Las fuerzas se me acababan, no podía correr más...
No encontraba la manera de escapar, el sudor me resbalaba por todo el cuerpo y no lograba ocultar mi respiración agitada, pese a los ruidos nocturnos el bosque seguía siendo silencioso.
Lo único que había a mi alrededor eran árboles gigantescos, y de eso debía echar mano: sus grandes ramas podían ser buen escondite, pensé. Giré rápido y escogí el que me servía más para trepar y comencé a hacerlo, la rugosidad de su tronco me raspó las rodillas y mis manos, sus ramas me rasgaron la túnica, pero subí lo más que pude y me acosté en una rama ancha que cubría todo mi delgado cuerpo, era una niña escuálida. Unos minutos después de haber subido los escuché pasar, caminaban en grupos, miraba las luces de sus lámparas avanzar entre los árboles y escuchaba el crujir de las hojas y ramas en el suelo a su paso; a lo lejos gritaban “rápido” “por acá” y poco a poco los ruidos cesaron. Moría de miedo, mi cuerpo temblaba violentamente, trague mis jadeos y me obligue a guardar silencio. Pronto no se escuchó más que los grillos y los búhos, esperé a que se alejaran un poco más, era casi de mañana y aun arriba me puse a observar todo: no había ningún movimiento entre los árboles, tampoco sonidos, estiré mi cabeza en todas las direcciones y encontré una carretera no muy lejos de ahí; bajé con mucha más dificultad de la que tuve al subir, tenía las extremidades entumecidas.
Corrí lo más rápido que pude hasta llegar a la carretera donde una familia en un auto blanco me trajo a la ciudad.
Nunca volví a saber de Damián, supuse que lo asesinaron por no haberme llevado completamente sedada.
— ¿Qué te parece todo eso? ¿Irreal no?
— Si, así es.
Estuve en las calles mucho tiempo, en varios albergues también, sólo que ahí me querían ingresar al sistema de protección a menores y como no quería ir con una familia sustituta, huía siempre.
Rondé mi casa varios días pensando que Damián viviría ahí, pero nunca apareció. Así que decidí entrar y todo estaba como aquella noche: los platos sucios en el fregadero, la ropa sucia a un lado de mi cama, hasta el vaso donde me dio la leche con chocolate seguía en el buró, me di cuenta que gracias a que me supo raro y la tiré es que estoy con vida; de algo me ha servido ser bastante quisquillosa desde niña.
Pero desde esa noche he tenido pesadillas, una más horrible que la anterior. Los últimos días han sido más y más terribles.
— ¿Qué es lo que sueñas?
— Al principio eran sueños sobre lo que pasó, creí que era normal: soñaba aquel lugar o como corría por el bosque con tanto miedo, más adelante empecé soñar aquel ritual, después también soñaba el final: ellos seguían rezando por muchas horas y al llegar el alba era asesinada por el líder de la secta en un sacrificio en ofrenda a un demonio. Los últimos años han sido simplemente aterradores por eso me niego a dormir, lo he evitado lo más que puedo. Cuando llegó a dormitar escucho voces demoníacas que me dicen que soy suya, que mi alma ya les pertenece y me despierto muy asustada.
Estoy segura que durante uno de esos sueños moriré, no lograré despertar.
He tratado de investigar. Mira en este cuaderno traté de dibujar las formas de los collares que usaba Damián, pero no he llegado a ningún lado, las bibliotecas y el internet no me han ayudado, también tengo este libro que encontré este extraño libro entre las cosas que dejó, está escrito en algún idioma antiguo.
— Sí, todo es muy raro. Debemos buscar ayuda.
— Pero no sé en dónde, ni con quién.
— Por algo debemos empezar. Por el barrio donde está mi escuela hay una mujer vidente, espiritista o algo así; deberíamos ir.
— Pues sí, espero que sea buena idea y resulte algo.
— Ya está, entonces iremos mañana.
— Está bien. Ahora hay que descansar.
Un ápice de esperanza se me dibujó en el panorama. Era un intento desesperado pues ya no podía seguir así, estaba muy desmejorada, las sombras negras bajo los ojos se empezaban a convertir en unos horribles cuencos, la ropa se hacía cada vez más grande. No podía trabajar pues no tenía fuerza para realizar ninguna tarea, de no ser por los ahorros de mi madre, de los que apenas ahora que soy mayor de edad y pude disponer de ellos; estaría muerta.
Esa noche coloqué una alarma que sonará cada cierto tiempo para no quedarme profundamente dormida y que las pesadillas no me mataran de un infarto, me acosté y me quedé mirando el techo de un blanco grisáceo, sucio y viejo. Traté de no dormir, pero el sueño me venció, escuché la alarma dos veces, pero no hubo una tercera, caí en un sueño profundo y comencé a soñar...