Pasó todo un mes, faltaba una semana para que Esteban regresará a clases; mientras que yo decidí no inscribirme. Continuaba en el trabajo que había podido conservar gracias a que él me mantenía con algo de calma, y podía dormir al menos lo básico ya que velaba mi sueño; y me sacaba de esas pesadillas horribles. Pero sobre todo sostenía mi mano en momentos de ansiedad a pesar de que la electricidad crujía con cada acercamiento.
Era una cálida tarde al final del verano y tocaba surtir los víveres, llegamos al centro comercial e hicimos unas compras rápidas. Cruzábamos el estacionamiento para buscar un taxi cuando nos encontramos a un hombre pidiendo limosna, olía mal y tenía su ropa en mal estado, busque en el bolsillo unas monedas para darle, pero cuando me acerque a él descubrí un aire de familiaridad al que no le di importancia, pero cuando me miro se alteró de inmediato, me tomó del brazo y me jaló hacia atrás, como si quisiera esconderme; quería decirme algo y ya no pude ignorar su cara de angustia, al observar bien y después del susto me di cuenta que era Damián. Volteaba a todos lados como si quisiera esconderse de alguien, estaba muy asustado y huyó hacia un callejón detrás de la tienda.
— Es Damián. Mira Esteban es Damián. —grité y fui tras él.
— Ana, espera no. Ana.
— Tengo que hablar con él.
Lo seguimos hasta el callejón, estaba sentado en un rincón junto a contenedores de basura, donde había varios gatos husmeando para encontrar la cena; él se cubría con su abrigo y abrazaba sus rodillas.
— ¿Eres tú, Damián? contéstame, ¿Estás bien?
Miraba constantemente la entrada del callejón y no me hablaba. Tuve que insistir mucho para que pudiera decir una palabra.
— ¿Nos siguieron? —preguntó asustado.
— ¿Por qué te pones así? ¿Qué pasa? dime algo. Son ellos, ¿verdad?
Yo estaba desesperada, pensé que, si él me explicaba algo, tal vez yo podría saber qué hacer.
— Vete, no debes estar aquí.
— Me siguen buscando, ¿verdad?
— Si, por eso tienes que irte.
— Esto es mucho más difícil que eso, está dentro de mí. Tengo que hacer algo o moriré. Dime qué hago para liberarme de todo esto.
— No hay nada que hacer, le perteneces.
— ¿Por qué me hiciste esto? ¿por qué a mí?
— Ellos te eligieron. Me obligaron, me amenazaron con matar a mi familia, a la que de todas formas mataron. Si me dejaron vivo es porque pensaron que los llevaría a ti, pero no lo hice porque ya no tengo nada que perder.
Un auto negro de lujo se paró en la entrada del callejón.
Vete ya, —me dijo— y no vuelvas.
Corrimos por el otro extremo del callejón que a simple vista parecía cerrado, pero al lado izquierdo había una abertura. Corrimos lo más rápido que pudimos.
— No podemos regresar a casa, tal vez me busquen ahí —comenté a Esteban.
— Vamos a la mía, ahí estaremos a salvo.
Esa noche no pude dormir de tanto pensar, decidí que tenía que volver. Y a la vez que no tenía caso, él no sabía nada, no tenía idea en el infierno que me había metido. Lentamente se fueron las horas y llegó la luz del día.
— Ana, ven rápido —gritó Esteban desde la pequeña sala de estar.
— ¿Qué pasó?
— Mira las noticias.
«Un hombre en aparente estado de indigencia, fue acuchillado en un callejón al norte de la ciudad; a un lado de la tienda comercial. Se especula que otros vagabundos le arrebataron la vida, en una lucha por el territorio o comida tal vez», decía con voz metálica y sin emociones la conductora del noticiero para de inmediato pasar a otras noticias.
Era ese callejón oscuro y solitario, y era él, con seguridad era él. Y no era difícil adivinar lo que le pasó.
—Al menos acabó su miseria. —pensé y lo dije segundos después.
— Debes comer algo Ana.
— No tengo hambre, estaré en el cuarto.
Me recosté un momento y me dispuse a dormir un poco, eran las cuatro cincuenta de la tarde y a esa hora en la habitación de Esteban ya no se veía tanta luz. Tomé entre mis manos todos los amuletos que Hamira había preparado para mí y recordé que ya hacía un par de días que debíamos haber vuelto para que ella los curara.
Poco a poco me quedé dormida y comencé a soñar, al principio era un sueño común, no una pesadilla: estaba llegando a un lugar, una construcción muy antigua de apariencia barroca, yo iba feliz a ese lugar; hasta con un extraño gozo. Me recibieron muchas personas, todas ellas desconocidas, me aclamaban y me aplaudían y yo me sentía muy satisfecha, pero cuando entré, dentro de esa edificación barroca mucho más gótica por dentro que por fuera, todo estaba oscuro. Era una ciudad casi en ruinas y de inmediato pude sentir un olor extraño a podredumbre.