Sin salida

Uno

Las calles estaban vacías. Eran las dos o tres de la mañana, en realidad no lo sabía, no tenía ninguna noción del tiempo. La noche era fría, muy fría, podía ver el vaho salir por mi boca, pero en realidad ya no podía sentirlo a pesar de que vestía solo una falda muy corta y un top. 

Caminé por el camellón de una gran avenida. No recuerdo bien cómo llegué hasta allí, no tenía conmigo mi bolso, mi maquillaje está corrido, mis ojos hinchados y mis lágrimas salían sin parar. Era tal mi desesperanza que lo único que deseaba era llegar a aquel puente; sentía la necesidad de que mis manos pronto llegaran a tocar aquella barda de piedra.

 

Me bajé de mis altas zapatillas plateadas, no porque me incomodaran, eso ya no tenía la menor importancia, sino porque advertí que hacían más lento mi caminar; tras dejarlas abandonadas seguí caminando. A pocos pasos de llegar empecé a escuchar el murmullo típico del río que corre bajo el puente y crecieron mis ansias por llegar, a cada paso se hacía más fuerte el murmullo. Llegué al fin, posé mis manos sobre la barda de piedra, acarició su porosidad, es lo único que se opone entre mi destino y yo.

Soy de baja estatura por lo que me llega a la altura del vientre, me dispongo a tratar de subir, se me dificulta un poco dadas las pocas fuerzas que tengo, pero lo logró con mucho esfuerzo y después de raspar severamente mis rodillas y mis pies. De pie en la orilla el viento me echaba encima el cabello en la cara, lo retiré para poder dar una breve mirada hacia abajo. A pesar de ser el agua completamente cristalina, se veía una inmensa oscuridad. Cerré mis ojos y comencé a balancearme hacia adelante, cuando de pronto sentí un brusco tirón a mi ropa, luego caí encima de alguien, algo aturdida comprendí lo que está pasando: lo vi, era un joven, me alejé rápidamente y me senté recargada en la barda abrazando mis rodillas.

 

— Hola. ¿Qué te sucede? Te vi de lejos y apagué el motor antes, porque pensé que harías… eso que ibas a hacer. ¿Por qué te ibas a tirar?, ¿quién eres?, ¿cómo te llamas?, ¿quieres que llame a tu familia?

 

Esas eran muchas preguntas. Me sentí agobiada, no quería responder sólo quería que se largara y acabar con lo que estaba haciendo. Hundí mi cabeza entre mis piernas, esperaba que se fuera.

 

— No quieres responder, está bien. Llamaré a la policía.

— No. No por favor, vete déjame sola.

— No lo haré o lo volverás a intentar. Vamos, será mejor que vengas conmigo o llamaré a la policía.

— Está bien.

 

Todavía aturdida me levanté y lo acompañé caminando con desgano hacia su auto. Yo ya no debería estar aquí, —pensé mientras él abría la puerta e insistía con las preguntas.

 

— ¿Cómo te llamas?, ¿a dónde te llevo?

Hundida en mis pensamientos ni siquiera lo escuchaba, mucho menos podía responder sus interrogantes. Me daba asco el morbo de la gente, no iba a darle la satisfacción de juzgarme. Después de un camino de veinte minutos el auto se detuvo y me dijo que me bajara, lo hice y me invitó a pasar a su casa Es una casa pequeña y en un aparente mal estado, muy cerca de muchas en iguales condiciones. Si tan solo ocurriera como en una de esas películas que retratan la realidad que se vive en este país y en muchos otros, en donde recogen a la chica en una carretera y lo que parece su salvación se convierte en una muerte segura; eso me facilita las cosas, pensé, pero ni aun en estas circunstancias creía tener tanta suerte.

Abrió la puerta y entramos, luego se perdió entre pasillos y habitaciones poco iluminadas, pero regresó casi en seguida con una camiseta de manga larga y unos pants.

 

— Cámbiate debes de tener frío —dijo y me dio la ropa.

 

 Señaló la habitación de donde había salido momentos antes, no parecía ser un psicópata, pensé y caminé hacia ella, una cama y montones de libros regados por los rincones y una cómoda pequeña con ropa encima eran todo lo que cabía en ella. Mientras me cambiaba la ropa y sentía la piel protegida por las telas me di cuenta de todo el frío que había estado resistiendo. Revisé si se podía salir por la pequeña ventana, lo haría y saldría de ese imprevisto, pensé, pero tenía barras metálicas así que volví a la pequeña sala de estar y me senté en el sillón; señala unas pantuflas que están a mi derecha.

 

— Es lo único que tengo que pueda quedarte.

— No te preocupes. Gracias —respondí titubeando por el frío.

— ¿Quieres hablar de algo?, ¿cuál es tu nombre?



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En el texto hay: miedo pesadillas

Editado: 29.07.2022

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