Sin salida

Nueve

Nos fuimos caminando, lo que es muy normal a nuestra edad, aunque nosotros lo hacemos con suma precaución: mirando ambos lados de las calles, incluso temblando en las más oscuras. No tardamos mucho en llegar al bar económico de siempre, pero agradable y sin pleitos que se había convertido por alguna extraña razón en nuestro lugar favorito, su ambiente sombrío nos proporcionaba bastante privacidad. Que ese día nos venía de maravilla.

Comencé a insinuarme, a acercarme más a él y conforme las bebidas me iban embriagando, comencé a seducirlo, dándole caricias muy provocadoras y besos apasionados. Las voces en mi cabeza comenzaron a hacer estragos, pero hice lo posible por ignorar todo: las voces, las personas, los tabúes.

Traté de disfrutar la noche todo lo que pude. Pasaron las horas y obligados por esa urgencia entre nuestras piernas pagamos la cuenta de prisa. Salimos por una puerta lateral, nunca antes habíamos salido por ahí, llegamos a un callejón oscuro y fuimos más adentro de él, donde nadie podía vernos. Continuamos con los besos y caricias: él me jaloneo la blusa con furia, lo que me sorprendió bastante y a la vez me lleno de lujuria, sus ojos habían cambiado y su dulce mirada se había transformado en una mirada depredadora, sus manos recorrían mi cuerpo, mi ropa facilitaba las cosas no había que desnudarme. Había un silencio que solo se interrumpía por el retumbar de la música que se escuchaba débil y constante.

 

— Me encantas Ana, no sabes cómo me gustas.

— También me gustas.

— ¿Estás segura que... aquí? ¿No quieres ir a otro lado?

— No. Ya tendremos tiempo para eso, ahora contínua.

 

Esa sería mi primera vez y con todo lo que había leído sobre el tema pensaba que no sería la mejor, pero está, a pesar de las circunstancias, me estaba siendo bastante satisfactoria. Por momentos no escuchaba nada en mi cabeza y podía sumergirme por completo en las caricias y el mar de sensaciones que me provocaba. Por otro lado, parte de mi inocencia se había ido ya, pues había decidido dejar de temer, dejar de bajar la cabeza y aceptar lo que me pasaba, eso no pasaría más; iba a luchar.

Me ardían las mejillas, había llegado la hora.

Abrí los ojos, aunque era mal momento para eso, pero un pequeño chirrido llamó mi atención, volví a cerrarlos no quería pensar en nada, pero la segunda vez se escuchó más claro, fuerte y por más tiempo, el sonido metálico nos lastimó los oídos. Para cuándo tomamos en serio el ruido vimos que el contenedor de basura que estaba al otro lado del callejón se movía de a poco, hasta que de golpe se separó de la pared y no sé cómo, pero se lanzó hacia nosotros a toda velocidad. Apenas pudimos dejarnos caer hacía un lado antes de que se estampara contra la pared. Sus fierros retorcidos hicieron ruidos un tiempo después del fuerte golpe, gracias a un rayo de luz que entraba por sobre la barda, se podían ver las partículas de polvo que soltó. Nos levantamos rápido y corrimos acomodando nuestras ropas en el proceso. Se escuchó derrapar un auto, no podíamos salir por el frente, por lo que saltamos la barda. No sabía si nos habían visto por lo que corrimos mucho, la calle era larga y obscura, sin calles laterales a dónde huir. Dejamos de correr poco a poco y empezamos a caminar rápido, aún nos estábamos a salvó.

Nos adentramos en una calle que encontramos después de mucho, ya habíamos recuperado la respiración. No se escuchaba nada, era muy tarde seguramente, porque ya no había gente en las calles. En un lugar algo alejado y al fondo de la calle encontramos una capilla o una iglesia, tuve la idea de entrar, pero la puerta se encontraba cerrada, en mi desesperación traté de abrirla empujándola con todas mis fuerzas, pero no se abrió. Del lado derecho salió una persona: el sacerdote o el sacristán, tal vez.

 

— ¿Qué creen que hacen? ¿ya vieron la hora? — argumentó molestó.

— Lo sé padre (esperaba que lo fuera), pero me siento muy atormentada y necesito estar con Dios.

 

Me creyó, pues mi cara estaba realmente atormentada, abrió.

 

—Solo diez minutos —dijo y entramos. Cerró la puerta y se fue.

 

Nunca fui muy religiosa pero aun así pedí perdón por lo que estaba a punto de hacer. Nos acercamos al altar en medio de todas esas bancas de madera, abrí mi blusa y comenzamos a besarnos, nos recostamos en la alfombra. No es lo más sexy, pero a esta edad no necesitamos mucho.

 

— Rápido, no tenemos mucho tiempo. —le dije ansiosa.

 

Las puertas se comenzaron a azotar violentamente, como hace un momento yo las había hecho azotarse, Esteban giro y yo tomé su cara. 

— No, mírame. —le dije.

 

Yo me mordía los labios, él llevó sus manos a mis senos desnudos, luego a mis caderas, yo me acomodé y lo hicimos. Nos besamos apasionadamente a pesar del ruido, sabíamos que si algo pudiera entrar lo habría hecho ya. Me recosté y él subió sobre mí, la pasión nos desbordó y terminamos, no duramos mucho, tanto por la prisa, como porque era nuestra primera vez. Nos arreglamos rápido la ropa, aún se azotaban las puertas y de pronto se abrieron.



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En el texto hay: miedo pesadillas

Editado: 29.07.2022

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