Sin salida

Tres

Miré el reloj y eran las cuatro veinticinco de la madrugada. Fui a la cocina por un vaso con agua, me sorprendió escuchar su voz, aunque sabía que no estaba sola, la costumbre de estarlo era más fuerte.

 

— ¿No puedes dormir? —preguntó desde la sala oscura, solo le alumbraba la pantalla de su teléfono.

— No.

— ¿Quieres que te haga compañía?

— Está bien.

 

Fuimos a mi habitación, subimos a la cama y nos recostamos en la pared acomodando las almohadas para estar cómodos.

 

— Cuéntame de ti —pregunté cuando aún me acomodaba en las almohadas abrazando mis rodillas.

— Pues tengo diecinueve años, estudió el segundo semestre de psicología, estoy solo en la ciudad, soy de provincia y vine a estudiar aquí; mis padres me apoyan económicamente, también escribo ensayos para la revista escolar y apoyo en la biblioteca cuando es necesario. Tu turno.

— Yo tengo dieciocho, dejé de estudiar cuando mi madre murió tuve que trabajar, aunque no logró conservar los empleos por mucho tiempo, debido a mi problema con el sueño. Cuando mi madre murió, mi padrastro se fue y me dejó a mi suerte; doy gracias por eso.

— ¿Y no tienes más familia, no sé, una tía, un primo?

— No. Nadie.

— Bueno. ¿Y vas a decirme la verdad sobre el dinero de tu padrastro?

— ¿Qué?

— ¿A poco crees que te creí ese cuento?

— No es ningún cuento.

— Tal vez, pero hay algo que no me has dicho.

— ¿Cómo estás tan seguro?

— Porque nadie intentaría suicidarse por ese motivo.

— No quiero hablar de eso. Quiero estar sola.

— Está bien, regresaré al sofá.

 

Suspiré hondo. Por más que quiero olvidar, algunas cosas se empeñan en salir a la luz por sí solas. Tal vez debo aceptar que no estoy sola en esto, Esteban parece un buen chico y no puedo engañarlo, literalmente no puedo.

 

— Buenos días. ¿Cómo dormiste? —pregunté.

—Bien —respondió a secas, pensé que estaría molesto.

— ¿Quieres un café?

— Sí.

— Vamos a la cocina y te contaré todo —dije resignada a decirle todo esta vez.

 

Prepare una jarra grande de café y tome de la alacena una caja de galletas, eran las favoritas de mi mamá, y mías por supuesto. Me senté frente a él que me miraba con sus grandes ojos cafés aún más abiertos, expectantes. Aun así, no vi en ellos nada de morbosidad, solo la curiosidad normal. Comencé a hablar:

Ese hombre al que conocí como Damián, no sé si ese era su nombre real, si fue novio de mi madre. Él la asesinó, estoy segura; aseguró que fue una caída, pero los golpes que tenía eran extraños, no sé cómo hizo para que el hospital no llamara a la policía. Yo era prácticamente una niña, estaba sola e indefensa y no pude hacer nada. Viví con él después de eso. No me trataba mal, poco a poco descubrí que ese raro interés en mí no era sexual, incluso me veía con lo que creí era ternura y hasta veneración, aun así, como te dije, cerraba bien la puerta.

Una noche un grupo de personas bastante extrañas vinieron a la casa, me observaron detenidamente como cuando vas a la tienda a comprar un mueble; uno de ellos incluso se acercó y miró fijamente mis ojos. No le di tanta importancia.

Luego de alrededor de un mes, en una de esas noches en que la luna está más grande y de un color rojizo: luna de sangre le llaman, él estaba más amable de lo normal, me desconcertaba cómo había pasado de ser un hombre violento en más de un sentido a ser casi paternal conmigo: me mandó a la cama diciendo que era tarde y debía dormir mis ocho horas, me preparó una leche con chocolate que se veía deliciosa y llena de espuma, le di un gran trago de casi la mitad, pero me di cuenta que no sabía tan bien y la tire en el baño. Me dio mucho sueño y dormí profundamente. Empecé a escuchar unos sonidos extraños y varias voces, también me sentía extraña como si flotara en el aire; me costó mucho trabajo despertar, pero poco a poco lo hice: escuchaba todo, pero no podía moverme ni abrir los ojos. Sabía que algo estaba pasando y cuando al fin abrí los ojos descubrí que no estaba en mi cama, estaba en un lugar oscuro que parecía un templo o una iglesia, las altas paredes estaban iluminadas con grandes candiles de velas, lleno de largas sombras que se movían con el movimiento de la luz. Yo estaba en el piso vestida con una túnica blanca que me cubría de pies a cabeza, a mi alrededor había como diez personas vestidas igual, pero de negro.

Yo estaba en el centro de un círculo formado por lo que parecía sal, granos y semillas, en cinco puntos había diferentes cosas: botellas de licor, joyas, velas negras encendidas, en el cuarto no logre identificar qué era y en el último había fotografías viejas parecían ser personas o santos. Algunas personas rezaban en algún otro idioma, otras cantaban y tocaban instrumentos parecidos a panderos con colguijes que hacían sonido al chocar entre sí, campanas y otros artefactos que no conocía. 



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En el texto hay: miedo pesadillas

Editado: 29.07.2022

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