Sin Retorno

146. Atasco

—¡Apresúrate o llamaré un taxi!

—Ya quisieras, cobarde.

—¡Por favor, Jay!

Silvia terminó de revisar el dormitorio por enésima vez para cerciorarse de que no se olvidaba nada.

—¡Jay!

—Ya voy —respondió Jim desde el vestidor.

Ella optó por bajar para no asesinarlo, y aprovechó para volver a revisar la sala y la cocina. Jim se dignó a aparecer cuando ella terminaba de acomodar los cojines del sofá.

—¿Podemos irnos antes que me dé un infarto?

—Cálmate, mujer, vamos bien de tiempo —sonrió Jim recogiendo el bolso de Silvia de camino a la puerta de calle, donde ella aguardaba ceñuda con su mochila de campamento—. ¿Tanta prisa por dejarme?

Ella se limitó a seguirlo hacia la camioneta, sin molestarse en explicarle que siempre se ponía nerviosa cuando viajaba.

—¿Tienes todo? ¿Boleto, pasaporte?

Silvia rió al escucharlo, porque ya estaban a mitad de camino del aeropuerto.

—¿Y ahora te acuerdas de preguntar?

Jim le dio la razón riendo con ella. Ya veía el atasco de tránsito allá adelante, y esperaba que a Silvia no le diera un ataque de nervios antes de que pudieran superarlo. Descansó una mano en su pierna, dándose cuenta que se sentía bien. No porque ella se iba, sino porque se separarían en tan buenos términos, y sobre todo porque se reunirían en pocas semanas. Por tres meses enteros, con cada uno de sus días y sus noches para estar juntos.

—Escríbeme tan pronto sepas en qué fecha viajarás, para que te reserve el vuelo.

—Jay, no quiero que…

Jim alzó un dedo entre ellos, sin apartar la vista de la autopista. Silvia se interrumpió y suspiró su desacuerdo.

—Considéralo un regalo de Navidad, si eso ayuda a apaciguar tu orgullo.

—Tú no haces regalos de Navidad.

—Por eso lo haré en enero.

—Ya, ya. Lo sabré a más tardar a principios de la próxima semana.

—Muy bien.

Silvia se sorprendió al sentir que su teléfono vibraba, y lo sacó temiendo que le hubiera ocurrido algo a uno de sus hermanos. Jim vio de reojo que leía un mensaje y fruncía el ceño.

—¿Qué sucede?

Los labios de Silvia se movieron sin sonido un momento, hasta que fue capaz de articular palabra.

—Es Cecilia, C.

—¿Tu profesora de inglés rockstar?

—Ella misma. —Silvia respiró hondo antes de enfrentarlo—. Anoche me contó que Ray Finnegan acaba de abrir oficinas de su fundación ambientalista aquí, en Los Ángeles.

—Oh, de modo que la gala era como el lanzamiento oficial.

—Sí. Bien, durante la cena me preguntó por nosotros, cómo iban las cosas, qué planes teníamos.

—¿Por eso se pasaron la cena cuchicheando en español?

—Sí. Ella entiende nuestra situación, estando con Masterson mientras su carrera tiene base en Buenos Aires. Y me dijo que contara con ella para ayudarme en cuanto pudiera.

—Qué buen gesto de su parte.

—Ella es así. —Silvia bajó la vista hacia su teléfono—. Acaba de escribirme para hacerme una oferta.

—¿A qué te refieres con una oferta?

—Dice que si cuando termine mi trabajo con Jo quiero quedarme…

En ese momento quedaron atrapados en el atasco, completamente detenidos, y Jim aprovechó para volverse hacia Silvia. Vio con aprensión que mantenía los ojos bajos, y que parecían llenos de lágrimas.

—¿Qué, amor? —preguntó con suavidad, presionándole la pierna.

Silvia sacudió la cabeza, incapaz de contener las lágrimas.

—Me dice que si quiero quedarme en Los Ángeles y necesito un empleo, puedo ir a trabajar a la fundación de Finnegan cuando quiera, por el tiempo que quiera.

Jim no tuvo ocasión de sorprenderse porque tuvo que sostener a Silvia. Le rodeó los hombros con un brazo y la instó a descansar contra su costado. Ella ocultó la cara en su hombro, intentando en vano controlar su llanto.

—Está bien, amor, tranquila —le susurró Jim acariciándole el cabello, un ojo en el tránsito.

Ella sólo podía menear la cabeza. De pronto todo resultaba abrumador. Que sólo le quedaba una hora con Jim, y tantas decisiones cruciales que tendría que tomar en las próximas semanas. Porque podía tratar de engañarse a sí misma y decirse que sólo se ausentaría por tres meses, pero el mensaje de Cecilia acababa de dejarla sin excusas.

La verdad era que había decidido dar el primer paso en una relación seria con Jim. Si las cosas iban la mitad de bien de lo que ella esperaba, tendría sobrados motivos para querer quedarse en Los Ángeles, con él. Y ahora tenía los medios para hacerlo en sus propios términos. De modo que cuando llegara el día de dejar su hogar, su pueblo, su familia, sus amigos, todo lo que amaba, lo más probable era que fuese para siempre.




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