Síndrome de estocolmo

Capítulo 4.

Acabamos los tres en el auto que mi padre había comprado para que pudiera ir al colegio.

Iba en medio de los dos, el ojiazul conducía y el ojos marrones miraba el celular concentradamente, no alcanzaba a ver lo que hacía.

No me quise poner el cinturón de seguridad, así que crucé los brazos bajo mis pechos mirando al frente, cuando el silencio se hizo totalmente el protagonista, intente tontamente otra huida.

Me tiré a la puerta izquierda para tratar de abrirla, estaba cerrada, me tiré a la derecha, intente abrirla, no se pudo.

— ¿Qué hace la cría? — preguntó el ojiazul sin despegar la vista de enfrente, la carretera estaba bien transitada, no tenía idea de dónde estaba.

El ojos marrones giró su cabeza para verme, le mostré el dedo de enmedio.

— Gilipolleses.

Golpeé los asientos del auto.

— Son unos putos locos. Ya quiero verlos en la cárcel, ni crean que quedarán libres.

— Niña pija, será mejor que no enojes a… — y de sus labios salió el nombre de ojos marrones.

¿Esto es acaso una historia de wattpad?

Abrí mi boca sin despegar mi vista de… de… 

Me puse entre ellos y casi pego mi cara a la suya, se tiró hacia atrás mirándome con el ceño fruncido.

— ¿Te llamas Eros? — este asintió.

Puso su mano gigante en mi cara y me tiró hacia atrás.

Quedé sentada con una sonrisa en la cara.

— ¿Te pone cachonda cómo se llama? — el ojiazul me miró por el espejo retrovisor.

— ¿Cómo te llamas tú? — respondí con otra pregunta.

— Victor.

Mi sonrisa se borró.

— ¿No te pone cachonda?

— Es un nombre muy normal y fome — volví a cruzar los brazos.

— Hay muchas chicas que lo han repetido una y otra vez sin sonar para nada disgustadas.

— ¿Cuáles chicas? — sonreí de lado, aún viendo sus ojos azules — ¿Las que venden su coño por un par de dólares? No jodas.

— No todas nacen en cuna de oro.

Me quedé callada, tenía razón, pero no se lo diría.

Puse mi atención a los autos de los costados, se veían familias felices.

¿Y por qué carajos no pedía ayuda?

Me corrí hasta la ventana de la izquierda y golpee con mi puño el vidrio.

— No cometas una estupidez — habló Eros.

Volví a golpear el vidrio llamando la atención de la familia, pararon de reír para mirarme, iban dos niños pequeños atrás, la señora bajó el vidrio del copiloto y al instante mi sangre se heló por la voz del ojiazul.

— Di una palabra y haré una fiesta de tripas con ellos.

Estire mis labios y los saludé con la mano.

Ellos me devolvieron el saludo confundidos.

Me acomodé en el asiento y miré mis pies.

Me había puesto esta falda negra con la blusa rosa y unos zapatos cómodos, porque hoy vería a Yerson, él me iría a recoger al Mall cuando viera que el auto estaba a punto de llegar.

Abrí los ojos, de todas las formas posibles, joder, yo no necesitaba contarle nada, él sabia por el GPS que tenia el auto, además ya va a anochecer, debe estar esperandome, tal vez ya le preguntó a mi familia y ellos deben estar averiguando.

¡Joder!

Pronto volveré a casa y el día de hoy habrá sido como un sueño.

Demostré estar seria mirando mis pies, no volví hacer nada, solo escuché como a veces Eros le mostraba el celular a Victor y este refunfuñaba.

El viaje había llegado a su fin cuando estacionó frente a un motel que tenía un bar pegado a su lado.

Los cabrones bajaron y me hicieron bajar tras ellos.

El ojiazul tomó mi rostro entre sus dedos, se acercó con una pequeña sonrisa.

— Portate como una buena chica, ¿sí? Sí. — tomó mi muñeca con fuerza y me arrastró hasta el interior del bar, a mi izquierda iba el ojiazul aferrado a mi pobre muñeca y a la derecha iba el ojos marrones.

El bar estaba lleno de moteros y camioneros, habían meseras con muy poca ropa, las mesas redondas estaban llenas de hombres tomando cerveza.

— Siéntate aquí — el chico que sujetaba mi muñeca me sentó en la barra.

Nos sentamos en el mismo orden que íbamos, estaba con un idiotas en cada lado.

— Tres hamburguesas y tres cervezas, guapa — la mesera no tardó en traer lo que el ojiazul le pidió, puso unas servilletas frente a él, hasta un ciego podría haber visto lo que anotó en la primera servilleta.

Mis dos acompañantes comenzaron a deborar la hamburguesa junto a la cerveza.

Yo solo la miré por un largo tiempo con la esperanza de que se cambiara por una ensalada.

— ¿No vas a comer? — extrañamente el que preguntó eso, fue el cabrón de mi derecha  sus ojos marrones miraban la hamburguesa y luego a mí.

Negué rotundamente, él la agarró y comenzó a comerla.

Está llenando su cuerpo de calorías y grasa.

— ¡Tráeme otra, preciosa!

Uno comió dos hamburguesas y el otro tomó dos jarras de cervezas.

— ¿La niña pija no come estas cosas? — lo miré, suspirando de cansancio.

— Tengo que mantener mi forma.

— ¿Por qué?

— Porque a mi novio le gusta y a mi me gusta como estoy.

— Ah claro — soltó una risita, agarró la cerveza y bebió un sorbo — Así te folla mejor.

Solté una risa falsa.

— Las relaciones no se basan en sexo.

— ¿Y en qué se basan?

Fruncí el ceño.

— En el amor, ¿sabes lo qué es?

Hizo como si lo pensara.

— Sí, una vez estuve enamorado, pero adivina qué, me jodió con un cabrón rubio.

Me reí de él en su cara.

Estaba escuchando bien ¿cierto? Claro que sí.

Nunca me daría lástima.

— Bien merecido que te lo tenias, ¡Gilipollas! — algunas personas giraron a mirarnos.

Solo que ninguno de mis acompañantes rió, el ojiazul le tiró unas llaves a Eros y este de inmediato supo que hacer.

Sus dedos envolvieron mi brazo y tiró de mí hasta la habitación, el aire de la noche y el motel barato me dieron frío, al llegar a la habitación los escalofríos no se fueron.

Comencé a tirirar y desee que esto acabara pronto como por milésima vez.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.