Sin salida

Cinco

Caí en un sueño profundo y comencé a soñar que estaba nuevamente enfundada en ese hábito blanco, tendida en forma de cruz dentro de un círculo de granos y semillas. En el fondo, en una especie de nicho había tres aves: águilas o halcones quizás, con capuchas cubriendo sus cabezas. Toda esa gente rezando en un idioma desconocido y de pronto le abrieron camino a ese hombre que tenía una extraña daga en sus manos, lo miré venir hacia mí, estaba despierta, pero me encontraba en una especie de trance que no dejaba moverme. La hora ha llegado, repetía una y otra vez, decía que no me resistiera que el ritual casi había terminado y mi alma le pertenecía, luego levantó la daga sobre su cuerpo, pude ver el resplandor de la afilada navaja, sentí una arrolladora angustia. Alguien estrujó mi cuerpo con fuerza y gritaba mi nombre en repetidas ocasiones, abrí los ojos y jale aire, me di cuenta que casi no respiraba y Esteban estaba sobre mí; mi cara y mi ropa estaban empapadas de sudor.

 

— ¡Ana. Ana! ¡Despierta, respira! Ana no me hagas esto.

— ¿Qué pasó?

— Creo que tenías una de esas pesadillas. Llevabas mucho tiempo así, estaba a punto de llamar una ambulancia.

— Ves. Es justo lo que te dije, sé que, de seguir así, un día de estos no voy a despertar.

— Sí. Todo es muy extraño, vayamos a ver a la vidente.

— Está bien. Me baño y nos vamos.

 

Me temblaban las piernas y las manos. Entré en la lluvia de agua cálida y suave de la regadera, pero nada podía quitarme la horrible sensación de esa pesadilla: una más acabará conmigo, pensé, si no fuera por Esteban yo estaría muerta.

Recogí mis cosas, el libro y los dibujos que había hecho de los extraños símbolos: los que Damián llevaba en el cuello y algunos que recordaba de los sueños y salimos rumbo a ese lugar.

 

— ¿Y es muy lejos? —pregunte.

— No. Llegaremos en diez minutos.

— Qué bueno. La verdad es que me siento muy cansada.

— Espero que esa mujer pueda ayudarnos.

 

Llegamos en poco más de diez minutos, mis pies se negaban a seguirse uno al otro y tenía que obligarlos, parecían de cemento, pero lamentablemente estaba cerrado. Era un lugar muy pequeño, en su fachada decía que adivina el futuro, lee la mano y ayuda a resolver problemas. Tengo la esperanza de que me pueda ayudar, apenas tengo algo de dinero en el bolsillo, espero que sirva y también que no sea una charlatana; esperaremos y después de por lo menos cuarenta minutos apareció una mujer muy peculiar: su vestimenta era una falda larga típica no sé de qué lugar, su cabellera larga y su rostro totalmente al natural diferentes amuletos colgados del cuello y las muñecas, pero nada de lo físico se comparaba con lo etéreo que desprende su silueta; una clase de paz que no se observa en cualquier persona.

 

—Buenos días, soy Hamira. ¿me están esperando?

— Buenos días. Sí.

— Pasen entonces. Enseguida los atiendo.

 

Entramos tras ella y llevó adentro sus bolsas que dejaban a su paso una oleada de olores extraños y que dejaban ver las hierbas que sobresalían de ellas. El lugar era muy pequeño y poco alumbrado, lleno de ángeles y hadas, el olor a hierbas, humo y cera de veladoras era muy penetrante; una mesa pequeña y 3 sillones son todo el mobiliario que se puede ver antes de la cortina roja que separa el resto de la casa. En un pequeño estante hay algunos libros y piedras de colores, símbolos enmarcados en pequeños cuadros.

 

— ¿En qué puedo servirles? —dijo al volver acomodándose en su silla tras el escritorio.

— No tengo mucho dinero, pero tengo un grave problema. —Solté de golpe.

—Ayúdenos por favor, es de vida o muerte —suplicó Esteban.

 

Empecé contarle todo desde el principio hasta el evento esta madrugada. Me llevé un buen tiempo en hacerlo y ella no me interrumpió ni una sola vez, me miraba asombrada con sus grandes ojos, aún más grandes y expectantes, pero calmada y asintiendo de vez en cuando, como si en el fondo supiera bien de lo que yo estaba hablando.

 

— No puedo hacer mucho por ti —dijo al final con toda tranquilidad como si estuviera negando un simple cubo de condimentos en la tienda de la esquina.

— ¿Entonces qué puedo hacer? —respondí desesperada.

— Debe haber algo que se pueda hacer. —dijo Esteban.

— Mira, en efecto fuiste parte de un ritual satánico. Tú fuiste la ofrenda, estos símbolos son de una secta muy antigua que adora a varios demonios; el más fuerte de ellos es llamado Satachia, este ente demoníaco exige cada cierto tiempo el sacrificio de una mujer virgen, empezando su madurez sexual, como lo eras tú a los 15 años. Tu alma casi le pertenece. Lo único que se me ocurre es pues... que él viene por una virgen así que bueno tú ya sabes... 

Voy a prepararte unos amuletos que sirven para alejar el mal. Es lo único que puedo hacer por ti.

 

Hamira preparó los amuletos, eran una especie de cristales o piedras en color negro con rayas entre cafés y doradas y otro negro con rojo en el centro como un ojo. Los colocó en un recipiente, agregó hierbas y gotas de algo y les prendió fuego, eso fue un decir solo hizo una pequeña explosión y saco humo por un rato. Nos pidió que cerrando los ojos nos concentremos en los amuletos mientras rezaba algo en un idioma extraño. Repitió un tipo de conjuro que leyó de un libro de apariencia muy antigua. Los colocó dentro de una pequeña bolsa y me los entregó, con las jaretas me hizo un tipo de collar y lo coloco en mi cuello.



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En el texto hay: miedo pesadillas

Editado: 29.07.2022

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