La lluvia retumba en el techo de chapa de la pequeña vivienda y resuena por cada una de las cuatro paredes envolviéndome en una suerte de prisión acústica. Parece como si de afuera una turba iracunda estuviese arrojando piedras protestando por algo. Aun así, nunca me hube sentido más en casa que cuando traspuse las puertas corroídas por la humedad y me tumbe sobre la bolsa de dormir que tan prolija arregle en el suelo.
Observo la ventana y noto que ni siquiera la fuerza de la lluvia puede desprender la mugre que año tras año se ha ido acumulando en la cabaña, estoy seguro que ni el diluvio mismo podría devolver el brillo traslucido a ese pedazo de vidrio amojosado.
Una hilera de hormigas avanza en fila por el marco de la ventana como tratando de escapar de la lluvia y bajan por la madera hasta llegar al pequeño nido que han formado al pie de la pared. Hace ya unos cuantos días cuando los signos de tormenta se iban formando en los cielos fue que los pequeños insectos, escarbaron sus túneles, y así pude ver ingresar cada vez más creciente la fila de pequeñas motas negras. Podría haber derrumbado su nido, pero más bien me entretuve viéndolas como codo a codo lograban sortear estos obstáculos que les ponía el mundo, que a los humanos podría parecerles únicamente un pasajero mal clima para ellas significaba la perdición.
Su marcha me recuerda inmediatamente a las procesiones que realizan los seres humanos hacia sus templos también siendo guiados en común acuerdo por la fuerza de su espíritu. Así como las hormigas no notan mi presencia, así son los humanos, marchando en pos de una fuerza invisible, de un llamado Dios que les protege y procura su buenaventura. Lejos están ellos de saber que no hay Dios en las estrellas, que están solos en este mundo así como estoy solo yo, abandonados a su suerte, arrojados al abismo de la existencia sin armas para sobrevivir. Sera por esto que ellos se encierran en este mundo de ilusiones, el de la oración y la congregación como si en puesta común podrían llegar aunque sea rozar la mano de su creador.
Yo he estado allí, acompañándolos en su eterna buscada tratando de comprender sus motivaciones, y me he dado cuenta que el humano es únicamente un entramado de contradicciones. En su historia no ha habido más que muertes para defender la paz o guerras justificadas en nombre de Dios, y mientras veía como la mayoría partía de este mundo ante estas convicciones había otros que disfrutaban de la muerte de esos crédulos. Tal vez no haya más dioses que estos humanos quienes entraman conflicto en busca de su propia satisfacción, de ganar un poco más de poder y mientras las hormigas mueren a sus pies ellos se alzan triunfantes sobre la pila de cadáveres solo para terminar sometiendo nuevamente a otro tipo de hormigas.
Hubo un tiempo en que yo creí ser el causante de todo el malestar humano, si después de todo allá por donde yo estuviese, cuando aún recorría el mundo, aparecía la desgracia como si fuera una impronta personal mía o cabalgara a mi lado como respaldándome, dándome el mensaje que era mi deber alejarme de aquellos animales racionales. Pero he comprobado que el humano es generador de su propia desgracia, y desde que me he alejado del mundo a esta cabaña en medio de la nada la miseria no ha parado. Aun así creo firmemente que es mejor estar solo, como estuve al principio donde éramos solos con el vacío antes que el fuego se propagara desde mis entrañas y se expandiera devastando la oscuridad a su paso.
Fue así que llegue al mundo, sin que notasen mi existencia viviendo como uno más de ellos cuando apenas podían sostenerse en sus dos piernas. Y vi como volteaban su vista hacia los cielos o las fieras que les acechaban y le imbuían del misticismo tan distintivo que hace a la religión humana. Les vi pasar del salvajismo hacia eso que ellos llaman civilización, les di las herramientas para el trabajo y por un tiempo mantuve la esperanza que llegaran a aquellos ideales de los que soñaban solo unos pocos.
Tras un largo tiempo viaje solo y finalmente conocí a una familia de agricultores que me acogieron como si fuera uno de los suyos. De ellos aprendí el valor del trabajo, la unidad de la familia y ellos de mi aprendieron la escritura y la lectura, el valor a la naturaleza y el placer del libre pensar. Años pasaron y les pareció extraña la eterna juventud que poseía, sin embargo nunca dijeron nada, mantuvieron silencio ante esta inquietud mientras sus hijos que eran unos niños cuando les encontré ahora eran jóvenes fornidos que ayudaban en las plantaciones. La desgracia siempre eterna no tardó en llegar, una tarde cuando me aleje de la vivienda para contemplar el silencio las aguas del rio que bordeaba aquellos parajes. Los cuerpos calcinados de la familia, la pequeña cabaña en ruinas y los pastizales en llamas mientras los jinetes seguían llevando la destrucción a su paso.
Partí, no era quien para intervenir en la cruzada de los conquistadores. Deje que hicieran su voluntad. Si, el destino me había otorgado la vida eterna y las herramientas para conocer y guiar a las hormigas en el camino correcto, pero no para impedirles corroerse por dentro si esa era su libre voluntad. Muchos de los aldeanos que vivían en aquel pequeño poblado fueron convertidos en esclavos, relegados a ser propiedad de otro par, que en complejo de superioridad tan propio de los opresores les mando a construir monumentos a su nombre.