Sin un final feliz

El psicólogo.

¿Has sentido alguna vez que sin importar cuanto grites, nadie te va a escuchar? O ¿No has creído en algún momento que tus problemas son tan grandes que, se escapan al entendimiento de cualquier otra persona? Si tu respuesta es afirmativa, entonces sabrás cómo se siente María en este momento. Sin embargo, a pesar de sentirse de esta forma aquí está ella, intentando encontrar un ser que la pueda escuchar, a una persona que la pueda entender, porque ya no aguanta su dolor.

 

María se encuentra en una sala de espera bien iluminada y limpia, pero el ambiente silencioso y tranquilo no han traído calma a su corazón atormentado. Ella entra en un momento de pánico y se dispone a abandonar el lugar, pero justo a tiempo llega el psicólogo quien, con una seña le indica que puede pasar al consultorio.

 

Él es un hombre alto y mayor, tal vez de unos 40 años, no como ella quien es bajita y joven, de unos 25. Ella ahora está sentada en el diván, justo en frente de la silla donde está el psicólogo. Sus manos de piel pálida no paran de temblar, y su rostro de ojos marrones sólo muestran una expresión cansada y llena de temor. El psicólogo, mirándola atentamente, le indica con la mano que puede empezar a hablar.

 

–He tenido la misma pesadilla por meses –comenzó a decir–, no ha parado ni un día. Más que una pesadilla, es un recuerdo vívido de mi infancia, cuando murieron mis padres para ser exactos. Apenas me duermo empiezo a sentir el frío de aquella noche, pudo escuchar los pasos afuera de mi habitación. Yo salgo a ver quién es, pero no hay nadie. El miedo me invade y no puedo evitar correr al cuarto de mis padres.

 

“Todo está oscuro cuando entro, me meto en su cama buscando refugio. Ninguno se mueve –Dice mientras empieza a llorar–. Su cama está mojada y ellos también lo están, pero no es agua sino sangre lo que mis manos sienten. Ellos no se mueven, ya no se pueden mover –María tapó su rostro con ambas manos–. Finalmente escucho una voz en el cuarto, “Eres muy bonita, me gustan las chicas pequeñas” me dijo. No puedo ver su rostro, pero si puedo notar un diente de oro que brilla cuando sonríe. Ese hombre los había matado, ese hombre me hizo cosas malas. ¡Debió matarme a mí también! Pero no lo hizo.”

“El hombre fue encarcelado y está pagando su condena. Han pasado 17 años desde ese día y, a pesar de haber sido marcada por un tiempo, lo superé. Pero ahora han vuelto los recuerdos, ahora vivo llena de tormento.”

El psicólogo la seguía mirando atentamente con ambas manos entrelazadas. Cuando se calmó, ella le dijo:

–¿Qué me puede decir de esto?

Hubo un momento de silencio en el consultorio.

–Me gustabas más cuando eras pequeña. –Dijo el psicólogo quien, al sonreír, dejó escapar un pequeño brillo dorado.



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En el texto hay: reflexion, relatoscortos, historias tristes

Editado: 03.08.2019

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