El tintineo de los cubiertos resuena en el salón, un irritante sonido de metal contra cerámica tanto como aquel del acero contra el acero como dos espadas que chocan pero sin el excitante sentimiento de saberse en duelo. Preferiría el constante murmullo como zumbido de enjambre de abejas asesinas, aquel que produce mi familia cuando le llegan las noticias, desde el chismoseo habitual en la zona residencial, hasta los continuos reportes de mi falta de conducta. Pero desde la muerte de mi padre que los zumbidos han cesado y han sido reemplazados por aquel silencio sepulcral, y los cubiertos contra los platos.
Miro al otro lado de la mesa y vislumbro la silla vacía que se encuentra frente a la chimenea donde se emplaza el retrato de aquel hombre que partió de este mundo tan de repente. Era una tarde de aquellas donde pasaba el tiempo contemplando el fuego de la chimenea, mientras los demás hacían sus distintos quehaceres, la servidumbre fregaba los pisos del caserón y mi madre estaba en su estudio haciendo las cuentas del negocio mientras mis hermanas estudiaban con la institutriz. Yo no estudiaba, desde chico habían tratado de imponerme algún tutor que me “educara” pero ninguno había sido lo suficientemente bueno, todos abandonaban el puesto en cuanto se topaban con el chiquillo terco y respondón que nunca dejaba por sentado lo que venían a instruirle, finalmente mis maestros fueron los grandes tomos de cuero que se encontraban en las estanterías de la polvorienta biblioteca. En fin, aquel día me encontraba frente a la chimenea quemando pedazos de papel, veía como las lenguas de fuego consumían el blanco tornándolo negro y frágil, ahora que lo pienso tal vez fue una premonición del destino; como el papel que contorsionaba ante el calor, así seguro se quebró su cuerpo cuando el automóvil choco contra la tierra después de caer en picada por el barranco. Así tan simple te fuiste padre, y en la casa sufrimos tu perdida, algunos más y otros menos…
¿Cómo no notarlo? La alegría de mi madre en cuanto recibió la noticia de la defunción de su marido, la disimulada curva de labios cuando se supo a si misma única dueña del dinero de nuestra familia ¿Acaso no crees que escuchaba? Las constantes peleas cuando éramos niños, aquellas que trataban de disimular a murmullos resonantes en el otro cuarto, y ya cuando hubimos crecido un poco ni siquiera se molestaban en ocultar sus constantes escaramuzas. “Un día de estos me voy a ir de esta casa y te voy a quitar todo” era una de tus constantes frases, a lo que el hombre respondía improperios. Y vos tan astuta, madre, tan astuta rompías en llanto y le hacías sentir culpa por ser lo que era, por ser poco hombre y haberte gritado y luego se recluía quien sabe dónde con una botella de su vino añejo mientras vos en su lecho te recostabas con esa sonrisa grotesca de labios, la misma que pusiste el día del accidente y la que aún no ha abandonado tu rostro tras tanto tiempo que ha sucedido.
En cuanto al resto de mi familia, realmente no sé qué piensan, mis hermanas se limitan a ser tan solo maquinas sin autonomía, pasean por los pasillos del caserón sin hablarse siquiera la una a la otra, asisten a las clases de su institutriz y llenan de tinta los cuadernos en un ritmo monótono, ayudan a armar la mesa para la hora de la cena, comen en silencio, ni siquiera las escucho masticar y finalmente como fantasmas se deslizan hacia su habitación. A veces pienso que soy yo el único que siente, el único que puede ver las cosas, o escucharlas, la dicha de mi madre, el zumbido de los cubiertos y el retrato que en su ser estático parece mandarme un mensaje.
La mirada penetrante del hombre me atraviesa como un cuchillo afilado, ¿Qué dirá? Sus ojos se mueven de aquí a allá, y veo en ellos el esfuerzo que realiza como si tratase de romper su segunda dimensión y escapar por los bordes del marco ¿estará acaso pidiendo ayuda? De repente la silla vacía se mueve un centímetro. El corazón empieza a bombardear sangre y siento como el color me inunda la cara, pero a mi alrededor todos siguen tan monótonos como siempre casi tan quietos como el cuadro que lucha por pasar al plano real. Me siento único en este plano, tal cual como una pintura como un par de líneas trazadas por un pincel, siento que el caserón es mi propio marco y yo tengo que alejarme hacia los límites.
¿Sera hoy ese día? Casi siento como la silla moviéndose y el cuadro fuera la señal que tanto he estado esperando. Deduzco entonces que la quietud de mi familia no es otra que una guardia silenciosa, como si también ellos hubieran estado esperando este día, ¿no será acaso lo mismo que paso con mi padre? Si, seguramente el también quiso ser parte de otra dimensión y por eso fue condenado a muerte, y ahora se encuentra atrapado en el marco incitándome a que siga sus pasos antes que sea demasiado tarde.
Me levanto como puedo de la mesa y los zumbidos, el choque cerámica-metal se vuelve más fuerte casi insoportable, una risa aguda se hace escuchar entre el barullo y distingo en ella la voz de mi madre. Los tímpanos estallan en mil pedazos y ya no escucho nada, veo tan solo la figura macabra de mi familia rodeándome, debo correr, escapar. Rodeo la mesa en un intento de evadirlos e imploro ayuda frente al cuadro de mi padre muerto, pero el al igual que yo está atrapado en sus dos dimensiones y no puede socorrerme. Con fuerza tumbo la mesa hacia el lado de mi familia, lo que me da tiempo a correr. Tomo uno de los cuchillos que han salido volando en mil direcciones y corro por los pasillos de la casa.