Síndrome de estocolmo

Capítulo 7.

El paramédico me tiró hacia un lado en un rápido movimiento.

Solté un grito de horror ante la escena, mi corazón se quería salir. Me puse de rodillas a su lado, lo toque para que me hablara, la bala había caído justo en su corazón, el chico me miró y como pudo apuntó el botiquín con su mano.

Lo agarré de la cama y volví a verlo.

Escuché detrás mío.

— Venía solo.

— Bien. Déjame descansar  un poco — le respondió Victor.

— Fondo — murmuró con el poco aliento que le quedaba.

Veía borroso por mis propias lágrimas, pero limpiandome los ojos saqué todo hasta llegar al fondo, había un celular de concha, lo escondí en el sujetador y lo volví a mirar. 

Estaba muerto.

Caí rendida con mi cuerpo apoyado en la cama y mi cara retorcida del llanto silencioso que me llenó, mordí mi labio para que no me salieran quejidos.

Estaba odiando con toda mi vida ese momento.

— Iré a ver la ambulancia — avisó Eros antes de salir y cerrar con llave.

Me levanté con cuidado, miré a Victor, sus ojos ya se habían cerrados, fui al baño casi arrastrando los pies.

Cerré la puerta y una arcada me vino, otra y otra hasta que termine botando la nada que tenía en el estómago por el baño.

Me sentía muy mal, lavé mis manos que tenían un poco de sangre y mi boca que había quedado con un sabor amargo, pero mis piernas ya no resistian. Me apoyé en la pared frente al espejo y me ví caer sentada, saqué el celular, marqué el primer número que recordaba.

— Yeison — murmuré lo más fuerte que pude.

— Aló — volví a murmurar su nombre más fuerte, no podía desfallecer en ese momento — ¿Ruby? ¡¿Ruby?! 

— Yeison, ayudame — casi gemi.

— ¿Dónde estás, preciosa? 

Mis ojos se abrieron a más no poder.

— Está justo conmigo dentro de ella, campeón. Luego hablamos, dejame terminar — con una sonrisa colgó la llamada.

Bajé la mirada a su herida, tenía un poco de rastro de sangre, pero él ya se veía bien.

Rompió el celular en dos y lo tiró al basurero del baño, mi cuerpo se llenó de adrenalina, no sé cómo me levante y salté a su espalda como una salvaje, cayó adelante chocando su cara con el espejo, sonó fuerte pero no me importó, él me tiró hacia atrás y caí al suelo, me acerqué a su pierna, mi boca se abrió para morderle la pierna con toda la fuerza y rabia que tenía.

— ¡Joder! ¡Puta mierda! — quitó su pierna y me quedó mirando con odio desde arriba, no me demoré demasiado en levantarme e intentar tirarme de nuevo encima suyo.

Lo único que conseguí fue terminar en la cama con él encima mío.

— ¿Cómo le diremos a tu novio que estás desesperada por comerme? — mostró una sonrisa que quise golpear, pero tenía mis manos sujetadas con las de él.

— Tú te ves más normal que el otro. Si me dejas ir prometo no decir nada, solo quiero estar en casa con mi familia — el ojiazul hizo como si lo pensara — Por favor. ¿Quieres dinero?

— Lo que quiero es volver a mi hogar, y para eso necesito que vengas conmigo — me di el lujo de sonreír.

— ¿No le diste demasiados besos a Mel y ahora no te deja entrar?

— No, hice algo mucho peor.

— ¿Y por tus estupideces debo pagar yo? 

— Tal vez.

— Deja de follar a la cría  y vámonos — Eros habló y volvió a salir, creo que por pura obligación nos fue a avisar, o si no ya se hubiera ido, ya me había dado cuenta que no le interesa nadie, también era un pase para él.

Caminé delante de Victor hasta el auto de mi padre, de nuevo estaba en el asiento trasero mirando mis pies. El piloto era Eros y el cabrón del lado era el ojiazul mirando el celular que ellos tenían.

El viaje duró muchas horas, y cada minuto sentí que moriría de hambre, nunca había sentido hambre en toda mi vida.

Me puse en posición fetal en los asientos traseros y me quedé así hasta que llegamos a un extraño lugar, era un bosque en medio de la carretera, no habían más autos, solo nosotros. Mi corazón se quiso salir cuando pasamos entre miles de árboles, el auto se detuvo, antes de que Victor saliera del auto, abrió la cajuela.

No me atreví a mirar hacia delante ni hacia atrás, solo tragaba saliva, pero me fue imposible no mirar cuando noté lo que hacía.

Tiró entre los árboles las placas del auto.

Imbéciles.

El auto seguía siendo rastreable.

Salimos de ese lugar y el viaje continuó.

Los tipos ni hablaban entre ellos.

Al estar tantas horas sin comer ni beber, cuando toqué mis labios los sentí secos, mi estómago sonaba bajito pidiéndome comida.

El olor de la comida chatarra que habían comprado en los pequeños puestos que hay por ahí, hacían a mi cuerpo delirar.

Un día estás comiendo lo que te dice la dieta y al siguiente quieres lo que sea para llenar el estómago.

El sol se estaba ocultando cuando por fin estacionaron el auto, se bajaron.

Me quedé dentro mirando por la ventana el lugar, estaba muy mareada.

¿Cómo fue que llegamos aquí?

Veía el exterior borroso, apoyé mi cabeza en el asiento, ya no tenía fuerzas para nada.

Mis ojos estuvieron a punto de cerrarse.

Pero escuché su voz.

— Ven, niña pija — lo miré, me mostraba una sonrisa.

Como pude me bajé sin su ayuda.

Caminé detrás suyo dándome cuenta que la casa de dos pisos estaba en medio de la nada, entre árboles y tierra.

A travesamos a unos perros que no se veían agresivos, pero que levantaron la cabeza de inmediato en cuanto nos vieron o me vieron.

Supuse que ese era el hogar de esos cabrones y que ahí iba yo, tal vez me pasarían por una máquina como el pase que era.

Al entrar, miré la casa sin mucho detalle.

Porque no pude seguir.

Y caí como un saco de papa al suelo.

 

 

 

 




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