Sin sentido

4.

Capitulo 4: Sin treguas.

—¿Tú te drogas, no es cierto? —espetó Olivia, con el pecho subiendo y bajando por la rabia—. ¿Qué es lo que consumes que te hace delirar de esa forma?

Edward sonrió con una arrogancia indolente, como si disfrutara verla perder el control. Se acercó un paso más, y su voz, grave y peligrosa, resonó en el vestuario vacío.

—Te di la oportunidad de firmar tregua —susurró, con una calma que helaba la sangre—, pero te gusta la guerra.

El sonido de las gotas cayendo de su cabello y su ropa mojada contra el suelo era lo único que interrumpía el silencio. Olivia lo miró con puro desprecio, pero él solo inclinó la cabeza, examinándola como si ya supiera lo que pasaría después.

—Prepárate, porque de ahora en adelante no hay más treguas, Olivia.

Se dio la vuelta y se marchó, dejando un rastro de agua a su paso. El sonido de sus pasos se desvaneció lentamente, hasta que solo quedó el eco de la ducha goteando, como un reloj marcando su sentencia.

Olivia sintió una oleada de frustración pura apoderarse de su cuerpo, un calor abrasador que le subió hasta la garganta. Cerró los puños, sintiendo la humedad pegajosa en su piel, y cuando no pudo contenerse más, soltó un grito cargado de rabia.

—¡Malditoooo!

Su voz rebotó contra los azulejos, ahogándose en el sonido del agua escurriendo por el suelo. Pero Edward ya no estaba ahí para escucharlo.

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Olivia entró al aula de matemáticas con el uniforme de educación física pegado a su piel y el cabello aún húmedo. Sentía las miradas sobre ella, pero las ignoró mientras caminaba hasta su asiento con el ceño fruncido. Apenas se dejó caer en la silla cuando Lucía, su mejor amiga, se inclinó hacia ella con el ceño fruncido.

—¿Qué ha pasado? —preguntó en voz baja—. ¿Por qué traes ese uniforme?

—Se me mojó el mío —respondió Olivia sin más explicaciones, tomando aire para calmar su enojo.

Lucía la miró, claramente sin creerle del todo, pero en lugar de insistir, sacó una manzana de su mochila y se la entregó.

—Toma.

Olivia la aceptó con un susurro de "gracias", aunque su estado de ánimo no mejoró. Seguía sintiendo esa furia latente dentro de ella, como si estuviera a punto de explotar.

—¿Aún estás molesta por lo de las piscinas? —preguntó Pilar desde el otro lado de la mesa, con una ceja arqueada.

Olivia apretó la mandíbula antes de responder.

—Estoy molesta porque estoy teniendo un día de mierda.

Apenas terminó de hablar, mordió la manzana con furia, como si eso fuera a aliviar su frustración.

Pero entonces, como si el destino se estuviera burlando de ella, la puerta del aula se abrió y entró Edward… con el uniforme de educación física y el cabello también húmedo.

El silencio que cayó sobre la mesa fue inmediato. Pilar parpadeó varias veces antes de soltar:

—¿Pero qué está pasando?

Ainara miró a Olivia, luego a Edward, luego de nuevo a Olivia con los ojos llenos de suspicacia. Izan, que no solía meterse en dramas ajenos, solo dejó escapar un silbido bajo.

Pero fue Aitor, el mejor amigo de Edward, quien rompió el momento con una carcajada.

—¡Vaya, vaya! ¿Parejas a juego ahora?

Lucía, sin dejar de mirar a Olivia, exigió respuestas con la mirada. Olivia suspiró pesadamente, sintiendo la presión acumulándose sobre sus hombros.

—Es un castigo —dijo finalmente—. Estamos castigados.

Edward, que estaba dejando su mochila en el respaldo de su silla, se giró con una sonrisa socarrona.

—Así es —confirmó, como si fuera lo más normal del mundo—. Tenemos que hacer servicio comunitario al salir.

Lucía dejó escapar un "joder, amiga" con auténtica compasión antes de abrazarla. Olivia se sintió como una completa basura. No solo estaba mintiendo descaradamente, sino que Edward la miraba desde su lugar con una burla evidente en los ojos.

Antes de que la conversación pudiera escalar, la profesora de matemáticas entró al aula, imponiendo orden con una sola mirada.

—Bien, tomen asiento y abran sus libros en la página 124. Espero que al menos hoy estén más atentos que en la última clase.

Olivia dejó escapar un suspiro, resignándose a soportar lo que quedaba del día.

Las clases finalmente terminaron, y Olivia sintió un alivio inmediato al escuchar el timbre. Había sido un día insoportable y lo único que quería era irse a casa con Lucía, meterse en su cama y olvidarse de todo.

Al salir del aula, vio a Ares esperándolas junto a su auto, con la paciencia de siempre. Pero justo cuando estaban a punto de llegar a él, Lucía se giró hacia ella con una mirada inquisitiva.

—¿Y el castigo? —preguntó—. ¿Te lo vas a saltar?

Olivia se quedó helada. En su mente ya había borrado esa mentira, pero ahí estaba de nuevo, recordándole lo estúpida que había sido. Se mordió la lengua para no gritar de pura frustración.

—Ah… sí, lo olvidé —dijo con una sonrisa forzada—. Hoy ha sido un mal día, estoy dispersa.

Lucía le dio unas palmaditas en el hombro.

—Ánimo, ya queda poco. ¿Quieres que me quede y te acompañe?

Olivia puso los ojos en blanco.

—Oh, nooo, por favor. Aprovecha que Ares ha venido y deja que te lleve a casa.

Lucía apenas escuchó el final de la frase porque, en cuanto vio a Ares, una sonrisa radiante apareció en su rostro y corrió hacia él.

Ares la recibió con una media sonrisa y luego miró a Olivia con curiosidad.

—¿Y tú qué haces, bicho? ¿Por qué no vienes?

—Está castigada —intervino Lucía antes de que Olivia pudiera responder.

Ares arqueó una ceja.

—¿Y qué hiciste?

Olivia sintió el sudor frío en la nuca.

—Le grité a una profesora —soltó, agregando otra mentira a su lista del día.

Lucía la miró sorprendida, pero luego solo hizo un gesto de "bueno, suerte con eso" y volvió su atención a Ares.

—Nos vemos después, Oli —se despidió apresurada.

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