Síndrome de estocolmo

Capítulo 2.

Luego que me dejaran tirada en el baño del motel horrible, descanso mi voz.

El tipo de ojos azules llegó por detrás con una pistola y me bajó a la fuerza del auto.

Me trajeron aquí, acabé con las manos y los pies atados, junto con la porqueria de cinta en mi boca que me dificultaba respirar.

Miré a todas las partes que pude, al menos mis manos quedaron delante de mi cuerpo, gracias a eso me moví como una cuncuna hasta llegar a la pared y poder sentarme.

Llevé mis manos a mi cara y saqué con fuerza esa cinta, aguanté el dolor mordiendo mi labio inferior.

Cuando pasó miré bien el baño, tenía una pequeña ventana donde lo único que cabía era mi mano y ya.

Estaba perdida, tenía ganas de llorar.

Pero la puerta se abrió, el ojiazul me miró y ladeó la cabeza.

— No sé quién es más gilipollas, yo por ponerte las manos delante o tú por quitarte la cinta.

Ladee la cabeza igual que él, era incomodo.

— Está clara la respuesta — le sonreí — Gilipollas.

Levantó una ceja y sonrió un poco.

Volvió a su cara de serio cuando tomó la cinta que había dejado en el lavamano y cortó un pedazo con sus dientes, se hincó frente de mí llevando sus manos de vuelta a mi boca.

Moví mi cabeza de un lado a otro intentando luchar para que esa cosa no llegara a mis labios.

— ¡No! ¡No, imbécil! 

Tomó con fuerza mi cara.

— Quiero que mantengas tu pija boca cerrada, ¿entendido?

— ¿O si no qué? — levanté una ceja.

— O si no terminaras bajo tierra.

Me di el lujo de reír aún con su mano presionando mis mejillas.

— Entonces Mel no les dará el pasó, cariño — finalicé guiñandole el ojo.

Este me soltó y me quedó mirando serio, muy serio.

— Él nunca dijo que debías llegar con vida.

Así que de verdad era el pase para algo.

Tragué saliva.

Quería saber más.

Pero su compañero llegó con una bolsa de papel, se la tiró al ojiazul y se fue.

— Tú tratándome de gilipollas y yo pensando en tí, niña pija — de la bolsa sacó una dona cubierta de chocolate.

De inmediato hice una expresión de asco.

Este la mordió, pero su cara se puso confundida.

— ¿Qué? ¿No te gustan las donas? 

— Esa masa está llena calorías, más de las que como en un día.

Este rió en mi cara, le dio otro mordisco a la dona y salió cerrando la puerta de un portazo.

Solo esperaba salir pronto de aquí.

Sin embargo, nadie sabía dónde carajos estaba, así que yo era la opción A hasta la Z.

Y luego de mirar bien el lugar, planear todo bien en mi cabeza, comencé con el trabajo de sacarme la cinta de los pies sin hacer ruido. Con mi espalda pegada a la pared, doblé las piernas hasta que podia tocar mis rodillas con la cara, las pegué bien a mí y como pude hice llegar mis brazos a los tobillos, busqué la entrada, la encontré y procedí.

Lentamente separé la cinta para desenvolverla de mis tobillos, hacia un ruido bajito, así que sonreí cuando ya había terminado y ningún cabrón estaba a la vista.

Moví un poco mis pies y luego me levanté, caminé lo más callada a la puerta, pegué mi oido a ella para escuchar los movimientos.

— Iré por una goma de mascar.

— Claro.

Sonreí.

Uno de ellos se había quedado.

Pero no sabía cuál, a ver, los dos tenían la voz parecida y además se parecian, tal vez eran hermanos, ya quisiera yo hacer cosas junto a mi hermano.

Antre abrí la puerta, muy poco, para ver la habitación, cuando me trajeron memoricé la puerta, la cama y el baño, todo seguido, quiere decir que si camino derecho podré salir y ¡correr por mi vida!

Estaba extrañamente emocionada.

Hasta que recordé que uno estaba en la habitación y no lo podía ver, abrí un poco más, pero nada, estaba vacío, abrí aún más la puerta.

Estaba vacío, joder.

Fui a dar un paso ya cuando la puerta estaba totalmente abierta, pero alguien la empujó desde atrás y me impactó en toda la cara haciendo caer de culo.

Solté un grito de dolor y ni siquiera podía abrir bien los ojos.

— ¿A los niños pijos no les gusta jugar a las escondidas?

— ¡¡Eres un hijo de puta!! — grité con todas mis fuerzas viendo al ojiazul con una sonrisa desde arriba.

— Bien, deja de gritar o se te saldrán las cuerdas voca- 

— ¡Gilipollas! — no le dejé terminar.

Me senté como pude y toqué mi nariz, hoy había sangrado más que nunca.

Lo sentí frente de mí, venía con la cinta en la mano.

— ¡No me toques! — me arrastré en mi trasero lo más lejos que pude de él.

No fue mucho, me pudo agarrar de un tobillo y tirarme hacia a él, pude mantener el equilibrio, o si no ya veía mi cabeza rebotando en este asqueroso baño.

Sus manos tocaron mi piel, de nuevo, pero ahora diferente.

— Tienes una piel suave, seguro que nunca has tenido que trabajar — soltó mientras sus dedos asperos tocaban mis piernas, me maldije por haber ido con una falda al colegio ese día.

Tenía miedo.

No queria que me violaran.

Moví mis piernas para que las dejara, pero este con fuerza las juntó y envolvió mis tobillos con la cinta.

Luego cortó otro pedazo y aunque luché igual terminó tapando mi boca con eso.

— Si no quieres tener esto en la boca, puedo hacer que te mantengas callada de otra forma. Pero tienes una cara de mojigata que mejor no. No me gustan las chicas sin experiencia.

Quedé con los ojos muy abiertos, él se fue y me rendí ante mi misma, tiré mi espalda hacia atrás y quedé totalmente recostada.

Cerré los ojos y dejé que las pequeñas lágrimas traicioneras salieran.

 

 

 

 

 




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