Tras unos segundos intensos separamos los labios y nos miramos, tal vez por primera vez, directo a los ojos. No pude notarlo en la oscuridad del baile pero tiene unos ojos azules impactantes como el cielo despejado del mediodía. Su rostro esta sonrojado, tal vez por la extrañeza de encontrarse en la cama con un desconocido o también por el cansancio y la agitación del momento previo donde revoloteamos en el colchón y mandamos a volar las sabanas a algún rincón oscuro de la habitación del motel. Finalmente desviamos la mirada ambos con una sonrisa en el rostro y en un abrazo caemos profundamente dormidos.
(…)
El viento frio se cuela por debajo de la sabana y me entumece hasta los huesos, ella dormita plácidamente a mi lado ignorante del toque gélido de la noche. Un dolor punzante sube desde la articulación del tobillo a la rodilla cuando asiento los pies en el piso de madera y me levanto al baño.
Observo como el agua corre a través de mis manos agrietadas como si circulara por pequeños canales marcados en mi piel. El espejo me devuelve un rostro cansino, cubierto de arrugas, donde apenas se puede distinguir el iris verde de mis ojos, aunque ahora con un tono acuoso llegando a gris de ceguera.
Como fantasma vuelvo mis pasos a la habitación y la observo dormitar cubierta bajo las sabanas. Un bulto inerte que se mueve débilmente al compás de la respiración es lo que veo, que culmina en una cabellera blanca que al igual que el iris de mis ojos tan solo es una sombra del rubio de antaño.
¿Cómo fue que la vi por primera vez? ¿Qué será aquello que le dije? La noche me resultaba borrosa aquella vez y también suma la lenta decadencia de la memoria (esa que viene con la edad), logrando que el recuerdo sea tan solo un fondo negro. SI puedo evocar la imagen del motel al que fuimos esa noche., el baño que estaba hecho una mugre y la cama que rechinaba con cada movimiento.
Lo que siguió me es tan vago como el recuerdo del primer encuentro, un sinfín de anécdotas que en otros tiempos me eran memorias preciadas hoy tan solo son una existencia ajena, algo que parece haber transcurrido aparte de mi mientras que yo existía a un costado separado de ello por una especie de velo. O bien podría ser que fuera como si caminara en una cinta mecánica y todo aquello que sucedió tan solo era arrojado hacia mí para cruzarse en el camino, pero lo que ahora me vengo a enterar es que al final de la cinta siempre estamos solos.
No es que la vida a su lado haya sido tediosa o bien problemática, de hecho creo haber sido feliz o bien será que nunca llegue a conocer una verdadera felicidad y aquello es lo más parecido que tenía a mi alcance, no otra cosa ¿No es ese acaso el gran martirio de la existencia? Cuando se elige, se abandona. Todo aquello de lo que no llegamos a saber queda así, totalmente desconocido, ajeno: personas, amores, desamores, vidas arrojadas al abismo cuyo destino es el no ser, todo por una sola elección. Desde el principio supe esto, pero la emoción fue más fuerte que la razón y me aventure en el mundo del engaño. Ahí encontré confort en los espejismos del amor, de la familia; pero ya llegado al final de la cinta solo me queda descorrer el velo.
Abotono el último botón del saco y tomo el sombrero de la percha, ciño bien el cinturón de cuero negro y enredo la bufanda alrededor de mi cuello. El sol ya se deja ver por la ventana empañada que empieza a transpirar por el calor que emite el astro.
Observo a la extraña dormitando y con un leve gesto me despido de ella en silencio. El frio nuevamente revienta mis huesos cuando camino por el umbral de la puerta pero aun así yo avanzo. Ha pasado mucho tiempo ya, el recreo ha durado demasiado, me siento de nuevo aquel joven que enfrentaba la vida en fiestas seduciendo mujeres al azar. Casi ya no siento el frio, la chispa de la nueva vida arde en el pecho y los pies me son ligeros al paso, casi ya no siento el cuerpo.
Qué ironía que en un respiro, un leve flash pase medio siglo y que cada paso ahora sea sentido como un año, si nos dedicáramos a vivir nuestra vida así apreciando cada mínimo sentido tal vez el tiempo no determinaría nuestro ritmo. El sol me envuelve la figura y puedo comprender que no podemos escapar a las agujas del reloj sino más bien al igual que el astro podemos permanecer eternos abrazando cada momento que corre con la misma intensidad que los rayos del sol.
En cuanto a ella, yo sé que me entenderá. Fue una promesa silenciosa la que hicimos aquella noche cuando entrelazamos miradas en la habitación del motel, fue pactado que en algún momento partiríamos caminos, tal vez ninguno llego a imaginar que duraría demasiado. Quien sabe que hará cuando despierte y no me encuentre a su lado, seguro se levantara y partirá por el camino opuesto tal cual tendríamos que haber hecho la mañana siguiente de una noche hace cincuenta años. O bien tal vez llore mi ausencia, tal vez la edad o el confort no le permitan seguir con nuestro pacto, tal vez sufra y en soledad siga aferrada a la idea de mi vuelta y asi hasta el fin de sus días. O tal vez, puede que ni siquiera despierte.