Síndrome de estocolmo

Capítulo 3.

Sentí algo golpeando mi costado.

Me senté refregando mis ojos y mirando al ojos marrones.

— Levantate — fue lo único que dijo.

Me levanté y recién ahí me di cuenta que ya no estaba amarrada y mi boca estaba libre.

Mi espalda dolía, pero agradecí que me dejaran asearme.

Oriné. En el espejo me di cuenta que todo mi maquillaje se había ido.

— ¡Joder! — estaba odiando esto, con toda mi vida.

Salí tapandome la cara por si acaso, lo único que conseguí fue la risa de uno y nada del otro.

Los miré esperando algo.

Y ahora qué.

— Nos espera un largo viaje, así que esperemos que nos sirva el auto que nos regaló tu padre.

Suspire con pena.

— ¿Dónde están mis cosas? 

Ninguno me respondió, me acerqué a ellos, me di cuenta que el ojiazul revisaba un celular y el otro veía la televisión

¿Puedo salir y ya? 

Salgo corriendo cual gato arrancando, tomo el pomo de la puerta, unos brazos tomaron mi cintura pegándola a su cuerpo, me agarré con ambas manos en el pomo y comencé a gritar.

— ¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Sueltame, puto cabrón! 

Mis manos no aguantaron más y acabé tirada en la cama, el ojos marrón me mira con la misma cara de siempre, él ha sido el desgraciado que no me dejó escapar.

A mi izquierda sigue el ojiazul revisando su celular, pero lo guarda y me mira levantandose.

— Deja de descansar, niña pija.

— ¿No sabes mi nombre?

— Claro, niña pija.

Suelto aire enojada, me levanto con rabia y no doy ni un paso, sus manos agarran mis muñecas y las pone en mi espalda, su boca toca mi cuello.

— ¡No me toques! — muevo mi cuerpo.

— No te muevas — ordena con voz ronca.

Aunque hago fuerza no me puedo mover bien, mis piernas están paralizadas y estoy llena de miedo.

Su boca sigue dando besos a mi cuello, doy quejidos cuando comienza a chupar.

Pido ayuda al cabrón de enfrente, pero este solo me mira con una ceja alzada al ver mis lágrimas caer.

— Por favor — ruego con la voz quebrada.

— Hago esto por tu bien, niña pija. Ni creas que te quiero follar.

Mis lágrimas se detienen y doy vuelta mi cuello cuando su boca ya no esta ahí.

Me da vuelta hacia a él, coloca sus manos en mis hombros y me mira fijamente.

— Bien, fuera hay un sicópata con ganas de matar, claro que a tí no, bueno, ya no, por el chupón. Así que harás algo que los ricos saben hacer muy bien, nece- 

Mi puño cae en su cara.

¿Por qué creen que tengo que escucharlos?

En una última oportunidad de huida, y al no tener sus manos en mis hombros, salí corriendo, abrí la puerta y la cerré.

— ¿No me han detenido? — sonreí como estúpida.

No me quedé a pensar, salí corriendo por el pasillo del motel, bajé las escaleras y al llegar al primer piso vi a todas las personas en el suelo, estaban aterradas, miraban algo en particular.

Mi sonrisa se borró y gire lentamente para encontrarme el cañón de una pistola en frente de mis ojos.

— ¿No te enseñaron modales? — su voz era muy ronca, me hizo recordar a mi hermano y por primera vez quise que estuviera a mi lado.

Subí la vista al sujeto y lo que vi fue un hombre cubierto con una máscara de un zorro negro.

Me dio mucho miedo.

— ¿Quién eres?

Al no responderle, golpeó mi frente con el cañón. Mi respiración se agitó.

— Soy Ru-

— Mi puta personal, zorrito. No querrás meterte con ella, te puede dejar así — miré de reojo como con una pequeña sonrisa apunta su ojo donde lo golpeé.

El hombre enmascarado mira mi cuello donde tengo el chupón.

El ojiazul rodea mis hombros con su brazo derecho, me pega a su costado.

—¿Qué haces aquí? — pregunta el enmascarado.

— Estoy aquí por una cría que me mandó a buscar Mel.

Bajé un poco la cabeza tapando mi cara con el pelo, debía ser inteligente, me tenía que librar de este cabrón, no podía estar luchando con otro.

— ¿Estas con ese loco?

— Sí. No puedo vivir sin él — terminó su frase con una risa.

— Ya no sé cuál de los dos le chupa la polla al otro.

Este mostró su mejor sonrisa e hizo el amago de tirar de mí para subir las escaleras, solo que eso no estaba en los planes del enmascarado.

— ¿A dónde van? 

— No terminó de chuparmela.

Me dio rabia que me hiciera pasar por puta para salvarnos el culo, pero era lo mejor.

— Saludame a Mel.

Supe por su cuerpo tenso que ese saludo para el tal Mel, no era algo de cordialidad.

— Le diré.

Subimos las escaleras pegados hasta que llegamos al segundo piso y al estar en el pasillo tiró de mi cuerpo hacia delante.

— ¿Tienes los oídos tapados con mierda? — me di vuelta enfurecida, para golpearlo de nuevo, pero su mano detuvo mi puño y lo bajó. — No me vuelvas a golpear, o tendré que amarrarte las muñecas y no me importará que quedes sin manos.

Tragué saliva nerviosa, quería gritar, pero recordaba que abajo estaba ese maniático.

Estuvimos en la habitación diría que muchas horas, me tuvieron sentada en una silla con la cinta pegándome a ella por la cintura.

No podían ser más gilipollas.

— Mi blusa quedará manchada con esta porqueria — murmuré luego de varias horas.

Era obvio que me podía sacar la cinta e intentar huir de nuevo, pero ¡vamos! Abajo estaba el zorro enmascarado y junto a mí los capullos que me tenían secuestrada.

¿Qué podía hacer?

 

 

 

 

 

 




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