Síndrome de estocolmo

Capítulo 1.

Mi vida era perfecta.

Nací en una familia de mucho dinero, gracias a mi padre y su gran inteligencia, sin olvidar a mi madre que al haber sido Miss Universe se pagó la vida entera.

Quincel y Mandy Harrison tuvieron dos hijos.

El excelente y sobredotado Fidel Harrison y a esta belleza de mujer, ganadora de cualquier cosa, Ruby Harrison.

Cada mañana la familia Harrison desayunaban juntos.

Todos sabíamos que sería el único momento del día que nos podríamos ver a los ojos y al menos saber que volvimos a casa el día anterior.

— Linda, Yeison me contaba que se irían de vacaciones a Egipto.

— Sí — afirmé — Tenemos ganas de conocer el desierto.

— ¿Sabes que te tienes que poner como veinte vacunas para ir? — mi hermano tenía esa voz particular conmigo.

La mayoría del tiempo sentía que me odiaba.

¿Por qué?

Ni idea.

Nuestros padres nos dieron a los dos lo mismo y él por ser el mayor tuvo más beneficios.

— Lo sé, hemos estado averiguando y ya pronto ordenaremos todo para las vacaciones.

Seguimos hablando toda la mañana de las noticias.

Vivimos en un pueblo donde las personas tenían dinero para limpiarse la boca con billetes, pero habían encontrado a una persona que vendía droga a los adolescentes.

Lo reconocí al momento que lo mostraron, lo había visto junto a mi mejor amiga dándole un paquete, me ofreció uno, pero lo rechacé.

Ahora veo que le salió mal liarse con niños pijos que cuando no tenían lo que querían soltaban la lengua. Es lo que habíamos aprendido desde pequeños.

Fui la primera en tomar su bolso y despedirse antes de salir, los demás ayudaron a llevar la vajilla al lavavajilla. Fuera me esperaba un auto negro, me extrañó de inmediato que el conductor estubiera en el asiento del piloto y no haya salido a abrirme la puerta.

Tampoco era manca, así que abrí la puerta y entré dando los buenos días con una sonrisa, el chófer ni se dio la molestia de mirarme.

Rodé los ojos, mi papá contrataba a cualquiera que le convenciera con su labia.

Saqué mi celular revisando instagram, Julia, mi mejor amiga había subido una foto de su figura completamente desnuda.

Suspiré con pesadez.

No entendía cómo yo no podía hacer eso.

Debía ser porque seguia virgen como el aceite de oliva, y era del extravirgen.

Yerson nunca me había tocado y sus manos no pasaban más de cinco en mi cintura, sus besos jamás me hicieron notar su lengua.

Según su familia y para mí estaba bien, debíamos ser virgen hasta el matrimonio, cosa que sería dentro de cinco años tal vez, solo tenía 17 en ese entonces, por eso fruncí el ceño cuando me di cuenta que no estábamos en un lugar que conocía y que era obvio que mi colegio no quedaba por allí.

— Disculpe, ¿No le dieron la dirección del colegio?

No obtuve respuesta.

Mi corazón comenzó a latir con fuerza.

— Oiga, ¿me puede escuchar? Por aquí no es donde queda el colegio.

Nada.

Ni siquiera una mirada.

Desbloqueé el celular, mis dedos se arrastraron hasta tocar el chat del grupo familiar.

Yo: Ayuda

Yo: El chófer está loco. No tengo idea dónde estamos.

Yo: Por favor respondan.

Me di cuenta que no era mi familia la que no quería responder, eran los mensajes que no se enviaban, no había señal.

— Por favor, dé la vuelta. ¡¡Ya!! 

Mi calma se había ido de viaje.

Si había algo que me diferenciaba de mi hermano era su total paz y tranquilidad.

Yo era los antónimos.

— ¡¿Qué no me escuchas?!

Todo el respeto se había ido al carajo.

— ¡¡Detente, ahora!!

Un frenazo hizo que mi cara impactara con el asiento de delante y eso que iba con el cinturón, pero el loco que tenía de chófer pasó de 200 a 0, causandome un gran dolor en mi nariz.

Cuando me tiré hacia atrás toqué mi nariz sintiendo y viendo mi sangre.

— Escucha con claridad. En dos días debemos estar con Mel, me importa una puta mierda si quieres bajarte, eres el pase a que nos deje entrar. Ahora, si no te callas te volaré la boca — sacó de su bolsillo una pistola posandola en el asiento de al lado — Así que será mejor que te calles y dejes de intentar mandar mensajes. Aquí no hay una mierda de señal.

Su voz hizo tiritar mi cuerpo.

Me estaban secuestrando.

De mi propia casa había sido secuestrada y nadie me puso una pistola en la cabeza para que entrara a este jodido auto.

Respire hondo y boté el aire.

^Ni pienses que me ocuparas como pase para ese tal Mel^, pensé mirando al frente.

Bajé mis ojos por la forma que movía la palanca, íbamos por una carretera no haría un cambio a no ser que viniera un auto y en esa calle eramos los únicos ahí.

El freno de mano estaba al frente de la palanca, necesitaba que sacara su mano de ahí para poder tirarme y detener al auto, al tiempo que tomaba el arma del asiento.

Corrí mi cuerpo lentamente hasta quedar en medio del piloto y el copiloto, tragué saliva nerviosa, él ni siquiera me miraba.

Respire profundo, solté el aire y en el momento que quito su mano de la palanca me tiré y puse el freno de mano, el auto se detuvo en un dos por tres, mi mano derecha no tardó en llegar al asiento del lado y tomar el arma.

Me tiré hacia atrás y le apunté.

Solo que lo único que hizo fue mirarme con esos ojos marrones y mostrarme el dedo del medio.

Sujete con fuerza el arma en ambas manos.

Tocó su labio con sangre y luego de verse los dedos, me miró.

— Pensé que las crías pijas eran más inteligentes.

Nos quedamos mirando.

Mirando.

Mirando.

¿Qué debía hacer ahora?

No tenía respuesta

Pero mi pregunta fue respondida cuando sentí algo helado en mi cabeza.

— Será mejor que bajes el arma — tragué saliva — Niña pija.

 

 

 

 

 




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