolo de la alfombra roja, la etiqueta? —La expresión aterrorizada de Silvia la hizo volver a sonreír—. No te preocupes, yo te ayudaré.

La campanilla del ascensor alertó a Ron, que se tragó una maldición al ver aparecer a Sean, en traje de baño y camiseta sin mangas, los lentes de sol aún puestos, como si llegara directamente de la playa. Deborah no quería interrupciones, pero Ron sabía que era imposible detener a un Robinson contra su voluntad. Forzó una sonrisa de bienvenida y salió a su encuentro, rezando para que Sean no lo derribara de un puñetazo.

Un momento después Sean entraba en la oficina de Deborah sin molestarse por llamar a la puerta. Al igual que Silvia, se detuvo sorprendido al ver que el lugar parecía una tienda. Deborah estaba de pie junto a su escritorio, cubierto de combinaciones de collares y pendientes con diamantes, intentando elegir una combinación que le gustara.

La puerta del baño de la oficina se abrió para dar paso a una mujer embutida en un vestido dorado, el busto a punto de escapar del apretado corset, la larga falda tan ceñida que apenas podía caminar.

—¿Qué mierda? —murmuró Sean, alzando los lentes para convencerse de que ésa era Silvia.

Deborah le indicó que girara sobre sí misma.

—Ya casi —dijo satisfecha.

—Por Dios, Deborah. Es el noveno vestido que me haces probarme.

—Sólo restan tres más. De todas formas, creo que éste y el Versace rojo son los que mejor te quedan hasta ahora.

Silvia hubiera querido resoplar, o al menos suspirar, pero el corset no se lo permitía.

—¡Pero es dorado, y apenas puedo respirar o caminar!

—Ya aprenderás, no es complicado. Y te quedará magnífico con un rubio oscuro.

—¿Qué? ¿Pretendes que me tiña de rubio?

—¿Qué carajos es todo esto?

Las dos mujeres se volvieron para encontrar a Sean, que se abría paso hacia ellas con el sencillo y efectivo método de apartar a puntapiés cuanto hallaba en su camino.

—Hola, Sean. Estamos eligiendo el vestido de Silvia para la gala de mañana.

Sean vio que Silvia revoleaba los ojos exasperada y enfrentó a Deborah más ceñudo que de costumbre.

—¿Y luego qué? ¿Me dirás que me ponga un maldito smoking?

—¡Vamos! Sabes que es un evento imp…

—Cállate —la interrumpió Sean, y se volvió hacia Silvia—. Ponte decente, quieres.

Ella se apresuró de regreso al baño. Sean enfrentó a Deborah otra vez.

—¿Qué mierda crees que haces, Deb? —la increpó apenas se cerró la puerta del baño.

Deborah sostuvo su mirada fulgurante sin inmutarse. —Sólo intento generarles algo de prensa positiva, para compensar la atención negativa que sigue causando la amiguita de tu hermano.

—Como si nos importara.

—A ti no te importa, a él sí.

—¿Acaso lo has escuchado quejarse?




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