Jim salió del vestidor subiéndose su viejo traje de baño, gastado y descolorido, sin preocuparse por el rastro de agua que dejaba a su paso. La cama estaba prolijamente tendida, con sábanas limpias, a pesar de que el ama de llaves aún no había llegado. Bajó las escaleras casi disfrutando su malhumor, dispuesto a aprovechar cualquier excusa para alimentarlo.
Se detuvo antes de entrar a la cocina. Silvia lo esperaba sentada a la isla, tipeando en su teléfono, el almuerzo para dos servido ante ella. Contempló un momento aquella postal de hogar-dulce-hogar y giró en redondo.
Silvia alzó la vista al oír sus pasos que se apresuraban escaleras arriba y suspiró. Sólo podía rezar para que Jim no la mandara al diablo antes que ella tuviera una respuesta para él.
Jim subió directamente a la sala de ensayo. Sus ojos fueron y vinieron entre las guitarras y el piano de pared. Encajó la mandíbula. Ya había estado bien de melodías bonitas. Encendió un armado, revolviendo los cajones de una mesa lateral en busca de lápiz y papel, las palabras amontonándose en su cabeza.
Vete de una vez
El peso de tus miedos
Es el lastre que me detiene.
Soy el único que podría ayudarte
Y sólo piensas en huir.
Vete de una vez
No puedo seguir así
Rindiéndome a tus caprichos.
Necesito recuperar mi alma
Volver a ser yo mismo
Antes que sea demasiado tarde.
Releyó lo que acababa de escribir y estrujó el papel maldiciendo. Eso no era él. Eso no era una letra. Más bien era un poema que Silvia podría haber escrito.
—¡Me cago en la mierda! —masculló iracundo.
Escribir no servía. Sólo lo conducía a ella, y lo que él buscaba era un camino de regreso a sí mismo.
El sonido sucio de una guitarra distorsionada llenó el hueco de la escalera, cayendo como una marejada embravecida sobre Silvia cuando subía el almuerzo de Jim al tercer piso. Se detuvo a escuchar la melodía rabiosa en tonos menores, respiró hondo y continuó subiendo.
Jim se interrumpió y volvió a comenzar. Esta vez probó una letra improvisada, y tuvo la gentileza de encender el micrófono, para que Silvia no se perdiera palabra.
Te pregunto por qué
Me responde una sombra
Qué desperdicio de energía.
Te aferras a las palabras que no merezco
Me das más de lo que mi corazón
Quiere recibir.
La mano de Silvia vaciló en torno al picaporte de la puerta de la sala.
Continúa, al parecer eso es lo que quieres
La elección nunca fue tuya
Continúa, al parecer eso es lo que necesitas
Yo me marcho de aquí.
Vamos, no digas que no es nada
Continúa, al parecer eso es lo que quieres
La elección nunca fue tuya
Continúa, al parecer eso es lo que necesitas
Pero no digas que no es nada.
Silvia suspiró al escuchar ese verso que le recordaba a Vector, combinado con esa dura acusación. Como si se lo devolviera con una bofetada.
Absorto en la eterna batalla por encajar sus emociones en palabras y notas, Jim no oyó la puerta que se abría tras él. Pero al detenerse para anotar el estribillo, los ligeros pasos de Silvia lo hicieron lanzarle una mirada torva por encima de su hombro.
Ella le dejó el almuerzo sobre la mesa bajo la ventana, ignorando el nudo en la boca de su estómago al enfrentar aquellos ojos fulgurantes, que le preguntaban qué demonios hacía allí.
—Saldré de compras con Jo —dijo, serena y controlada como si quisiera que Jim le diera un puñetazo.
Fantástico. Su última tarde juntos y ella se iba de compras con una amiga. En verdad no veía la hora de que fuera sábado.
Silvia aguardó que él asintiera. —Estaré de regreso cuando ustedes terminen de ensayar —agregó antes que volviera a darle la espalda.
Jim no se molestó en responder, girándose para enfrentar la batería al otro lado de la sala, y comenzó la canción desde el principio, tragándose sus maldiciones al escuchar la puerta que se cerraba.
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Editado: 15.08.2023