El antro no era el más exclusivo ni el de moda, pero la música estaba bien, y la idea era divertirse. Ocupamos una mesita hasta el fondo; Esteban pidió una cerveza y yo un cóctel, acordamos con anticipación consumir solo lo indispensable para poder estar ahí, así que escogí el más grande, había escuchado que esos de muchos colores se suben rápido, entonces será uno de esos de pomposo nombre.
Era temprano por lo que aún había espacio para bailar, me levanté y lo hice sin pena alguna. Estaba feliz. Se unió Esteban casi enseguida, aunque había dicho que no era muy bueno lo hacía muy bien; pedimos otra ronda y cada vez estamos más divertidos.
Ya hay mucha gente, poco a poco se llena el lugar, la última y lo prometimos, luego decidimos sacar a relucir nuestros mejores pasos. Olvidamos el acuerdo y ya con la cuarta ronda encima tomamos valor para bailar la música calmada: sus brazos rodearon mi cintura y pude oler su perfume, nuestros rostros rozaban al compás de la música e inmersos cada uno en sus propios pensamientos no nos dimos cuenta cuando terminó la música romántica y empezó otra más rítmica. Nos miramos a los ojos por unos segundos, nuestras bocas estaban muy cerca, un grito de la multitud nos sacó del encantamiento; parece ser que un dj empezaba a mezclar. Nos sentamos un momento a terminar nuestras bebidas.
Feliz, eufórica más bien, seguí bailando al lado de la mesa.
— Ana, ya casi son las dos de la mañana, deberíamos irnos
— Está bien vámonos.
Pedimos la cuenta, pagamos y nos fuimos. En la entrada del antro esperamos un taxi, yo me tambaleaba un poco por lo que él me sostenía, ya en el taxi me recargue en él con mi cara en su cuello, él piensa que estoy dormida pero no, aún tengo conciencia de lo que hago y quería hacerlo; quería oler otra vez su perfume.
Llegamos a casa y con su ayuda bajé del taxi, entramos y yo comencé a besarlo, él caminó de espaldas, yo encendí la luz. Se detuvo y me miró a los ojos, quería saber que tan ebria estaba.
— No, —dijo— esto es producto de los tragos y no lo haré.
— No es verdad. —alegue—No estoy tan ebria. Estuve feliz, eso es todo; nunca me emborracho.
— Estás segura.
Continúe besándolo sin contestar, estábamos parados en el pasillo que conecta la sala de estar con la cocina. La luz comenzó a parpadear, rechino y trono; hizo un sonido chispeante y eléctrico, para finalmente apagarse por completo. Empezaron a escucharse sonidos, todos ellos conocidos: cosas cayendo, el abrir y cerrar de las puertas de los muebles; pronto había cosas volando por todo el lugar algunas se estampaban en nuestros cuerpos, nos agachamos en un rincón cubriendo nuestras cabezas con los brazos. Duró algunos segundos para después quedar todo en calma, se encendió la luz y vi la cara pálida de Esteban, mi corazón latía con rapidez.
— ¿Estás bien? —preguntó Esteban con un hilo de voz.
— Sí. —dije con mucho esfuerzo esa única palabra. Después quedé atónita, mis ojos estaban grandes pero inexpresivos, cayeron mis lágrimas, pero no pude pronunciar ninguna palabra. Había vuelto a sentir en mi pecho la angustia y desesperanza que casi no me dejaba respirar, tenía los dedos de los pies y de los manos tensos, al punto de que sentía dolor. Comencé a escuchar la voz de Esteban y a sentir las sacudidas en mi cuerpo, él me gritaba y su cara reflejaba terror, en ese momento que noté su cara logré reaccionar y jalar aire como un pez fuera del agua.
— Al fin. ¿Cómo estás? contesta, ¿Estás bien?
— Sí. Sí estoy bien, es sólo un ataque de pánico, uno extremo y plenamente justificado
— ¿Qué fue eso?
Nos levantamos del rincón donde nos habíamos refugiado, había un desastre como si hubiera pasado un tornado: las alacenas de la cocina estaban abiertas, incluso una de ellas estaba rota, y no había nada adentro todo estaba en el piso, igual que los cajones; en la lámpara de la cocina había un suéter de Esteban, las sobras de la comida forman un camino en la pared, como si hubieran sido lanzadas con todas las fuerzas posibles.
— Esto no es casualidad, Esteban —le dije con la voz entrecortada—, no hay nada que hacer, deberías irte antes de que salgas lastimado.
— No, claro que no, encontraremos una solución.
— Me abrazó fuerte y me logró infundir un poco de ánimo.
A partir de ese día cada que teníamos cualquier tipo de acercamiento, pasaba algo: una puerta que se cerraba de golpe, se caían cosas, se rompía un espejo. Todo ello era una clara advertencia de que no debíamos estar juntos