Sin Sentidos

El Reino

La vida en el Nexo era lo más tranquila y fácil que uno pudiese esperar. Desde que veníamos al mundo éramos intervenidos en los mejores tratamientos y cuidados médicos, luego de niños asistíamos regularmente a la escuela y teníamos diversos parques donde podíamos jugar y emprender todo tipo de actividades. Siendo adolescentes empezábamos la capacitación para encargarnos de alguna de las tantas tareas que se realizaban en la ciudad, ni siquiera teníamos que sufrir decidir alguna carrera porque el mismo sistema lo hacía por nosotros. Algunos se encargaban del mantenimiento de la ciudad, el sanitario, otros el eléctrico, o el de los sistemas; por otra parte había aquellos que trabajaba en la distribución de suministros, este particularmente fue mi caso.

Una vez termine con mis estudios medios fui encasillado en el área de empaquetado de suministros, tal cual como suena esa era mi función. Era mi deber revisar la calidad de todo lo que llegase a la estación donde había sido encomendado, que cada alimento este en perfecto estado antes de ser consumido o que los materiales para construcción o mantenimiento no tengan ningún desperfecto, luego procedía a empaquetarlos y mandarlos por la red de distribución para que llegasen al punto de la ciudad que fuese necesario.

Por supuesto, también fui provisto de mi propia vivienda. Fue duro abandonar la casa de mis padres pero las leyes del lugar establecían que cada adulto debía tener su propia vivienda y además me interesaba la nueva aventura de mi reciente independencia. Naturalmente mi casa se emplazaba únicamente a un par de calles de la de mis padres por lo que en los fines de semana solían visitarme para comer algo en familia.

La rutina era siempre la misma, los suministros llegaban cada día a primera hora de la mañana, me levantaba e higienizaba y luego preparaba el desayuno con lo que hubiera llegado aquel día. Tras esto partía al trabajo y allí almorzaba junto a los compañeros, para recién volver a casa cuando ya no se veía ni un rastro del sol en el cielo, por supuesto dejando preparados todos los paquetes que llegarían a los vecinos a la mañana siguiente. Llegaba a mi hogar y cenaba, tras esto una última ducha antes de dormir y al día siguiente la misma rutina.

Durante los fines de semana el horario de trabajo era un poco más flexible, e incluso podíamos elegir que queríamos comer por lo que los envíos eran más personalizados, a veces sentía pena por los operadores que debían trabajar en mi puesto durante los fines de semana ya que los encargos eran de una enorme diversidad. Los sábados por la noche eran habituales las reuniones en el hogar de algún vecino o bien las grandes fiestas que realizaba el gobierno del Nexo en los centros recreativos distribuidos por cada región. Finalmente los domingos eran para descansar y pasarla en familia. Esa era mi vida en la ciudad, una vida sencilla, fácil, tranquila.

El Nexo se componía de cinco regiones bien diferenciadas y cada una cumplía más o menos la misma función, salvo la quinta que era exclusivamente el sector de producción donde se cultivaban alimentos, se producía herramientas y distintos materiales que luego serían enviados a los otros cuatro sectores. Las viviendas eran todas similares aunque de acuerdo al esfuerzo en el trabajo, o a lo sobresaliente en el deber de ciudadano el gobierno premiaba con materiales para decorar o reconstruir las casas y darles un toque distinto al habitual. Por otra parte también había distintos parques donde se podía pasear, cines, teatros y estadios para grandes espectáculos por lo que siempre podía encontrarse algo nuevo en cuestión de entretenimiento. Si uno miraba al horizonte desde algún edificio alto no podía distinguirse otra cosa que no fuera la ciudad, miles de casas todas iguales entre si se extendían hacia el más allá de vez en cuando junto a alguna mancha verde o algún edificio un tanto más grande, aun así nunca ningún ciudadano se dedicó a averiguar aquello que había más allá, después de todo cualquier necesidad que tuviesen estaba allí, en su hogar, en las plazas y los centros de distribución.

Nunca fui una persona que destacase en lo que hacía ni en la escuela ni en el trabajo, esa creo que fue una de las principales razones para hacer todo lo que hice, después de todo estaba seguro que el mundo seguiría funcionando si yo desaparecía, al fin y al cabo lo que la vida en el Nexo me había enseñado era que todos éramos prescindibles. La vista simétrica de los edificios desde el balcón de mi vivienda era lo que más me irritaba y apasionaba a la vez. A veces sentía envida de aquellos que vivían en los límites de la ciudad y podían maravillarse con los paisajes de fuera del Nexo, sin embargo en las pocas ocasiones que encontré gente que decía venir de aquellos lados, su respuesta era que no había límites y la ciudad misma se extendía al infinito.

Empecé primero con pequeños paseos tras terminar mi jornada de trabajo. En vez de volver a mi casa como me era habitual, caminaba calle abajo alejándome del centro de la ciudad y me adentraba en las zonas residenciales para luego volver caminando nuevamente a mi hogar. A medida que iba tomando valor pasaba a través de los parques solitarios que no tenían ni un solo transeúnte a esas horas de la noche salvo alguna que otra pareja rezagada y estaban un poco más alejado de los bloques de viviendas que formaban el segundo anillo que rodeaba el centro de la ciudad. Por ultimo llegue al último gran anillo que era donde se emplazaban los trabajadores retirados y se encontraban los centros de sanidad, y que limitaban con las otras regiones del Nexo.




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