Sin Retorno

152. Diciembre


**Bariloche, Patagonia, Argentina**

Tobías y Leandro se esmeraron limpiando la Roca Negra para darle la bienvenida, y Silvia sonrió enternecida al comprobar que la casa estaba reluciente. Su mirada de advertencia evitó que hicieran preguntas incómodas al enterarse que Mika no estaba de visita, sino que había vuelto para quedarse.

Leandro se fue a cenar con Claudia a Beltane, para darles algo de intimidad a los hermanos. Mika vio que el refrigerador estaba lleno de comida chatarra, y su alma vegana decidió ir al supermercado a comprar algo para preparar una cena saludable para los tres.

Apenas salió con el perro, Tobías le preguntó a Silvia qué había pasado para que Mika se tragara su orgullo sideral y regresara a Bariloche. Ella sabía que su explicación lo haría ofenderse a muerte, pero se anticipó a sus protestas.

—Te voy a decir lo mismo que le dije a tu hermana. Si no quieren que los siga tratando como nenes malcriados, demuéstrenme que no lo son. Demostrame que no necesitás niñera para seguir estudiando y trabajando. Portate como un hombre y yo voy a poder quedarme con Jim, y tu hermana va a poder volver a Buenos Aires y tratar de vivir dónde y cómo le gusta. Si no querés que vuelva, no me des motivos para hacerlo.

Para honrar los genes compartidos, Tobías se puso colorado como si lo hubiera abofeteado, resopló y meneó la cabeza gruñendo por lo bajo. Y como ya estaba enojado con ella, Silvia aprovechó para darle un abrazo de oso y estampar un sonoro beso en su mejilla.

Mika no tardó en regresar, y no venía sola. Cuando Claudia se enterara que las hermanas estaban de vuelta, le había escrito a sus amigos, que habían propuesto hacer una cena de bienvenida esa misma noche. Así que ahí estaban Claudia y Leandro, trayendo la parrilla itinerante que ella y Silvia compartían. Miyén no tardó en llegar con el baúl del auto lleno de leña. Karim trajo a varios más y el obligado cajón de cerveza. Hasta Paola se les unió, a pesar de que era domingo y había planeado velada romántica con su novio.

Silvia respiró hondo al ver que la Roca Negra se llenaba de gente. Pero no estaba tan cansada, y era una buena ocasión para anunciar oficialmente sus planes de irse a Los Ángeles por un tiempo. La sorprendió que nadie se sorprendiera. Sus amigos la felicitaron, brindaron para desearle buena suerte y se entretuvieron planeando su fiesta de despedida.

El jefe de Silvia tampoco se mostró sorprendido, y cuando ella comentó que Mika estaba buscando trabajo, alzó las cejas pensativo.

—Te toca a vos preparar a tu reemplazo —terció—. Si creés que tu hermana sirve para el puesto, confío en vos.

Así fue que Mika consiguió un empleo de medio tiempo con buen salario, que le permitiría retomar la universidad por las mañanas. Entre su sueldo y el de Tobías, tendrían más que suficiente para vivir bien cuando Silvia no estuviera.

Jim recibió el mensaje de Silvia a la salida de una entrevista radial.

Silvia regresó a su rutina como si no ocurriera nada especial. Todo parecía como dos años atrás, con sus hermanos allí con ella y las reuniones usuales con sus amigos. Tobías ya había terminado sus clases hasta el año siguiente, y ella retomó su costumbre de jugar con él un rato después de cenar. El clima de diciembre prometía uno de esos veranos patagónicos inolvidables. Contra todo pronóstico, a Mika le gustó su nuevo empleo y aprendía rápido. Eso les permitía tomarse un rato libre en la oficina, y sentarse en la cocinita a tomar mate mientras Mika le contaba sobre el año que pasara en Buenos Aires.

Jim decidió que ese año aplazaría su tradicional fiesta de cumpleaños hasta que Silvia llegara, para celebrar juntos los cumpleaños de ambos. Y como ella había dejado bien claro que no vivirían juntos, se ofreció para buscarle casa.

Comenzó a enviarle cada dos días fotos de casas y apartamentos que le gustaban para ella, para gran diversión de los amigos de Silvia. Ella precisó tacto y firmeza para hacerle entender que no quería una mansión en Hollywood, y que apartamento no significaba un piso con sauna, piscina en la terraza y pista de baile en el balcón. Una vez que logró que Jim lo comprendiera, tuvo que sugerir que buscara lugares más pequeños y menos lujosos.

Silvia ampliaba las fotos y suspiraba mientras sus amigos reían a carcajadas.

—¡La Roca Negra cabe entera en ese baño! —exclamaba Paola.




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