— Duerme entonces —dijo resignado—. La habitación en la que te cambiaste está libre. Antes vivía con un amigo, pero se mudó con su novia.
Fui de inmediato para escapar del interrogatorio, no pretendía dormir, pero me venció el sueño, el cansancio y las ganas de morir, todo junto se siente como una inmensa carga sobre los hombros y un gran hueco negro en el interior de uno mismo.
Había dormido por unas horas cuando escuché unos ruidos desconocidos, pero me negaba a despertar, volví a dormir.
Un rayo de luz que entraba por la pequeña ventana y comenzó a molestarme, desperté sorprendida no solo por el lugar que ya sin el cobijo de la noche no parece tan mal, también me sorprende la tranquilidad con que pasaron aquellas escasas horas de sueño. Salí al pasillo y luego a la estancia de dos sillones un poco deformes y nada más.
— Hola, yo me llamo Esteban. Ven toma un poco de café —dijo con las tazas en la mano como si hubiera estado esperándome ahí.
— Soy Ana —dije aturdida y débil de tanto dormir, tomé la taza y me senté.
— Que bien, ya tengo cómo llamarte, ¿quieres contarme qué te sucede?
— No. No te meteré en esto —dije tajante y puse la taza en un pequeño taburete para ponerme de pie— Tarde o temprano tengo que aceptar mi destino, debo irme.
— ¿Y tienes a dónde ir?
— Claro, al lugar donde iba cuando te conocí.
— No puedes hacer eso. Todo tiene solución.
— Muy común, pero no en mi caso.
— Pues cuéntame, yo te ayudaré. No te veo deprimida, entonces no entiendo.
— Es una larga historia.
— Pues son vacaciones, no tengo otra cosa que hacer.
— Está bien, te contaré —dije cediendo ante su morbosidad creyendo que al quedar satisfecho me dejaría ir—, pero después me iré y dejarás que me vaya.
Asintió y continúe.
—Tres años atrás, cuando tenía quince. Vivía con mi madre, a mi padre nunca lo conocí. Asistía a la escuela, tenía buenas calificaciones, mi vida era normal; hasta que un día ella conoció a Damián y se enamoró de él, nunca me cayó bien ya sabes el típico patán. Pero había más, algo que yo intuía.
Avanzaron las cosas y se mudó a casa con nosotras, mamá estaba feliz, ella que nunca tuvo suerte con los hombres había encontrado un hombre atractivo y misterioso que prometía muchas cosas. Ese infeliz era guapo, al menos para ella lo era: musculoso, varonil y vestido de chico malo. Hasta ahí las cosas no iban tan mal, pero con el tiempo nos dimos cuenta que gente extraña lo visitaba, nunca pasaban a la casa tampoco los vi de cerca, sólo pasaban por él o hablaban afuera, drogas pensé, pero su actitud también era extraña hasta su olor, no era un perfume normal ni siquiera un mal perfume o barato; sino algo diferente por decirlo de alguna manera.
Como a los seis meses perdió el empleo y se volvió violento, empezó a abusar de mamá, al principio lanzando cosas, hablándole a gritos, luego empezaron los golpes que ocultó todo lo que pudo. cuando me di cuenta le dije que le pidiera que se fuera, pero ella tenía miedo. Él consiguió empleo no sé bien de qué. salía por las noches, llegaba borracho haciendo escándalos y trataba de entrar en mi habitación, pero yo siempre mantenía la puerta muy bien cerrada. Todo eso se convirtió en cosa de todos los días, hasta que no aguanté más y un día que llegó borracho de más aproveché para robar su dinero y largarme de ahí.
— Terrible todo, pero eso no explica lo del río.
— Bueno pues… me deprimí mucho y sin tener familia ni a dónde ir. ¿Te parece poco?, además de tener que esconderme para que no me encontrara y me pidiera su dinero. Tengo entendido que el dinero no era suyo y recibió una fuerte paliza por haberlo perdido, por lo que está furioso. Estoy cansada de todo esto, no es lo que esperaba de la vida.
— Puedes quedarte aquí, no pagó renta, esta casa es de mis padres. Como ya te dije tenía un compañero y se mudó.
— Está bien gracias.
Lamenté no haberle dicho toda la verdad, pero era mejor así, era injusto arrastrarlo conmigo al abismo infinito en el que me encontraba. Sería mejor irme el día siguiente y ya.
Esteban se había retirado a dormir y yo no lograba conciliar el sueño, en cuanto cerraba los ojos ese tormento aparecía de nuevo. Ya eran tres años de vivir así, si a esto se le puede llamar vivir.
— Buenos días ¿cómo dormiste? —preguntó Esteban al verme, pero supuse la respuesta era evidente: los ojos hinchados y las sombras debajo de ellos.
— Buenos días. No dormí.
— ¿Y eso?
— No duermo bien desde hace mucho tiempo.
— ¿Y no has consultado a un médico?
— Claro. Me dan medicamentos para dormir, pero no quiero hacerlo.
— Pero ayer dormiste.